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El Ángel de la Historia
En 1921, Walter Benjamin adquirió un cuadro del “pintor expresionista Paul Klee titulado Angelus Novus , en el que podemos ver un ángel que parece petrificado en el tiempo y el espacio.
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En 1921, Walter Benjamin adquirió un cuadro del “pintor expresionista Paul Klee titulado Angelus Novus[1], en el que podemos ver un ángel que parece petrificado en el tiempo y el espacio. A primera vista, el ángel es poco llamativo, no parece especialmente horrorizado y, sin embargo, Benjamin nos dice que hay una hecatombe bajo la mirada del ángel. Una tragedia ocurriendo en ese momento. La interpretación que hace Benjamin del Ángel que está dibujado en el lienzo dista mucho de la mirada de otras personas; es decir, nosotros no vemos (¡y no podríamos hacerlo!) lo mismo que él ve en el cuadro. El horror en el cuadro es una cuestión de perspectiva. Si estuviéramos en el lugar del ángel, contemplaríamos el festival de los horrores que nos describe Benjamin. De esta manera, la mirada de Benjamin es alegórica, es decir, construye y edifica una historia que es ajena o que no está presente en la pintura.

El Angelus Novus acompañó a Benjamin en su periplo por Europa, cuando se movía incesantemente por el viejo continente infestado de fascismo y peligrosamente próximo a la medianoche. Lamentablemente, el cuadro corrió con mejor suerte que su dueño, después de ser rescatado por Theodor Adorno, ahora está exhibido en alguna universidad de Israel. En cambio, Benjamin terminó con su vida en un cuarto de hotel en Barcelona mientras huía con su tragedia a cuestas de la Gestapo para evitar ser detenido y enviado, junto con otros judíos revolucionarios a los campos de concentración o a la muerte, destino que compartía con los disidentes políticos, los comunistas y los disidentes sexuales.

Retomando el hilo inicial de nuestra argumentación, el cuadro Angelus Novus fue el artefacto artístico con el que escribió la tesis más famosa de su celebérrimo documento Las tesis sobre la historia. A pesar de que ha sido reproducida e interpretada hasta la saciedad, la replicamos para familiarizarnos y argumentar paso por paso los elementos que la conforman:

Tesis IX

Para el vuelo están listas mis alas,

Me gustaría volver atrás,

Pues aun cuando me quedara tiempo actual

Poca dicha tendría.

Gerhard Sholem

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él vemos a un ángel que parece estar alejándose de algo mientras lo mira con fijeza. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y los ojos desplegadas. Ése es el aspecto que debe mostrar necesariamente el ángel de la historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde se nos presenta una cadena de acontecimientos, él no ve sino una sola y única catástrofe, que no deja de amontonar ruinas sobre ruinas y las arroja a sus pies. Querría demorarse, despertar a los muertos y reparar lo destruido, pero desde el Paraíso sopla una tempestad que se ha aferrado a sus alas, tan fuerte que ya no puede cerrarlas. La tempestad lo empuja irresistiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que frente a él, las ruinas se acumulan hasta el cielo. Esa tempestad es lo que llamamos progreso.

Lo que Benjamin veía en el cuadro es un ángel que observa el pasado, lleno de desencanto, porque el pasado es una ruina construida sobre cadáveres, arremolinada por el efecto de un viento trágico. Pero a pesar de su petrificación, el ángel de Klee, que Benjamin identificó con el ángel de la historia, quiere tomar partido, detenerse y redimir la suerte de los muertos, deshacer las injusticias y reparar las heridas. Pero sus esfuerzos son inútiles, el ángel es impotente; no puede hacer nada porque la misma tormenta lo expulsa violentamente. Es más fuerte la tormenta que el propio ángel, que es testigo y víctima del vendaval. Ese huracán, para Benjamin, es lo que llamamos progreso. 

La novena tesis, como bien señala Michael Löwy, es el núcleo central del documento. Las demás tesis giran en torno a ella. Por eso, resulta fundamental explicarla en un lenguaje accesible y rescatar de ella ideas valiosas que nos ayuden a comprender y transformar nuestro presente. Vivimos en un tiempo marcado por la incertidumbre y la desesperanza, donde las propuestas teóricas y prácticas para cambiar la realidad son más necesarias que nunca.

