La Cuarta Flota estadounidense, subordinada al Comando Sur, navega desde su base en La Florida para mantener las rutas entre el Caribe, Sudamérica y el Atlántico bajo control. La guerra es lo suyo, no la paz.
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Vivimos saturados por un flujo constante de noticias, reportajes y opiniones que, bajo el pretexto de “denunciar” una supuesta dictadura en Venezuela, enfatizan de forma unilateral la falta de democracia y la supuesta implicación del presidente de ese país en un cártel inventado de drogas. ¿A qué responde esta obsesión de dar esa enorme cobertura noticiosa a lo ocurrido en Venezuela? ¿En serio es por un legítimo imperativo ético, una labor desinteresada por el mero hecho de informar? Debemos recordar, antes que todo, que una gran parte de los conglomerados mediáticos globales operan, esencialmente, como gigantescos negocios cuyo producto final es la audiencia y cuya lógica imperante es la ganancia. Los contenidos se crean para generar dividendos, un aspecto que pesa infinitamente más que cualquier consideración ética. Su impacto desde este punto de vista económico, no es menor. Para dimensionar este poder basta un dato: el conglomerado The Walt Disney Company reportó ingresos superiores a los 88 mil millones de dólares en 2023, una cifra que supera el Producto Interno Bruto de economías enteras como Bolivia o Paraguay. Esta dimensión financiera coloca a los grandes medios, en automático, del lado de los intereses de los millonarios de las potencias capitalistas.
Ahora bien, de acuerdo con la teoría de Antonio Gramsci, estas corporaciones forman parte orgánica del bloque de poder dominante, integrándose a un “Estado ampliado” donde cumplen una función hegemónica fundamental, es decir, tienen como objetivo reproducir la lógica, cosmovisión y justificación histórica de la clase propietaria. Por ello, estos imperios no sólo venden noticias; lo hacen dentro de un marco ideológico que evita contradecir los valores del consumo y el capital que los sustentan. Difundir una crítica profunda al sistema que los encumbra sería socavar sus propios fundamentos. Estudios de contenido, como los del Project Censored, demuestran cómo los marcos noticiosos privilegian perspectivas favorables al empresariado mientras marginan estrictamente informaciones e interpretaciones que critiquen o visualicen las contradicciones esenciales del sistema capitalista. Aunado a su poderosa cobertura ahora en redes sociales, su interpretación del mundo se impregna en millones como “sentido común”, una visión percibida como natural e incuestionable. Las clases del trabajo se apropian, de este modo, de las ideas de las clases privilegiadas, evitando con ello, la inconformidad y generando el consenso armonioso entre clases.
Esto explica el tratamiento informativo selectivo, el modo en que enfocan el intervencionismo de Estados Unidos (EE. UU.) en Venezuela. No es, ni de lejos, la primera vez. Estos corporativos han criticado exhaustivamente los problemas internos de Cuba, pero omiten que el embargo económico de EE. UU. le ha costado a La Isla más de 130 mil millones de dólares en seis décadas (de acuerdo con información difundida por la ONU), y han presentado una crisis inducida externamente como un fracaso inherente del sistema. Esta tramposa postura ignora además fl agrantes contradicciones: condenan la supuesta falta de democracia en Cuba y al mismo tiempo suelen silenciar, por ejemplo, cómo en su propio país se ha institucionalizado un racismo estructural –evidente en tasas de encarcelamiento, brutalidad policial y desigualdad económica que afectan de manera desproporcionada a las comunidades afrodescendientes– y omiten por completo, por si fuera poco, la existencia de la base naval de Guantánamo en territorio cubano, un centro de detención donde EE. UU. ha suspendido derechos fundamentales y ha practicado la tortura con impunidad durante dos décadas, violando tanto el derecho internacional como su propia retórica democrática. De este modo, la percepción pública sobre los regímenes que no se alinean con los intereses de EE. UU. (el mismo país que alberga estos conglomerados mediáticos), es moldeada estructuralmente de forma negativa. Por esta razón, la cobertura sobre Venezuela es predeciblemente crítica y calumniadora. Las amenazas de figuras como Donald Trump de derrocar al gobierno venezolano no persiguen un propósito humanitario, sino que responden a una empresa geoeconómica. Analistas como Andrés Piqueras argumentan que esta presión forma parte de un plan integral de “guerra total” donde EE. UU. busca recuperar su hegemonía global, contrarrestando a China y Rusia. Esta guerra demanda el control estratégico de recursos, y América Latina es su zona de seguridad histórica. Un gobierno aliado en Venezuela garantizaría el acceso a sus 302 mil millones de barriles de reservas petroleras probadas, las más grandes del mundo, según datos de la OPEC.
Una vez descubierta la verdadera razón del intervencionismo estadounidense, la contradicción es obvia: ¿Cómo puede presentarse como “salvador” de Venezuela a un hombre como Donald Trump, cuya trayectoria se define por perseguir migrantes y enriquecer descaradamente a la minoría más acaudalada? Bajo su mandato, el uno por ciento más rico acaparó el 58 por ciento del nuevo ingreso nacional (según el World Inequality Lab). Resulta evidente que sus acciones sólo persiguen los intereses de los potentados a los que sirve: el control geopolítico y el acceso a los recursos. La narrativa mediática hegemónica disfraza este despojo estratégico bajo la máscara de una falsa preocupación humanitaria.
