Cargando, por favor espere...

Filosofía
El individuo, la totalidad y la espiritualidad
Uno de los principios básicos de las sociedades capitalistas es el individuo.


Uno de los principios básicos de las sociedades capitalistas es el individuo. La concepción inmediata de la persona es que cada una es una totalidad independiente de las otras, es decir, que cada persona es por sí misma, que en ella se encuentran todas las razones que la hacen ser y todos los elementos que posibilitan su existencia. Los demás individuos se presentan, entonces, como elementos que también son, en sí mismos, independientes de mí, con los que la relación que existe (en caso de que exista alguna) es producto de la casualidad.

Esta consideración de las personas como si cada una fuera independiente de las demás es constantemente reforzada por el aparato legal, la educación básica y el modo en que, efectivamente, parece que se desarrolla la vida social. Legalmente hablamos de derechos colectivos, pero sólo como condiciones de los derechos individuales; desde temprano aprendemos que cada quien debe hacerse responsable de sus actos, como si las decisiones que tomamos no fueran el resultado de un conjunto de condiciones que las posibilitaron.

Sin embargo, al acercar la lupa a lo que constituye a la persona, es posible observar que aunque la determinación individual es un elemento fundamental para que la persona sea lo que es, no es suficiente por sí misma; es decir, aunque podamos reconocer el valor que cada quien tiene en lo que cada quien ha logrado ser, esto no puede ser lo único que sustente lo que cada quien es. Los ejemplos más básicos que pueden señalarse en este sentido se refieren al nacimiento de cualquier persona: nadie puede crear su propio cuerpo; éste es siempre el resultado de una unión previa a la formación de la conciencia individual. Pero así como sucede con el cuerpo, también sucede con la formación de la personalidad. Nadie se forma a sí mismo de la nada; lo que constituye nuestras convicciones más profundas surge de nuestra interacción con otras personas, del contexto social en el que nacimos y nos desarrollamos. Es cierto que, como señaló Marx, las condiciones no se relacionan unilateralmente con las personas; no es que sólo nosotros recibamos el impacto de nuestras condiciones, sino que también éstas pueden ser “educadas”, transformadas por las personas.

Ahora bien, esta contradicción entre la concepción reforzada por todos los medios de que el individuo puede valerse únicamente por y de que debe preocuparse primero por , así como la constatación efectiva de que para ser requiere de la existencia de un conjunto mayor a sí mismo, provoca, entre otros resultados, que la persona busque diferentes modos de conectarse a sí misma con una universalidad que intuye, pero que no puede aprehender completamente. En estricto sentido, esa universalidad ya se encuentra en la vida cotidiana, está a la mano, pero la oculta la repetición de que cada quien puede y debe valerse por sí mismo. Así, surgen constantemente nuevas formas que pretenden subsanar esa ausencia, ya sea a través de nuevos misticismos, de viejos o de experiencias suprasensoriales, pero ninguna de ellas logra demostrar que la unión con la universalidad ya se encuentra presente en la mera existencia social de las personas. 


Escrito por Jenny Acosta

Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.


Notas relacionadas

La productividad se erige como una virtud moral fundamental para el capitalismo, pero no porque se conciba como un valor moral, sino porque sirve a sus intereses específicos.

El imperialismo no es un fenómeno nuevo en la historia. Los imperios aparecieron desde los albores de la sociedad dividida en clases: el acadio, el egipcio, el asirio, el griego, el persa, el romano, el chino, por nombrar algunos de los más conocidos y antiguos.

A medida que el capitalismo se desarrolló y expandió globalmente, los sistemas monetario y financiero fueron adquiriendo un rol cada vez más relevante en el funcionamiento del sistema capitalista.

Durante los últimos años, las sociedades han prestado mucha atención a la naturaleza. Esta revaloración, en parte, se explica por los cambios drásticos que los ecosistemas sufren debido a la transformación humana en ellos.

Uno de los efectos menos visibles, pero más profundos, del capitalismo es la atomización de la sociedad.

La sociedad capitalista es una sociedad basada en la ciega lucha de intereses egoístas, una sociedad cuyo desarrollo está sujeto exclusivamente a la “presión de las carencias”; por eso, es –como decía Marx– el verdadero “reino de la necesidad”.

Es necesario aprender críticamente de lo que leemos.

Los indicadores son del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y “evalúan” 18 criterios; pero sólo son seis los encontrados por encima del promedio general.

La auténtica tradición política en favor de los sectores oprimidos y explotados no es relativista.

En la Rusia zarista del Siglo XIX, el acceso al conocimiento era privilegio de unos pocos.

A diferencia de la obra magna de Marx, el Manifiesto pretende penetrar como daga en la carne del capital. Busca ser un arma en manos del proletariado; una herramienta de combate y no una explicación holística de la vida y el hombre.

Una de las características del tiempo en el que vivimos actualmente es la globalización.

Son importantes. Las fábulas que aquí se desarrollan son muestra de una literatura profunda, que busca no sólo enseñar moral, sino que la gente reflexione sobre otro tipo de problemas.

En este recorrido por la historia de la filosofía griega se advierte que el primer atisbo de reflexión genérica sobre el origen y modo de ser del universo, la Tierra y el hombre.