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Sextante
Juego de armas
El cine estadounidense de orientación progresista ha producido cintas antibélicas y muy críticas contra el imperialismo gringo y sus aliados.


En los días que corren y como un símbolo de estos tiempos, el presidente de Estados Unidos (EE. UU.), Donald Trump, recibió a Abu Mohamed al Julani en la Casa Blanca, líder de la organización terrorista Al Qaeda, a la que gobiernos estadounidenses anteriores habían atribuido los atentados del 11 de septiembre de 2001, en los que murieron miles de personas y derrumbaron las Torres Gemelas de Nueva York. Hasta antes de la caída del régimen de Bashar al Assad en Siria, por la cabeza de este personaje (un verdadero “rebanacuellos”) ofrecían una recompensa de millones de dólares (mdd), pero ahora fue recibido como un gran “demócrata”, un héroe “luchador por la libertad”. El cambio de trato se debe a que Al Julani es hoy el dirigente de las hordas terroristas que gobiernan Siria, nación que está al servicio de EE. UU.

Esto ocurre cuando el Estado sionista de Israel continúa asesinando a miles de palestinos, sobre todo niños y mujeres, y haciendo de este genocidio un gran negocio en el que están implicadas empresas estadounidenses y europeas. La actitud hipócrita de la clase capitalista de algunos países de la Unión Europea es por demás obvia, porque mientras siguen vendiendo armas a Israel para acabar con vidas humanas en esa región del Medio Oriente, ahora “condenan el genocidio” y “comienzan a reconocer” al Estado Palestino”. ¿Esquizofrenia? No, de ninguna manera, porque en realidad es el comportamiento normal de la burguesía imperialista, la clase social más depredadora de la historia mundial.

El cine estadounidense de orientación progresista ha producido cintas antibélicas y muy críticas contra el imperialismo gringo y sus aliados. Los directores de los filmes más célebres por su posición crítica al belicismo de Occidente son Stanley Kubrick y Oliver Stone. A contrapelo de la cinematografía que denuncia las atrocidades de los ejércitos imperialistas, se destaca como la más apologista de la guerra, de las invasiones, los saqueos y los genocidios, además de la que no critica las políticas bélicas de EE. UU. y Europa occidental, pero trata de “dulcificar” los peores crímenes contra la humanidad y la venta de armas.

La cinta Juego de armas (2016), del realizador Todd Phillips, cuenta la historia de dos jóvenes gringos: Efraim Diveroli (Jonah Hill) y David Packouz (Miles Teller), ambiciosos veinteañeros que se dedican a comerciar armas y durante la Guerra de Irak realizaron pequeñas ventas de armamento y comenzaron a vivir lujosamente en Miami Beach. A finales de 2007 obtienen un contrato por 300 mdd cuando el Pentágono (Departamento de Guerra) les encarga la tarea de suministrar armas al ejército de su país, que para entonces había invadido Afganistán. Pero las cosas se les complican y tienen que volver a EE. UU.

La historia de Juego de armas no es un drama o una tragedia, sino una comedia, por lo que no es casual que se ofrezca como algo “natural” a los espectadores incautos, por el hecho de que dos personas “emprendedoras” participen en uno de los eventos que causan millones de muertos y que los presenten como unos “buenos e inofensivos chicos”. Pero la realidad es brutal y los jóvenes “emprendedores” son instrumento de los infames designios del imperialismo occidental, que lucra con la muerte y comete los abusos más bestiales contra la humanidad.

Es tal el cinismo de los imperialistas de Occidente que Donald Trump, quien aspira a obtener el Premio Nobel de la Paz, ha expresado su intención de construir una “exclusiva” zona hotelera en el territorio de Gaza, una vez que los carniceros fascisto-sionistas, que tienen a su servicio en el Medio Oriente, concluyan su tarea de asesinar a miles de niños, mujeres y personas indefensas y terminen de desplazar a los sobrevivientes de Palestina. 


Escrito por Cousteau

COLUMNISTA


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