La sociedad capitalista es una sociedad basada en la ciega lucha de intereses egoístas, una sociedad cuyo desarrollo está sujeto exclusivamente a la “presión de las carencias”; por eso, es –como decía Marx– el verdadero “reino de la necesidad”.
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No hay duda de que Israel está cometiendo un genocidio en Palestina. Tampoco hay respuestas contundentes de la Organización de las Naciones Unidas, ni intervenciones sólidas de otros Estados para frenar la masacre. Cuando no reprimen manifestaciones contra los asesinatos de Israel, la “solidaridad” de muchos gobiernos –especialmente en Occidente– se ha limitado a declaraciones o a tímidas sanciones contra el gobierno de Benjamín Netanyahu. En cambio, las muestras más claras de apoyo salen de los sectores civiles de muchos países, de la gente que al ver el horror y la destrucción de vidas inocentes se solidariza, exigiendo a sus gobiernos que actúen contra el genocida. En ese sentido, cabe preguntarse ¿por qué Israel sigue interviniendo en Gaza y Cisjordania a pesar de esta oposición?, ¿por qué los gobiernos del mundo no se movilizan?, ¿por qué no envían, por ejemplo, asistencia militar para someter al agresor?
Estas preguntas pueden responderse a partir de lo que refirió recientemente el notable politólogo estadounidense John Mearsheimer. En una entrevista para Al Jazeera (More Middle East mayhem amid unconditional US support for Israel?, The Bottom Line, AJ, 14-09-25), dijo que aquel horripilante atentado del Estado de Israel, así como sus sucesivos ataques a países del área como Líbano, Siria, Irán e incluso más alejados, como Qatar, tiene tres objetivos identificables. El primero es la intención de crear un “Gran Israel”, es decir, ampliar el territorio bajo dominio de Tel Aviv, lo cual implica necesariamente la expansión: la conquista e integración de espacios pertenecientes a sus vecinos inmediatos, los palestinos, los libaneses, los sirios y, posiblemente en un futuro cercano, los jordanos y los egipcios. El segundo es expulsar a la población palestina de Gaza y de Cisjordania, lo cual involucra una política cerrada, de no negociación con Hamás y de continuidad de la violencia contra los civiles. El tercero consiste en asegurar que todos sus vecinos sean débiles, que no supongan ningún tipo de amenaza, y esto implica destruir cualquier estabilidad interna en los países cercanos, tal como ensayaron con Irán. Por esos motivos, Netanyahu no está dispuesto a detener las masacres.
De la misma manera, Mearsheimer aseguró que todo lo que hace Israel ocurre con anuencia de EE. UU. y también, aunque en menor grado, de Europa. En ese sentido, puntualizó que Israel y los estadounidenses actúan prácticamente juntos y que, además, Netanyahu marca la agenda de Washington en Oriente Medio. El apoyo al Estado sionista es incondicional, de manera que aun en escenarios como el reciente bombardeo sobre Qatar, un aliado de los norteamericanos que se disponía a abrir negociaciones para zanjar el exterminio de palestinos, EE. UU. no alzó la voz contra Israel. De la misma manera, agregó que, aunque China, Rusia, India y el resto de los BRICS están constituyendo un reto especialmente grave para la hegemonía estadounidense, este país sigue siendo la primera potencia mundial y, además, una superpotencia “despiadada” (“ruthless”) con aquellos que considera enemigos. Así, entonces, el problema de hacer algo contra Israel es igual a atentar contra los norteamericanos y, por lo tanto, equivale a echarse encima a esta fuerza implacable (como ocurrió con Irán). Por eso casi ningún gobierno se compromete materialmente con una intervención directa o algún auxilio militar para los palestinos.
En otros tiempos, cuando existía la Unión Soviética, las cosas ocurrían distintamente. En la década de 1930 comenzó a crecer el fascismo en Europa, esto es, una amenaza exterminadora parecida a los impulsos que mueven a Netanyahu, y los comunistas del mundo, reunidos en Moscú, decidieron crear un Frente Popular antifascista. Este frente promovió la formación de brigadas que fueron en masa a España y, auxiliadas por el pueblo y Estado soviéticos, fueron las únicas defensoras internacionales de la República Española contra sus asesinos, los franquistas, los nazis y los fascistas italianos. Hoy, desgraciadamente, salvo por los rusos y sus aliados que combaten directamente a esa primera potencia, nadie en el mundo está dispuesto a comprometerse con los inocentes, ningún gobierno llama a la gente solidaria a cerrar filas contra el fascismo.
La sociedad capitalista es una sociedad basada en la ciega lucha de intereses egoístas, una sociedad cuyo desarrollo está sujeto exclusivamente a la “presión de las carencias”; por eso, es –como decía Marx– el verdadero “reino de la necesidad”.
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Escrito por Anaximandro Pérez
Doctor en Historia y Civilizaciones por la École de Hautes Étus en Sciences Sociales (EHESS) de París, Francia.