Este discurso intervencionista no sólo falsifica los motivos, sino que oculta deliberadamente el costo humano previsible. Nos enfrentamos a una opinión intoxicada por una cultura del entretenimiento que ha normalizado la violencia bélica, hasta aceptar la muerte y la destrucción masiva como un “mal menor”. Esta frivolidad ignora la evidencia histórica: las intervenciones militares estadounidenses en Irak y Afganistán han dejado un saldo de más de 900 mil muertos directos y varios millones de refugiados, que han perdido hogar, familias, amigos… la vida en su sentido más amplio. Una intervención en Venezuela no sería una “operación quirúrgica”, sino la apertura de un capítulo de horror predecible: la anulación del Estado de derecho, la ocupación de un territorio soberano y la exposición de la población civil a abusos sistemáticos (asesinatos, masacres, violaciones sexuales, despojos, etc.) e impunes por parte del Ejército invasor. La pregunta central es: ¿por qué esta opinión menosprecia unos efectos colaterales que son, en realidad, devastadores y premeditados? La respuesta es cínica: quienes defienden estas ideas tienen la certeza de que ellos y sus familias no sufrirán en carne propia la invasión, los bombardeos o la hambruna. Abogan por una tragedia ajena desde el privilegio irresponsable de quienes nunca pagarán el precio.
En este mismo sentido, es imperioso denunciar a quienes dentro de México promueven una intervención extranjera como solución mágica a la violencia. Esta postura no sólo revela una abdicación ignominiosa de la soberanía nacional, sino una profunda falta de humanismo. La historia reciente demuestra exactamente lo contrario: la militarización y la presencia de fuerzas extranjeras multiplican y complejizan la violencia. Lo que se planea para Venezuela es un espejo de lo que podría imponerse a México: la pérdida de autodeterminación y la conversión del territorio en un campo de batalla sujeto a intereses geopolíticos ajenos.
En suma, la campaña por la intervención en Venezuela es el producto final de una cadena de montaje: los intereses geoeconómicos del capital trasnacional fabrican la excusa; los grandes medios, como brazo ideológico, empaquetan y distribuyen el relato; y una clase política cómplice, local y extranjera, lo vende como humanitario. Avalar este proceso es legitimar nuestra propia servidumbre. La defensa no es, por tanto, un grito aislado contra una guerra más, sino la negación frontal a un sistema que convierte la mentira en noticia, la soberanía en mercancía y a los pueblos en obstáculos desechables. Frente a la máquina de guerra y su fábrica de mentiras, sólo queda la claridad y la unidad de los trabajadores: la solidaridad internacionalista como escudo, y la verdad como única arma. El futuro de Nuestra América se define en este preciso momento: en la decisión de oponer un “¡No pasarán!” irrevocable y de erigir, sobre la base de la verdad y la solidaridad, el muro que detenga la ofensiva. Porque lo que hoy se cierne sobre Venezuela, mañana buscará someter a toda nuestra región.
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Lula sostuvo que las diferencias pueden resolverse por la vía diplomática, evitando un conflicto armado en América Latina.
La cita es el día de hoy, 18 de diciembre a las 17:00 horas en la sede de la Embajada de Estados Unidos, ubicada en la alcaldía Miguel Hidalgo.
Moscú reiteró su respaldo al gobierno de Maduro y se pronunció a favor de normalizar el diálogo entre Washington y Caracas.
El listado pasó de 19 a 39 países con restricciones totales y parciales para el ingreso a Estados Unidos.
La tensión aumentó tras la incautación de un buque cisterna con crudo venezolano, hecho que Caracas calificó como un “robo descarado” y acto de piratería por parte de EE. UU.
A pesar de promover una agenda de paz en el extranjero, el mandatario sostuvo que podría ampliar las acciones contra objetivos que vincula al narcotráfico en América Latina.
Donald Trump afirmó que “México no está respondiendo”.
El tratado podría extenderse 16 años más, hasta 2042, o lo renovarán de manera anual hasta 2036, fecha en la que podría terminar.
Destacó que los obispos venezolanos trabajan para calmar la situación.
El presidente de EE.UU. anuncia que “pronto” iniciará incursiones terrestres contra presuntas rutas del narcotráfico.
El Premio Nobel de la paz es un premio muy desprestigiado y que sólo ha habido un filósofo progresista que se atrevió a rechazar el galardón: Jean Paul Sartre.
Desde el pasado 1 de septiembre, las fuerzas estadounidenses han destruido más de 20 lanchas y causaron la muerte a más de 80 personas.
En semanas recientes se han identificado 20 embarcaciones destruidas y 83 defunciones.
Jóvenes de todo el mundo se han apropiado de este anime para expresar su inconformidad. En diversos países, el hartazgo ante problemas como corrupción, desigualdad y falta de oportunidades los ha llevado a tomar las calles.
2025: complicidades y encubrimientos del poder
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Doña Ambrosia: “La inmortal” y el teatro popular
Escrito por Marco Aquiáhuatl
Licenciado en Historia por la Universidad de Tlaxcala y Licenciado en Filosofía y Letras por la UNAM.