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El imperialismo no es un fenómeno nuevo en la historia. Los imperios aparecieron desde los albores de la sociedad dividida en clases: el acadio, el egipcio, el asirio, el griego, el persa, el romano, el chino, por nombrar algunos de los más conocidos y antiguos. La historia de la humanidad dividida en clases sociales no es sólo la historia de unas clases que explotan a otras, sino también una historia de dominación entre pueblos. Es una historia de sometimiento, saqueo, expoliación y aniquilamiento de los pueblos dominados para beneficio de los dominadores.
Como fenómeno histórico, el imperialismo también ha evolucionado. No es lo mismo el imperialismo del Siglo XVI, cuando los españoles conquistaron a los pueblos mesoamericanos, que el imperialismo de principios del Siglo XX analizado por Lenin. Las formas de dominación, las estrategias, tácticas, mecanismos y justificaciones teóricas cambian, lo que permanece es el objetivo de beneficiar a un grupo a costa de otro.
El caso de Palestina es una forma especial de imperialismo que ha quedado históricamente desfasada, una forma de dominación que corresponde al imperialismo ejercido por las potencias entre los siglos XVI y XIX: la colonización. Específicamente, una colonización de poblamiento al estilo anglosajón, que tiene características propias respecto a otras formas de colonización.
La colonización de poblamiento al estilo anglosajón puede observarse en su forma más pura en los casos de Estados Unidos (EE. UU.), Canadá, Australia y Nueva Zelanda. En esas colonias las poblaciones blancas emprendieron proyectos de violencia para desplazar y exterminar a quienes habitaban originariamente esos territorios. En EE. UU., la colonización comenzó en la costa este y se fue extendiendo hacia el oeste a través del genocidio de los nativos. Al terminar el proceso de colonización, todas las tierras y riquezas pasaron a manos de los blancos y los pocos pueblos nativos que sobrevivieron al exterminio quedaron encerrados en minúsculas reservas, totalmente marginados y desposeídos. Paralelamente, el esclavismo de poblaciones afrodescendientes floreció en el sur del país.
Lo mismo que en EE. UU., en Canadá, Nueva Zelanda y Australia, las poblaciones blancas emprendieron un proceso de exterminio de los pueblos originarios. Fue un genocidio “exitoso”, si es válido expresarlo así, porque los colonizadores consiguieron su objetivo final y lo hicieron con absoluta impunidad. No hubo nadie que los detuviera, ni que los llevara ante la justicia.
No todas las colonias del imperio británico fueron colonias de poblamiento. En lugares como La India, El Caribe y el continente africano no hubo un exterminio masivo de la población, sino que el objetivo era gobernar a la población indirectamente para extraer las riquezas de esos territorios, permitiendo que los habitantes originarios las siguieran habitando. Este modelo se acerca más a la dinámica imperial de España, Portugal y Francia, si bien Francia inició una colonia de poblamiento en Argelia y España exterminó a la población indígena de Cuba.
Llegado el Siglo XX, esta dinámica imperial de colonización de poblamiento se había consumado. El imperialismo, sin embargo, siguió existiendo, aunque en diferentes modalidades. Lenin analizó una forma de imperialismo que apareció a finales del Siglo XIX e inicios del XX, propio del capitalismo desarrollado, con una dinámica financiera que abarcaba a todo el mundo. La Primera Guerra Mundial fue el inevitable choque frontal de esos imperios capitalistas desarrollados. El triunfo de la revolución rusa en octubre de 1917 modificó el funcionamiento del imperialismo, llevándolo a reagruparse y a crear la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Tras la derrota de éstos, EE. UU. se convirtió en la gran potencia imperial a la que se sometieron sus otrora rivales europeos.
La historia del imperialismo en el Siglo XX, con sus altibajos, no contó entre sus páginas con colonias de poblamiento. Al menos no hasta la creación del Estado de Israel. Israel surgió primero como proyecto colonial en la cabeza de los sionistas. El sionismo es un movimiento político judío que planteó la creación de un Estado para judíos. En la perspectiva de uno de sus fundadores y máximos exponentes, el austriaco Theodor Herzl, dado que los demás países perseguían a la población judía, la única manera de tener un hogar para los judíos era crear un Estado que fuera suyo, donde no fueran perseguidos. En 1897 se realizó el Primer Congreso Sionista, en Suiza, y se planteó expresamente el objetivo: “el sionismo lucha por crear un hogar para el pueblo judío en Palestina”. Herzl buscó el apoyo del imperio otomano (que controlaba Palestina) para llevar a cabo sus planes, pero los otomanos se negaron. Acudió entonces a Gran Bretaña, que apoyó a Herzl y en 1917 se comprometió a crear un Estado judío en el territorio de Palestina. A partir de entonces comenzaron a llegar colonos judíos provenientes de Europa, al más puro estilo del colonialismo de poblamiento.
