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Sextante
Las muertas
La historia, tanto en la novela como en la cinta, está inspirada en hechos reales ocurridos desde finales de los años 40 hasta comienzos de los años 60 del Siglo XX.


Se acaba de estrenar la miniserie Las muertas, del conocido realizador mexicano Luis Estrada quien, basado en la novela homónima de Jorge Ibargüengoitia, narra una historia que se puede catalogar como cine policial, drama de horror salpicado de humor macabro, etc.

La historia, tanto en la novela como en la cinta, está inspirada en hechos reales ocurridos desde finales de los años 40 hasta comienzos de los años 60 del Siglo XX.

En la vida real existieron cuatro hermanas madrotas (proxenetas) apellidadas González Valenzuela cuyos crímenes fueron expuestos en un periódico sensacionalista llamado La Alarma, que fue muy popular a inicios de los años 60, sus reportajes cargados de exageraciones apelaban al morbo de un público muy amplio, ávido de conocer las fechorías y ruindades más oscuras de las hermanas conocidas como Las Poquianchis. Sin embargo, en la novela de Ibargüengoitia, los crímenes y brutales abusos de Las Poquianchis se pintan con mucha indulgencia; parecería que los horrores sufridos por decenas de adolescentes y muchachas se vuelven menos violentos, como si las proxenetas no fuesen tan brutales y sus crímenes tuviesen una explicación provocada por circunstancias que, de alguna manera, justificaran su conducta delictiva.

En la historia, las madrotas son sólo dos hermanas (en la vida real fueron cuatro). La cinta, que recurre a flashbacks, comienza narrando el romance de Serafina Baladro (Paulina Gaytán) con Simón Corona (Alfonso Herrera), quien abandona a Serafina; tiempo después, ella busca matar a Simón, pues no le perdona que la haya abandonado. Arcángela Baladro (Arcelia Ramírez) es la madrota que inicia el negocio de un prostíbulo.

La forma de reclutar a las mujeres para los lupanares de las Baladro era simple y tenía probada eficacia: recorrían las rancherías y pueblos del Bajío y otras regiones buscando a adolescentes, hijas de campesinos muy pobres, a quienes les prometían trabajo como criadas de familias pudientes; convencían a sus padres prometiéndoles que tendrían buena paga y el sustento asegurado. Pero la brutal realidad se presentaba en cuanto las víctimas llegaban a los burdeles. En todo su accionar criminal, las Baladro tenían el apoyo del capitán Bedoya (Joaquín Cosío), ligado sentimentalmente a Serafina; esa relación no era obstáculo para que, cada vez que podía, Bedoya sacara “raja económica” de los negocios de sus “protegidas”.

En la cinta, constantemente se mostrará la corrupción de las autoridades: desde un gobernador hasta el ministerio público, el juez y todo tipo de funcionarios de menor rango. En la miniserie también es una constante la crítica a la hipocresía de la Iglesia Católica, que condena la prostitución, pero lucra con las madrotas. La historia, comparada con los crímenes de Las Poquianchis, es una versión light, una visión edulcorada y con humor caustico y macabro

Según la versión de las autoridades judiciales de aquella época y los mismos relatos de la prensa (descartando el sensacionalismo), Las Poquianchis no asesinaron a media docena de mujeres, sino que mataron a más de 90 (otras versiones aseguran que a más de 150 infelices); la realidad supera con creces la ficción literaria y cinematográfica, pues las jóvenes no sólo sufrieron una ominosa esclavitud, sino que eran alimentadas con tortillas duras y frijoles, castigadas brutalmente, golpeadas hasta destrozarles el cráneo; si se embarazaban, las obligaban a abortar; y si nacían niños, éstos eran también asesinados; el militar que en la vida real ayudó a Las Poquianchis enterraba vivas a las prostitutas envejecidas o enfermas. También es característico del cine de Luis Estrada ser un crítico muy duro con el régimen “prianista”; pero en sus últimas cintas –ya realizadas bajo los gobiernos de Morena– se ha vuelto más suave. Su crítica no tiene ya el filo de La ley de Herodes, La dictadura perfecta y El Infierno; ahora parece que sigue la tendencia de culpar al pasado por los males de hoy, muy al estilo de los gobernantes de la “Cuarta Transformación”. 


Escrito por Cousteau

COLUMNISTA


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