Otra vez suena el réquiem. Intelectuales nostálgicos, analistas de la prensa hegemónica y políticos de derecha entonan lamentos por la supuesta muerte de la democracia mexicana
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En algún lugar, Marx plantea una idea que, aunque se refiere al Siglo XIX, podemos decir que sigue siendo útil para analizar nuestra realidad, tal idea afirma que: “las revoluciones proletarias del Siglo XIX se critican constantemente a sí mismas, interrumpen a cada instante su propia marcha, revisan lo que parecía terminado para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y despiadadamente de las indecisiones, de las facetas endebles y de las mezquindades de sus primeros intentos, parecen derribar a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente, aterradas por la infinita enormidad de sus propios objetivos”.
Si partimos de la idea de que el proceso boliviano que se venía desarrollando en los últimos veinte años tenía algo de revolucionario, los últimos acontecimientos confirman el planteamiento de Marx. Es una revolución que se burló de las mezquindades, que derribó a su enemigo sólo para que éste se levantara con nuevas fuerzas y que se aterró ante la grandeza de sus objetivos, que terminó retrocediendo.
Los resultados de la mala gestión económica por parte Luis Arce Catacora no es sino el miedo a la radicalización del proceso de cambio. Se trataba de pasar a una etapa en la que los intereses de las clases trabajadoras se medirían con los de los dueños del capital, su clase antagónica. Se prefirió hacer poco o nada, teniendo como consecuencia que, quienes impulsaron y respaldaron las luchas, es decir, los pobres, sufrieran las consecuencias al ver reducir su nivel de vida con la crisis económica reciente. Vieron perderse lo poco logrado a causa de las mezquindades y tibiezas.
Pero la situación económica no sólo definió el retroceso del pueblo boliviano, los factores subjetivos dieron el tiro de gracia. La lucha fratricida llevada a cabo por Evo Morales y Arce fue lo que determinó el resultado.
Los llamados gobiernos progresistas de América Latina, que iniciaron a principios del Siglo XXI, tenían una característica en común, que adolecían de una teoría científica para hacer la Revolución, esto es, el Marxismo-leninismo. No es el espacio para explicar a profundidad esta idea, sin embargo, podemos decir que la falta de un partido revolucionario de nuevo tipo determinó la división interna, así como las acciones que buscaban mejorar las condiciones de la clase trabajadora sin salirse de los márgenes que el capitalismo permite.
La falta de un proyecto que los unificara organizativa, ideológica y políticamente resultó en que, a la llegada de un sucesor, éste traicionara abiertamente al antecesor o que simplemente no siguiera el camino trazado.
En el caso boliviano vimos como Luis Arce no siguió con los cambios necesarios para superar el capitalismo y al mismo tiempo cargó las culpas de la crisis a los gobiernos pasados, sin importar que pertenecieran al mismo proyecto. De igual forma trató de sacar a Evo de la contienda electoral. Por su parte, Evo Morales se aferró a la idea de que debía ser él quien gobernara, olvidando que desde tiempo atrás eso fue lo que comenzó a agrietar la hegemonía del MAS-IPSP. Todo esto resultó en lo que todos ya vimos: la “izquierda” perdió el poder. La derecha, sea de centro o extrema, poco hará por mejorar la vida de los pobres, éstos no deben hacerse muchas ilusiones, pero eso sí, de ninguna manera pueden quedarse al margen de las decisiones políticas que se vayan a tomar.
Los movimientos populares necesitan reorganizarse, aprovechar la lección y retomar las calles cuando sea necesario. La experiencia de la lucha por mejorar las condiciones de vida del pueblo boliviano nos hace pensar que hay posibilidades de un retroceso en el avance de la derecha. Sin embargo, sigue siendo necesario educar y hacer entender que no se puede construir una nueva sociedad sin tocar los intereses de las clases dominantes, los intereses del capital. Esto implica cambiar no solamente las condiciones materiales de la gente, sino también su conciencia, quien diga lo contrario sólo les vende humo a los pobres y los condena al fracaso.
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Un denominador común de conflictos actuales como los de Ucrania, Gaza o Irán, es, indudablemente, la tendencia hacia el empleo cada vez más extremo de la violencia.
Históricamente, la región de América Latina ha sido sometida a los intereses de diferentes potencias coloniales.
Parte del pensamiento geopolítico occidental está atravesado por un interés básico: controlar Eurasia.
En La suave Patria, López Velarde canta la intimidad del país para contemplarla bajo la luz implacable de la melancolía.
Hay una “inevitable ligazón entre las guerras y las luchas de clases” y por lo tanto es imposible poner fin a las guerras si no se suprimen las clases sociales
Noruega encabeza el listado con una calificación de 9.81 sobre 10, situándose como una “democracia plena” debido a que se considera que sus procesos electorales son libres, limpios y frecuentes.
Tal vez éste sea el año en que más se ha hablado de paz en Ucrania desde 2022.
Las prácticas humanas de distinción tienen larga data.
La tesis materialista de que el ser humano es el producto de sus circunstancias establece, desde luego, la exigencia progresiva de transformar, en primer lugar, el medio ambiente social.
De Federico Engels se ha hablado mucho respecto a su papel como segundo violín en la construcción de la concepción materialista de la historia.
Es de conocimiento general que, a principios del Siglo XX, los obreros de las minas de Cananea y de las fábricas textiles de Río Blanco organizaron una serie de huelgas para exigir mejores condiciones laborales.
Se celebra porque el nueve de mayo de 1945, cuando amanecía en Moscú, el mariscal nazi Wilhelm Keitel firmó en Berlín la rendición incondicional de la Alemania Nazi ante Gueorgui Zhúkov, mariscal del Ejército Rojo.
El ascenso de Porfirio Díaz al poder en 1876 marcó el inicio de un periodo de centralización política que consolidó el proceso de formación del Estado nacional iniciado durante la Reforma.
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Escrito por Diego Martínez
Sociólogo por la UNAM.