Es la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou referente obligado para entender la participación femenina en el modernismo.
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Nació el 28 de febrero de 1909, en Londres, Reino Unido. Su obra está vinculada a la década de 1930: gran parte de su mejor poesía se escribió durante esta década, y otras obras importantes, como su autobiografía World Within World (1951), su novela The Temple (1988) y algunos volúmenes de crítica se publicaron en una época de guerra a través de la propaganda. Hijo de un periodista, asistió a la misma escuela pública en Norfolk que W. H. Auden, dos años mayor que él; ambos se reencontraron en Oxford, formando parte de un grupo de poetas de izquierda que también incluía a Louis MacNeice y Cecil Day-Lewis, una asociación que dio origen al apodo colectivo de “McSpaunday”, aunque nunca constituyeron un movimiento en sentido formal. Sus primeros volúmenes de poesía reflejan su compromiso con la causa socialista, en particular Poemas (1933) y Viena (1934); sus poemas de protesta social eran personales y humanistas en un tono cuestionador, inseguro de cómo “acoplar la poesía con los eventos externos o con sus propios sentimientos” (Alan Brownjohn). La otra vertiente principal de su obra eran poemas en alabanza del progreso tecnológico, como The Pylons, escrito como un desafío deliberado a los temas rurales predominantes de la poesía inglesa.
Durante la posguerra vivió como un hombre de letras internacional. Asistió a simposios intelectuales para discutir temas como la libertad de expresión, se convirtió en consejero de la UNESCO y en 1953 fue invitado por el Congreso para la Libertad Cultural en Estados Unidos (EE. UU.) para editar la revista Encounter. Sin embargo, renunció cuando se reveló que la CIA estaba financiando parcialmente la revista. Enseñó inglés en muchas instituciones, tanto en EE. UU. como en Reino Unido. Su compromiso con la libertad artística se mantuvo firme: en 1972 fundó Index on Censorship, una organización que hacía campaña en nombre de los escritores oprimidos.
Cuando me siento a mirar por la ventana,
perdiendo el tiempo que el tráfico no pierde,
ni ninguno de los peatones que en la calle
ganan tiempo al tiempo mientras avanzan,
midiendo los segundos con sus pies,
cabalgando en sus mentes la crestada multitud
sobre caballos blancos de días que pasan,
entonces pienso en ti, James, frente a otra ventana,
con tus gruesas manos relajadas y tu mirada azul
invadida por una sensación de vacío,
sorprendido como si una ráfaga de aire
hubiera soplado entre las hendiduras
de tu mente y tu cabello,
dejando en tu ceño fruncido una confusa desesperanza.
Pero últimamente he aprendido que los espacios
y la soledad intemporal
de lugares estériles y desperdiciados,
el desierto, la habitación desordenada y la hora
entre la vigilia y el sueño
son ventanas abiertas a la energía
donde más nos convertimos en lo que somos,
cuando la mirada y el oído conscientes
se separan de lo que ven y escuchan
y en lo profundo de la negrura vacía y silenciosa
florecen melodías e imágenes con vida.
Hacer nada y todo es una droga,
mi pluma es una amarga raíz de olvido, mis pensamientos
obligan al día a cubrir con imágenes el abismo de la espera.
Luego las comidas interrumpen y pregunto: ¿qué,
qué estoy esperando?
¿Que de mi soledad brote
un tallo ascético de nueva energía?
¿O que ella entre en la habitación
con su vestido rojo y bese mis ojos hasta el júbilo
murmurando “te amo como tú amas”?
Desde hace un año he inhalado mentiras
al imaginar que mi vida era la mitad de una vida, correspondida
con la viva necesidad de otra.
Pero ahora esa mitad se ha disipado y me levanto con mi cuerpo
partido por el relámpago.
¿Cómo es posible creer que lo que me
divide no la desposee a ella también?
¿Que en algún lugar no está ella esperando dulce, tristemente,
en una orilla también desolada,
sintiendo la misma pérdida que yo,
consciente de la misma cura?
¡Ah, pero hay trenes, correos!
Entonces estos días de hierro me muestran
cuánto tiempo he estado equivocado, al parecer,
y cómo sigo tragando la verdad
–que he perdido para siempre a la que amo–
gritando por un instante, para luego volver otra vez
a mi droga de amargos días y sueños.
Lo que yo esperaba era
el trueno, la pelea,
largas batallas con hombres
y el ascenso.
Tras el continuo esfuerzo
debía volverme fuerte;
luego las rocas temblarían
y yo descansaría un largo tiempo.
Lo que no había previsto
era el paulatino día
debilitando la voluntad,
destilando el brillo,
la falta de bondad para tocar,
la dilución del cuerpo y el alma
–el humo frente al viento,
corrupto, insustancial.
El desgaste del Tiempo
y ver pasar a lisiados
con raras torceduras en sus piernas
en forma de preguntas,
la aflicción que pulveriza
derritiendo los huesos con piedad,
los enfermos cayendo de la tierra:
todo esto, no lo pude prever.
Siempre a la espera de
cierto resplandor en que confiar,
de cierta inocencia final
exenta de polvo
que, colgando con solidez,
oscilaría a través de todo,
como el poema creado
o el cristal poliédrico.
Por supuesto, todo está en colocarme
fuera del alcance normal
de las llamadas estadísticas. Matan a cien
en los barrios periféricos. Bien, bien, yo continúo.
Mientras que el gran “Yo” se mantenga sobre esta
recia cama que más parece un coche fúnebre,
en un cuarto de hotel con papel de flores en las paredes
que termina en guirnaldas, puedo pasar por alto
la presión de esos nombres bajo mis dedos
duros y negros mientras rozo el papel;
gime la radio al fondo de la sala.
Pero, ¿y si una bomba sumergiera el hocico
a través de esta cama en la que estoy?
El pensamiento es obsceno.
Con ello y todo hay muchos
para quienes mi muerte sería tan solo un nombre;
una cifra en una columna. Lo esencial es que todos
los “Yo” permanezcamos aparte,
guardados bajo flores, y que no sufra nadie
por su vecino. Entonces el horror se pospone
para cada uno sólo hasta que llega a él
y lo arrastra hacia esa pena no comunicable
que es misterio total o nada.
Es la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou referente obligado para entender la participación femenina en el modernismo.
Nació el nueve de agosto de 1922 en Coventry, Inglaterra.
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Escrito por Redacción