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Brújula
Cuando “el sueño americano” se convierte en una pesadilla
El migrante huye del desempleo, de la ausencia de ingresos fijos, la pobreza, incertidumbre sobre el futuro de su familia y viaja a una tierra ajena donde es visto como un extraño a quien las empresas pueden explotar.


En meses pasados, el monto de las remesas enviadas a México por los trabajadores connacionales en Estados Unidos (EE. UU.) aumentó y benefició a casi cinco millones de familias, un logro que el Gobierno Federal se adjudicó como propio con el obvio propósito de “colgarse una medalla al cuello”, no asumirse como culpable por la insuficiencia de empleos en el país, que los pocos existentes se paguen con “salarios de hambre” y que la gente deba irse de México.

El migrante huye del desempleo, de la ausencia de ingresos fijos, la pobreza, incertidumbre sobre el futuro de su familia y viaja a una tierra ajena donde es visto como un extraño a quien las empresas pueden explotar cual si fuera una bestia, pagarle salarios más bajos que a un estadounidense, doblarle el turno, despedirlo en cualquier momento y perseguirlo como si fuera un delincuente. Frente a esta situación, al migrante solamente le queda resignarse, cubrir apenas sus gastos de subsistencia y enviar algunos dólares a sus familiares, que los esperan con ansias porque aquí la crisis se incrementa diariamente.

Durante su estancia en EE. UU., los migrantes sólo piensan en trabajar sin descanso para sostener a sus familias, con muchas privaciones y pocas distracciones, y ahí dejan sus mejores años, pues llegan jóvenes y, en el mejor de los casos, regresan viejos y, en el peor, nunca vuelven a “su México lindo y querido”. Algunos logran casarse y conseguir “papeles”; otros nacieron allá, pero sus rostros morenos son una desventaja ante un Estado mayoritariamente blanco.

Con el retorno del republicano Donald Trump a la presidencia estadounidense, ha aumentado la zozobra en nuestros paisanos por el miedo a ser deportados, pues las redadas masivas se ejecutan en las calles, lugares públicos y empresas. Durante algunos días se esconden, pero el hambre y la necesidad de conseguir dinero los obligan a salir a buscar trabajo; acuden a las empresas que los ocultan como trabajadores clandestinos. Sus vidas están en constante riesgo, pero han empezado a acostumbrarse a éste porque deben pagar el adeudo de 300 mil pesos que aún tienen con el “pollero” que los pasó al otro lado. Algunos viven con amigos o familiares, con quienes comparten redes laborales, el pago de espacios habitacionales y camastros. Dividen sus ingresos en tres partes: una para cubrir sus gastos personales, otra para la familia en México y una tercera para pagar su deuda al “coyote”. A estas deducciones hay que sumar el cobro de comisiones exigidas por las entidades financieras que tramitan el envío de las remesas y la aplicación del impuesto correspondiente al 3.5 por ciento decretado por el “empresario presidente”.

Pero en las próximas semanas o meses, sus magros ingresos se verán afectados también por la guerra comercial que el presidente gringo ha desatado internacionalmente con la imposición de aranceles sobre las importaciones contra varios países, cuyo impacto inflacionario resulta impredecible e impedirá que los trabajadores de gran parte del mundo renuncien al sueño de obtener un hogar digno, comprarse un automóvil de medio uso y que su familia alcance la satisfacción de los bienes básicos sin privaciones.

En México, tales sueños se han esfumado en gran parte de la población desde hace varios años; y desde la vuelta de Trump a la Casa Blanca se están convirtiendo en una pesadilla demasiado cruel para los pobres que huyen de un país gobernado por ineptos y vivales.


Escrito por Capitán Nemo

COLUMNISTA


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