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Rogelio García Macedonio
Progreso técnico y crisis del capitalismo
En un trabajo anterior, Fábricas oscuras y progreso técnico, se exploró cómo estas fábricas representan la culminación lógica de una dinámica intrínseca al capitalismo.


En un trabajo anterior, Fábricas oscuras y progreso técnico, se exploró cómo estas fábricas representan la culminación lógica de una dinámica intrínseca al capitalismo: la búsqueda incesante de aumentar la productividad sustituyendo trabajo humano (capital variable) por máquinas (capital constante) para aumentar las ganancias de los capitalistas. Esta dinámica encierra una paradoja central formulada por Carlos Marx: al aumentar desproporcionadamente el uso del capital constante en la producción, el sistema erosiona su propia fuente de ganancia, que proviene del trabajo vivo, del trabajo del obrero.

El presente trabajo pretende profundizar en las implicaciones de la tendencia del progreso técnico –que no es de ahora, sino que progresivamente la humanidad lo ha hecho a lo largo de su historia– y las implicaciones para la economía capitalista, interrogándose: ¿es posible automatizarlo todo? Y de ser así, ¿qué ocurre con la ganancia, el empleo y la estabilidad misma del sistema?

La dinámica de producción capitalista provoca que en el mundo exista una carrera por automatizar la producción, y la tendencia es imparable. Ésta no es una especulación futurista, sino un hecho en creciente aceleración. La inversión en esta área es masiva y generalizada. De acuerdo con un informe que elabora Redwood Software, el 73 por ciento de las empresas que encuestaron aumentó su gasto en automatización en 2024 y 36.6 por ciento de ellas reportó reducción de costos de al menos un 25 por ciento y 12.7 por ciento reportó que los redujo en más del 50 por ciento. Por su parte, Global Market Insights informó en mayo de 2025 que el mercado global de la hiperautomatización (que combina Inteligencia Artificial, machine learning y automatización robótica de procesos) fue valorado en 46.4 mil millones de dólares en 2024 y se espera que crezca a un ritmo anual del 17 por ciento hasta 2034 y que para ese año sea de 220.2 mil millones de dólares.

Por ejemplo, dice, la transformación de la cadena de suministro de Walmart, el líder minorista, ha adoptado una combinación de Inteligencia Artficial (IA), aprendizaje automático y automatización de procesos robóticos para supervisar el inventario, prever la demanda de productos y mejorar la eficiencia del almacén. Mediante la implementación de esta integración puede automatizar tareas, disminuir errores y ajustarse rápidamente a las demandas de los clientes. Esto ha dado lugar a entregas más rápidas, reducción de costos y mayor satisfacción del cliente. Esta dinámica es una respuesta directa a la dinámica de la competencia: las empresas buscan disminuir los costos para competir y lograr mayores ganancias.

Aunque esta tendencia es abrumadora, la automatización total de los procesos productivos no es posible, no existe una sola fábrica en el mundo sin humanos. Ello se debe no sólo a obstáculos tecnológicos, de implementación, estrategia, etcétera, sino esencialmente a que, en el proceso de producción, que es donde se crea el valor de donde surge la ganancia, es el trabajo del hombre quien crea la riqueza.

La realidad es que, en la producción automatizada, donde las máquinas asumen tareas repetitivas, los humanos son los que dirigen y controlan la producción: supervisan, resuelven problemas, manipulan máquinas, programan, etcétera. Si bien las fábricas autómatas buscan reemplazar a los humanos, en el capitalismo no es posible, por el simple hecho de que es un sistema basado en la explotación del trabajo del hombre.

Es aquí donde se revela la contradicción estructural del capitalismo: a medida que las empresas, y en el conjunto de la economía, emplean más máquinas y menos obreros para producir, la tasa de ganancia, o el beneficio como se le conoce usualmente, tiende a caer, las máquinas, por su parte, sólo transfieren a las mercancías el valor que fue necesario para producirlas; al desplazar progresivamente al trabajador, la fuente de la ganancia mengua.

La disminución de la tasa de ganancia no es un fenómeno nuevo; éste nació junto con el capitalismo, pues en la medida en que automatizaba procesos, fue empleando cada vez menos obreros y, por tanto, disminuyendo la cantidad de valor que cristalizaba en las mercancías. El capital ha buscado siempre contrarrestar esta tendencia, parte de ello son el proceso de automatización, intensificación de la explotación de los obreros o salarios bajos, entre otros; además, el mismo impulso tecnológico produce que las máquinas que se usan en la producción sean cada vez más baratas, es decir, contengan menos valor y, como causa de ello, también transfieran menos valor a las mercancías que producen. El resultado de este proceso es que globalmente la ganancia de los capitalistas cae, a pesar de que hay un inmenso arsenal de mercancías en el mercado.