En 1948, Israel se declaró un Estado independiente y atacó a los palestinos para despojarlos de sus tierras en un episodio histórico conocido como la Nakba. El resultado fue que más de la mitad de los palestinos fueron despojados o huyeron de sus hogares y terminaron en campos de refugiados en otros países. Desde entonces, Israel ha seguido avanzando como proyecto colonial, atrayendo a más colonos de todo el mundo para poblar los territorios que va arrebatando mientras desplaza y extermina a los palestinos.
A pesar de que el genocidio que perpetra Israel está documentado desde hace décadas, cuenta con el respaldo del imperio estadounidense y sus aliados del Norte Global. Esto le ha permitido a Israel violar el Derecho internacional, desconocer las resoluciones de la ONU y declarar persona non grata al secretario general de la ONU. Mientras tanto, el pueblo palestino ha seguido resistiendo a través de medios pacíficos o militares, ambos legítimos en un contexto de invasión y genocidio. Pero Palestina no sólo presenta una gran debilidad material frente a Israel, sino que a nivel internacional no es reconocida como Estado de pleno derecho por la ONU. Esto, debido a que todo nuevo ingreso a la ONU debe contar con la aprobación unánime de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, y EE. UU. se opone tajantemente al reconocimiento de Palestina como Estado. Israel, en cambio, es miembro de la ONU desde 1949.
Israel es un caso de colonialismo de poblamiento en pleno Siglo XXI, perpetrado por EE. UU. y el Norte Global. Su objetivo es apoderarse de todo el territorio palestino y de partes de Líbano, Siria, Egipto y Jordania, en el proyecto al que los sionistas llaman “Gran Israel”. La consigna que plantea el reconocimiento de dos Estados que convivan en armonía (Palestina e Israel) sólo ha resultado, objetivamente, en la continuación del colonialismo y el genocidio. La única manera de detener este proceso es desmantelar el Estado de Israel. Esto no implica perseguir a los judíos por el hecho de serlo. De hecho, en el mundo hay miles de judíos que se manifiestan en contra del sionismo y contra el genocidio en Palestina. El antisionismo no es un antijudaísmo, sino un anticolonialismo y un antiimperialismo.
La realización de este hecho sólo puede ocurrir si EE. UU., principal soporte económico, político y militar de Israel, y los países del Norte Global, comparsas del genocidio, pierden la fuerza necesaria para seguir protegiendo a Israel. Sería necesario, además, que una coalición armada internacional interviniera, no sólo para derrotar militarmente a la entidad sionista, sino también para llevar a cabo una reorganización política que garantice el desmantelamiento del proyecto colonial.
Para resolver de raíz el problema de Palestina no basta el debilitamiento del imperio estadounidense ni un mundo multipolar, es necesaria una transición hacia el socialismo. El imperialismo es, por definición, la dominación de un pueblo sobre otro para beneficio del primero. Bajo el capitalismo contemporáneo, esta dominación puede ser evidente, como el caso de Palestina, o maquillada, como en el Sur Global. El fin de la dominación más obscena, el colonialismo de poblamiento, implica el fin de otras formas de dominación disfrazadas. Para que Palestina se libere debe acabarse el imperialismo, pero el capitalismo no puede vivir sin el imperialismo. El desarrollo del capitalismo implica el desarrollo del imperialismo. En el mundo de hoy, no puede haber el uno sin el otro. Un capitalismo desarrollado no imperialista es imposible. Mientras exista el capitalismo existirá el imperialismo, y mientras exista el imperialismo continuará el genocidio en Palestina. La lucha por la liberación de Palestina es la lucha de los pueblos y las clases oprimidas por su propia liberación, la lucha contra el imperialismo y el capitalismo. La liberación del pueblo palestino es la liberación de la humanidad.
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Escrito por Ehécatl Lázaro
Columnista de politica nacional