Cultura
El cine como reflejo de la lucha de clases
El cine, más allá de una simple distracción, es un reflejo de las dinámicas sociales y especialmente de la lucha de clases.
Por lo general, se va al cine simplemente para “disfrutar” la película. Se compran palomitas, se ve la función y, al terminar, se regresa a casa. En otros casos, la elección del filme puede ser más cuidadosa, quizás porque se trata de la continuación de una saga o porque el director goza de renombre. En cualquiera de los dos escenarios, rara vez se considera el contexto, el contenido e incluso la postura política que los creadores imprimen en sus obras. No está mal ir al cine solamente a disfrutar una película, ni es necesario hacer un análisis o crítica de cada visita. Sin embargo, si este texto logra invitar a una reflexión más profunda sobre lo que consumimos en términos audiovisuales, será suficiente.
El cine, más allá de una simple distracción, es un reflejo de las dinámicas sociales y especialmente de la lucha de clases. En este sentido, es importante entender que, como medio de comunicación y forma de arte, el cine no es neutral.
Carlos Marx, en El Manifiesto del Partido Comunista, afirma que “toda lucha de clases es una lucha política”. Esta postura se deriva del análisis materialista-dialéctico de la historia que Marx, junto a Federico Engels, desarrolló. En este enfoque, las relaciones de producción son la base de lo que conocemos como superestructura, que engloba las ideas, las leyes, las instituciones y, por supuesto, el arte y la cultura. En este esquema existe una lucha de clases intrínseca que se define como el conflicto entre dos elementos fundamentales: el explotador (la burguesía) y el explotado (el proletariado). Para Marx y Engels, la historia de la humanidad es la historia de esa pugna entre clases sociales, entre oprimidos y opresores, entre los dueños de los medios de producción y quienes sólo poseen su fuerza de trabajo. Este conflicto se establece como eje de las contradicciones sociales y se refleja en todos los ámbitos de la sociedad, incluido el cine, que a menudo evidencia desigualdades económicas, estructuras de poder y sistemas sociales que perpetúan la pobreza, la sumisión y la violencia.
Algunos cineastas han tratado de exponer las dinámicas de explotación de la sociedad capitalista y, a través de sus obras, no sólo representan la lucha de clases, sino muestran la desigualdad económica y explican cómo las diferencias sociales afectan las decisiones y los destinos de los personajes.
Sin embargo, bajo el sistema capitalista, estas representaciones encuentran límites claros. El cine es, antes que nada, una industria cultural sometida a las leyes del mercado; esto significa que la mayoría de las producciones responde más a criterios de rentabilidad que a la necesidad de reflejar la realidad social. Esta lógica mercantil produce una “censura invisible”: las historias que cuestionan abiertamente el sistema económico suelen tener menos apoyo financiero, menor distribución y, en muchos casos, se ven relegadas al circuito independiente. De este modo, las narrativas críticas conviven en tensión con un cine hegemónico que privilegia el entretenimiento, el espectáculo y la evasión, reforzando la alienación que el propio Marx denunció.
En consecuencia, aunque algunos directores logran abrir grietas en este sistema, el cine capitalista en su conjunto tiende a suavizar o distorsionar las contradicciones de clase, presentando conflictos sociales como problemas individuales o morales y no como estructurales. Así, la industria limita la potencia política del cine, reduciéndolo a un producto de consumo antes que a una herramienta de conciencia colectiva.
El cine debe entenderse, entonces, como una herramienta ideológica. No basta con representar las injusticias sociales, sino que es necesario señalar las raíces estructurales del sistema capitalista que las produce. En manos comprometidas, el cine puede desarmar la ideología dominante, orientando la conciencia de clase del espectador y, en última instancia, contribuyendo a cuestionar y a derrocar el sistema que profundiza las desigualdades, vislumbrando así posibilidades de transformación social.
El cine influye en nuestra visión del mundo y en cómo entendemos las relaciones de poder que nos rodean. Como espectadores, podemos disfrutar una película sin perdernos en sus mensajes ideológicos; pero, al mismo tiempo, debemos ser conscientes de que cada historia, imagen o narración refleja, consciente o inconscientemente, la ideología de quienes la crean. Así, el cine no sólo es un medio para escapar de la realidad, sino también una forma de ver el mundo con nuevos ojos, cuestionar el orden establecido y participar activamente en la lucha por una sociedad más justa.
Escrito por Diana Villegas
Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Autónoma Metropolitana con especialidad en Análisis Cinematográfico