Sin embargo, todos estos mecanismos son paliativos para aliviar la caída de la tasa de ganancia. La competencia obliga a generalizar la tecnología, erosionando las ventajas temporales de los pioneros. El resultado a nivel agregado, es decir, a nivel país o economía mundial, es una presión descendente sobre la tasa media de ganancia, a menos que se encuentren nuevas fuentes de plusvalía o se expandan los mercados de forma perpetua, pero hasta ahora no hay otra solución al problema de la plusvalía y la ganancia, sino que única y exclusivamente las crean el trabajo del obrero y se las apropian los capitalistas.

Si el proceso de automatización o simplificación de los trabajos en la economía provoca que cada vez, como sistema de producción, se ocupe menos trabajo, el impacto de ello es evidente. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) dijo en 2024 que, para ese año, 58 por ciento de la fuerza laboral mundial, dos mil millones de personas, estaba en la informalidad, es decir, las empresas no las contrataban y se tenían que emplear en lo que sea para obtener el sustento de ellos y sus familias. En México la situación no es muy diferente, mantiene la tendencia mundial: 58 por ciento de la población en edad de trabajar está en la informalidad, es decir, 33 millones.

Las implicaciones de la disminución del empleo a nivel mundial tienen dos problemas que hacen evidente el desenlace trágico para el capitalismo: 1) al disminuir, visto globalmente, el salario que recibe la clase trabajadora en aras de aumentar las ganancias de los capitalistas, los capitalistas también se enfrentan a un problema mayor: al hecho de que no hay quien consuma las mercancías que produce el sistema porque los salarios son cada vez menores. Esto conduce a que se vendan cada vez menos mercancías y las ganancias tiendan también a reducirse; y 2), este proceso acelera la polarización social; la división entre ricos y pobres se acrecienta, crece la cantidad de personas pobres y los ricos se reducen en número, pero acumulan riquezas más grandes. Las dos implicaciones conducen inevitablemente a que el sistema colapse, pues no hay forma de subsanar, dentro del capitalismo, el avance técnico y la caída de la tasa de ganancia.

La conjunción de estas tendencias: disminución de la tasa de ganancia, creciente desempleo que obliga a la población al trabajo informal y el estancamiento de las ventas de las mercancías (estancamiento de la demanda), plantea desafíos existenciales para el sistema capitalista, ya inmerso en un crecimiento moderado (que se ubica en alrededor de dos por ciento anualmente) y sombrías perspectivas.

Si se reduce la masa de salarios que se pagan, ¿quién comprará la producción cada vez más abundante y barata de las fábricas? Esta contradicción conducirá a crisis de sobreproducción cada vez más recurrentes y a una dependencia insostenible del crédito y la especulación financiera para sostener la demanda (como la crisis de 2008); este proceso concentra el capital y conduce a monopolios cada vez más poderosos, reduciendo así la competencia (una característica vanagloriada por los panegiristas del capital); además de ello, como parte de la tendencia arriba descrita, existe una competencia por el liderazgo tecnológico y se ha convertido en una carrera estratégica para los capitalistas del mundo; no es casualidad que el Fondo Monetario Internacional contemple un escenario en el que los beneficios mayores a lo previsto por la IA incrementen el PIB mundial en aproximadamente 0.3 por ciento en 2026, “con un efecto más marcado en Estados Unidos y China”.

Por lo anteriormente expuesto, se hace evidente que no se puede automatizar todo; técnicamente se podrá en algunas fábricas, en algunas ramas de la economía, tal vez, pero no en todo, económicamente, bajo la lógica capitalista, es un avance contradictorio que lleva a la eliminación progresiva y sistemática de la fuente de valor; esto quiere decir que el capitalismo, desde su nacimiento, ha puesto en marcha, como una bola de nieve, el progreso técnico que conduce al desarrollo sorprendente de las fuerzas productivas, pero al mismo tiempo cava su propia ruina. El resultado no es necesariamente un colapso automático, sino una agudización de las tensiones internas que permitirán a los hombres de esta sociedad tener oportunidades que permitan cambiar el statu quo vigente. El problema no es la tecnología que ha traído el capitalismo, sino la propiedad privada de los medios de producción y, por tanto, la apropiación privada de la riqueza social creada. Al final, el progreso de las fuerzas productivas y la propiedad privada sobre ellos (y la apropiación de la riqueza) están en una contradicción que, más temprano que tarde, romperá con los límites que impone el sistema capitalista a estas fuerzas. 


Escrito por Rogelio García Macedonio

Licenciado en Economía por la UNAM.


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