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Brújula
Vida y muerte
Los Días de Muertos conforman una jornada de festividades fundamentales para los mexicanos, porque en ella se recuerda a los seres queridos con dolor y nostalgia.


Los Días de Muertos conforman una jornada de festividades fundamentales para los mexicanos, porque en ella se recuerda a los seres queridos con dolor y nostalgia; pero también con jolgorio propio de una liturgia religiosa que mezcla las creencias prehispánicas y de la Iglesia Católica. Su celebración en las comunidades rurales dura toda una semana, porque los preparativos implican la edificación de un altar donde se colocan las fotografías de los difuntos y las ofrendas que fueron de su preferencia en vida: flores, frutas, dulces, moles, tamales, panes, incluso los chíngueres de mayor consumo.

La mayoría de los hogares que son aún católicos esperan esos días con devoción a sus “muertitos” con la creencia de que vienen a visitarlos. Por ello, los panteones lucen limpios y muy coloridos; y en las casas, familiares y vecinos acostumbran compartir las ofrendas; éstas representan un buen gasto y se preparan todo el año “engordando el cerdo” o el guajolote. ¡Y los precios de los productos resultan demasiado caros! Tan solo las naranjas, ya de por sí encarecidas por los siniestros de la temporada de lluvias, alcanzaron los 40 pesos por kilogramo, un aumento equivalente al 100 por ciento. Otras mercancías que encarecieron fueron las flores, las veladoras, la carne de pollo y cerdo, el camote, la calabaza y el piloncillo, por mencionar algunos. Pero la fecha es tan importante que las familias hicieron hasta lo imposible por honrar como se debe a sus muertos.

Y cómo no festejarlos, si la vida es tan efímera. En los últimos años, la pandemia de Covid-19 y la inacción del Gobierno Federal anterior causó casi un millón de personas fallecidas; y a ese saldo hay que agregar que 50 millones de mexicanos no tienen acceso a los servicios de salud; que el sistema de salud pública es un desastre y que en sus clínicas y hospitales faltan medicamentos, personal médico y equipos para vacunar a niños y ancianos contra algunas de las epidemias que habían sido erradicadas hace varias décadas. La situación es tan sombría que los homicidios dolosos del crimen organizado son casi 100 diarios; y a estas muertes debemos sumar a los ahogados por huracanes e inundaciones, a los quemados por incendios en ductos de combustibles o pipas de gas.

En verdad, la muerte recibe ayuda desde varios frentes en este país y hoy hace válido el aserto de José Alfredo Jiménez: la vida no vale nada. El discurso de bienestar de los gobiernos morenistas está hecho añicos por la realidad que se ensaña en todos los rincones del país. Los horrores que enfrenta la población se han normalizado y sobrevivir al día resulta cada vez más complicado. La gente de a pie no vive tranquila, pues la muerte ronda en cualquier lugar. ¿Quién se iba a imaginar que moriría ahogado mientras dormía? y todo porque nadie dio la voz de alerta, ni se preocupó por evacuarlos.

Es cierto que todos vamos a morir; sí, pero no antes ni después, sólo cuando llegue el momento. Pero los momentos actuales son criminales y se ensañan con los más pobres y vulnerables. Y mientras éstos apenas tienen dinero para irla pasando y son azotados por el desempleo, los salarios bajos, las viejas y nuevas enfermedades, los estratos más ricos disfrutan en exceso y tienen una esperanza de vida al menos de una década más. La desigualdad no solamente se nota en la vida, sino en la muerte. Pero no importa, no hay que ser aguafiestas. Festejemos, ahora que estamos vivos, a nuestros muertos, mientras luchamos por el derecho de todos a vivir dignamente. 


Escrito por Capitán Nemo

COLUMNISTA


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