México se ahoga en las aguas negras de la incompetencia, insensibilidad y corrupción.
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Las desgracias ocurridas en estos primeros días de octubre por el impacto de ciclones y huracanes (como Iota, en Tabasco y Otis en Acapulco) probaron una vez más que los gobiernos de la 4T no tienen ningún interés en realizar labores preventivas, por poco costosas que sean, que contengan al menos en parte, y hasta donde sea tecnológicamente posible, los terribles daños que causa la furia de la naturaleza a los más pobres de México.
El argumento de que fallaron los pronósticos y de que llovió más de lo esperado es autoincriminatoria, como dijo el periodista Carlos Ramírez, pues “los pronósticos carecen de capacidad y dinámica propias y en consecuencia fallaron los pronosticadores”. Ello incluye a todas las personas que dirigen el sistema de protección civil, que no protegió en los momentos más peligrosos a poblaciones de la Ciudad de México, Veracruz e Hidalgo, entre las más señaladas. El argumento de las “lluvias atípicas” encubre este desinterés y justifica la abulia de la clase burguesa y su Estado, criminal apatía que ha causado más de 60 muertes y que no ha “recalibrado los métodos para establecer pronósticos realistas y de seguridad del tiempo (climatológico)”, señaló Ramírez en su columna de indicadorpolítico.com.mx del pasado 13 de octubre.
Tomaré a continuación algunas de las ideas de la excelente columna de este periodista para desarrollar mis propios comentarios, con la sola intención de mostrar a mis compañeros de lucha algunas conclusiones que me parecen indispensables, para evitar las manipulaciones y “desbordamientos ligeros” de engaños que ofenden la inteligencia de la clase obrera y de todos los trabajadores afectados, y evitar también, de una vez por todas, que por falta de previsión tengamos tanto dolor.
En efecto, “los desastres naturales forman parte sustancial de la evaluación de la seguridad nacional de una República y desde luego que forman parte de los mapas de riesgo social que debe tener todo gobierno en sus espacios de previsión de afectaciones a zonas territoriales y comunidades humanas”. Pero cuando un gobierno tiene como objetivo proteger sólo sus intereses propios y los de los ricos y poderosos, los mapas de riesgo para prevenir afectaciones a los pobres no sirven de nada. Así que, para ellos, para los proletarios, es desgracia por partida triple, porque ni se actualizan los mapas de riesgo, ni se recalibran los métodos para establecer pronósticos realistas del clima, ni hay profundo y real interés para prevenir. Una prueba es que en octubre de 2021 el Senado de la República, controlado totalmente por Morena, le quitó a todos los mexicanos más de 100 fideicomisos, es decir, recursos financieros destinados para desarrollar y apoyar diversos aspectos de la vida social, ¡entre ellos los relacionados con prevención y desastres!, como el Fondo de Desastres Naturales (Fonden), para destinarlos a sus campañas políticas y a sus mecanismos de control de masas, como las tarjetitas del “Bienestar”, que en esta ocasión tampoco sirvieron de nada… se las llevó el agua.
No es casual que la abulia burguesa haya impregnado nuestra sociedad mexicana de una falta de cultura de la prevención, ello responde perfectamente a los intereses de los explotadores que buscan ahorrarse todo tipo de gasto social e incrementar sus ganancias, económicas y políticas. La consecuencia de esa carencia cultural es la imposibilidad de que aparezcan en la vida social el reclamo y la exigencia para tomar medidas preventivas eficaces, actitudes populares que tanto molestan a los opresores. Al quitarnos el Fonden, el aparato estatal que asegura nuestra opresión ha renunciado por completo a prever científicamente y, en su caso, a diagnosticar los efectos sociales de los desastres naturales… y el proletariado mexicano vuelve a sufrir las consecuencias en este fatídico octubre.
LA 4T le ha quitado al pueblo mexicano la posibilidad de contar con un esquema de seguridad nacional que “debiera estar previendo incidentes (atmosféricos) que, por lo demás, son avisados por muy eficaces instrumentos de seguimiento de las variaciones temporales”. Esto quiere decir que estos gobiernos pudieron y debieron prever esos peligros para nuestro pueblo en todas las estimaciones de seguridad nacional y en todos los mapas de riesgos, pero no lo hicieron. Esta vez no pueden tapar el pozo después del niño ahogado, sólo les queda echarnos más agua y más desgracias encima, porque ellos solitos se inutilizaron.
No son creíbles las justificaciones que la Presidenta de la República y la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México nos dan, diciendo que no habían pronosticado la dimensión de las lluvias, “cuando todas las estimaciones previas de la temporada estaban avisando una sobredimensión de las precipitaciones pluviales”.
Tampoco es casual “la imprevisión gubernamental que antes tenía cuando menos una prioridad en la preparación de resistencias contra las lluvias: el desazolve del drenaje en su instancia inmediata de la basura que los ciudadanos tiran en las calles y taponan las alcantarillas, y desde ahí se asume el descuido o desdén de las autoridades antes de cada temporada de lluvia”, descuido que requiere pronósticos complacientes, que no alboroten a la gente. La imprevisión gubernamental no es una casualidad política, es la consecuencia necesaria de una forma de entender la gobernanza, que nada tiene que ver con dar prioridad a los pobres, sino todo lo contrario: el desdén mismo.
Estos azotes, que nos han desgraciado más de lo que estábamos, deben, desde mi punto de vista, obligarnos a razonar que continuar por el camino al que nos han llevado los partidos políticos de la 4T sólo nos conducirá a mayores males.
Para evitarlos, es necesario cambiar lo más pronto posible el tipo de gobernantes que tenemos por otros que respondan lealmente a los intereses de los más humildes. Si los desacreditados gobernadores de los estados en ningún momento crearon “grupos de supervisión de los daños previsibles no pronosticados por las propias autoridades y las escenas de ríos y calles desbordadas con afectaciones de decenas de miles de ciudadanos”, entonces necesitamos otro tipo de gobernadores que sí los creen, que formen parte de un nuevo tipo de gobierno, que tenga por prioridad real incrementar el gasto social en este rubro hasta donde lo requiera la seguridad de nuestra población. Hablando con toda claridad, pues, necesitamos que otra clase social gobierne nuestro país. Y ésa no puede ser otra que la nuestra, la proletaria. Mientras esto no suceda, tendremos más y más gobiernos que se justifiquen irresponsablemente con que “fallaron los pronósticos”.
Pero los pobres de México necesitan crear sus nuevos gobernantes, necesitan formarlos. Ello sólo puede ser posible si pertenecen a su clase social y a su partido. Los proletarios mexicanos, pues, tienen la tarea de dotar a su partido de jóvenes de nuevo tipo que se eduquen para adquirir una conciencia de nuevo tipo, moralmente superior. Y debe ser así porque ya tenemos muchas y amargas lecciones que prueban que, de seguir gobernándonos los mismos, aunque se intercambien sus camisetas, en realidad se trata de la misma vieja clase social, caduca y egoísta, a la que sólo le interesan sus ganancias, sin considerar para nada nuestra suerte.
No sólo necesitamos un cambio generacional, sino un cambio de clase en el poder: nuestra propia supervivencia lo impone como un imperativo moral de nuevo tipo. No necesitamos que los hijos de nuestros opresores nos gobiernen, sino nuestros propios hijos. Ahora ellos deben dirigir la patria.
México se ahoga en las aguas negras de la incompetencia, insensibilidad y corrupción.
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Escrito por Luis Miguel López Alanís
Periodista y escritor. Autor del libro “Ecos de los organizadores”.