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Tribuna Poética
Dimensión de la Tierra de Hugo Salazar Valdés
Se trata de un extenso poema en el que la selva es el escenario en que los hombres apenas sobreviven ante la naturaleza hostil, humanizada y cruel.


La obra del poeta colombiano Hugo Salazar Valdés (Condoto, Chocó, 1922- Cali, Valle 1977), muestra en sus inicios la influencia del grupo Piedra y Cielo, que en su país promovía la poesía “pura”, con un refinado trabajo en la forma, pero alejada de los agudos conflictos sociales de la época. 

Pronto, sin embargo, sus raíces africanas y su propia vida, errante de pueblo en pueblo y viviendo de la declamación, lo llevarían por otros derroteros, adoptando el verso libre para captar, en el ritmo interno de sus poemas, el alma de la negritud y los anhelos de su ciudad natal, “una pequeña ciudad minera y tropical en el corazón de la selva colombiana”, a decir de Josefina Cornejo. 

A lo largo de 32 años publicó 11 colecciones de poesía: Sal y lluvia, Carbones en el alba, Dimensión de la Tierra, Casi la luz, La patria convocada, El héroe cantado, Toda la voz, Pleamar, Las raíces sonoras, Rostro iluminado del Chocó y Poemas amorosos; es referente obligado de la poesía negra en Latinoamérica e imprescindible para entender la poesía colombiana; por eso resulta lamentable que la difusión de su poesía se circunscriba hoy a las fronteras de su país, que no se le incluya en las principales antologías y que sus obras no estén disponibles para el mundo entero en sus fuentes originales. Poco antes de su muerte, el poeta hizo una selección de los poemas a su juicio más logrados a la que llamó Antología Íntima y de donde hemos tomado el fragmento de Dimensión de la Tierra que hoy presentamos. 

Se trata de un extenso poema en el que la selva es el escenario en que los hombres apenas sobreviven ante la naturaleza hostil, humanizada y cruel. A través de una deslumbrante progresión de metáforas, el poeta del Chocó pinta magistralmente el contraste entre el exuberante paisaje y la pequeñez e indefensión humanas. Y en medio de toda esta riqueza natural, denuncia la miseria y los sufrimientos de los hombres, atrapados entre los peligros naturales y la explotación brutal; es, además, una alegoría de las contradicciones de la mente humana, la selva interior en la que se pierde el pensamiento del poeta. 

 

(…) Porque al norte comienza el cautiverio, 

sangra mi voz con Acandí en la arena 

honda de peces, de tinieblas y ángeles. 

¡Allí empieza la selva! ¡La ancha selva 

que devora, que atrapa, que acribilla, 

descomunal, satánica, sin tiempo, 

en hoguera de sola lengua verde! 

¡La selva muscular y troglodita 

con sus tentáculos desconocidos 

y su vientre fatal de miles de hornos 

doblegando los hombres uno a uno; 

apabullando su naturaleza, 

su corporal potencia por instantes 

de succionador lodo y brea en fuego: 

el manto vegetal, la nube verde, 

la cordillera de calor, la cárcel, 

la casa de la muerte, el mar inmóvil, 

la noche pétrea, el huracán del grito! 

La selva en donde Dios se perdería 

de misterios sin número y caídas. 

La presencia del monstruo, la zozobra, 

la entraña del abismo, las ficciones, 

la fiebre vegetal con ojos ásperos, 

la luz crucificada, la tormenta. 

El murmullo del tiempo que transita 

con pasos milenarios. El follaje 

que vigila en su propia faz oculto.

(…) 

La visión sepulcral en donde intentan 

caminar en la noche los cadáveres 

y el silencio con bóvedas de espanto 

en enconada soledad caníbal. 

La selva ardiente, cruda, temeraria, 

fiera, asombrosa, heraldo de agonías. 

Artera, en sus encinas enigmáticas 

y brumas de diabólica insistencia 

o invertidos abismos donde cae 

la luz entre la sombra y viceversa. 

(…) 

¡La selva que me arrastra y precipita 

en ignoradas fuerzas antropófagas! 

¡Que me desciende y voy por sus bejucos, 

por sus raíces, por sus troncos fúlgidos, 

por la absorbencia de su mundo aparte, 

por el vaho caliente de los légamos 

con huesos de otro ayer y que interrogan; 

por el demonio oculto entre los árboles, 

por mí mismo que avanzo persiguiéndome 

y caigo en su maraña y me incorporo 

de sus secretos y sus bichos, su ánima 

o aspiro el aire putrefacto y puro; 

la nocturna preñez ruda del suelo, 

su vigor secular, su extraña vida, 

su vegetación terrestre y me contemplo 

en la vida que cae y se levanta 

en liquen de otras vidas, prepotente; 

en los árboles jóvenes, surgidos 

del mismo caos, de la misma muerte,

porque la vida es pasto de la muerte 

para engendrar la muerte en otras vidas! 


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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