Según Michael Löwy, las ruinas que observa el Ángel de la Historia, testigo elegido por Benjamin para contemplar desoladora e impotentemente, son una imagen de “las catástrofes, masacres y otros trabajos sangrientos de la historia”. Y estas ruinas no fueron provocadas por excepciones como holocaustos o hecatombes, por desviaciones del movimiento de la historia. Las ruinas, las grandes masacres de la historia, los muertos, sonprovocados por el natural devenir repetitivo de la historia, guiada por la lógica del progreso.

¿Cómo detener el avance del Progreso entendido como tempestad? Löwy propone una doble solución benjamineana, pero que se puede leer en clave política. “La respuesta (para detener la tempestad, el fatal avance del progreso es doble: religiosa y profana”. En este sentido, yo pensaría que esa dualidad se puede replicar en la dicotomía metafórica-política. “Para Benjamin, en la esfera teológica (metafórica) se trata de la realización de la misión del Mesías; su equivalente, o correspondiente profano (político) no es otro que la Revolución”. La irrupción mesiánica/revolucionaria-metafórico/política es, por tanto, la respuesta a las amenazas planteadas a la especie humana por la continuación de la tempestad maléfica y la inminencia de nuevas catástrofes. “Marx dijo que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez las cosas se presentan de manera muy distinta. Puede ser que las revoluciones sean el acto por el cual la humanidad, que viaja en ese tren, pise el freno de emergencia. De manera implícita, la imagen sugiere que, si la humanidad le permite al tren seguir su camino y nada detiene su carrera vertiginosa, nos precipitaremos directamente en el desastre, el choque o el abismo.” 

En este sentido metafórico-político: metafóricamente sólo el Mesías puede cumplir lo que el Ángel de la Historia es impotente para realizar: detener la tempestad, curar las heridas, resucitar a los muertos y reparar lo destruido; y, políticamente, sólo la Revolución será capaz de redimir el pasado ominoso de los subalternos y construir una sociedad más justa basada en el disfrute común de lo construido colectivamente. “La verdadera historia universal, fundada sobre la rememoración universal de todas las víctimas sin excepción, sólo será posible en la futura sociedad sin clases”.

Por otro lado, lo que Reyes Mate destaca de la XI Tesis de la Historia es, en primer lugar, el progreso como caldo de cultivo del fascismo. En palabras de Susan Bok-Moss, el progreso ha sido deificado dentro de nuestra sociedad. “El progreso llegó a ser una religión en el S. XIX: las exposiciones internacionales, sus altares sagrados; las mercancías, sus objetos de culto; el nuevo París de Haussman, su Vaticano”. Dicho progreso fue ampliamente aprobado en el seno del movimiento obrero de la época, lo que contribuyó a la ilusión del industrialismo de eliminar la contradicción entre las clases y realizar la hermandad común.

La reflexión anterior nos acerca a una frase clave del texto: “Ese huracán es lo que llamamos progreso”. Como interpreta Reyes Mate, si la lógica de una tormenta lleva a la catástrofe, entonces el progreso mismo es catastrófico. En 1940, cuando Walter Benjamin escribió estas ideas, no era difícil calificar esos tiempos como desastrosos. Aquella generación vivió una época marcada por las catástrofes y las revoluciones, mientras los tambores del nazismo y del fascismo resonaban por toda Europa, anunciando lo peor. Pero para Benjamin, lo realmente alarmante no era sólo la brutalidad de la guerra o la persecución racista, sino el prestigio que rodeaba al progreso y su peligrosa influencia. Una idea que, sin duda, sigue siendo relevante en nuestros días. 

Reyes Mate, Medianohe en la Historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 156. Reyes Mate señala que Benjamín vio su Angelus Novus expuesto en Berlín y cuando supo que estaba a la venta en la galería Hanz Goldtz de Munich lo compró aprovechando una visita que hizo su amigo Gersom Sholem a quien pidió que lo guardara hasta encontrar un nuevo apartamento en Berlín.

 


Escrito por Aquiles Celis

Maestro en Historia por la UNAM. Especialista en movimientos estudiantiles y populares y en la historia del comunismo en el México contemporáneo.


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