La realidad presente y la historia nos alertan de que el peligro es real.
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Guerra civil (2024), del realizador Alex Garland, es un road movie distópico que narra las vivencias de los periodistas estadounidenses Lee Smith (Kirsten Dunst), Joel (Wagner Moura), Jessie (Cailee Spaeny) y Sammy (Stephen McKinley), quienes en un futuro cercano a la actualidad buscan entrevistar al presidente de Estados Unidos (EE. UU.). La superpotencia tiene una guerra civil en la que los dos estados más ricos de la Unión Americana, California y Texas han conformado una alianza político-militar que lucha contra el gobierno federal norteamericano, encabezado por un presidente que se ha reelecto dos veces y está dirigiendo a EE. UU. por tercera vez (surgen las interrogantes inmediatamente: ¿serán los que dirigen al Partido Demócrata quienes están lanzando dardos políticos envenenados contra Donald Trump, quien recientemente ha expresado su deseo de tener un tercer periodo presidencial, lo que está prohibido por la Constitución de EE. UU. e implicaría modificarla? Los tres periodistas planean dirigirse a Washington, D.C. para entrevistar al supuesto dictador.
La cinta nos va mostrando en ese largo recorrido, que EE. UU. es un país sumido en un caos terrible. Por doquier existen grupos paramilitares que asesinan a cualquier ciudadano sin ninguna razón. Es la ley de la selva llevada al extremo. En un lugar de su recorrido, los periodistas son alcanzados por dos colegas chinos, amigos de Joel. Esos periodistas terminan asesinados a mansalva por un combatiente fuera de sí de un grupo paramilitar y Lee, Joel y Jessie están a punto de ser ultimados cuando Sammy llega con la camioneta y atropella al desquiciado y a otro de los asesinos.
Las últimas secuencias del filme presentan los momentos en que las fuerzas militares occidentales –Texas y California– toman La Casa Blanca, defendida por tropas leales al presidente. Los soldados occidentales llegan a donde se encuentra el presidente y le dan un disparo fatal. Antes de morir, el presidente es entrevistado por Joel y dice: “no dejen que me maten”. La prensa ha “triunfado”, aunque el país esté destrozado.
Guerra civil no se sale de los esquemas del cine hollwoodense y presenta la trillada historia tradicional en el cine norteamericano, es decir, nos presenta una vacua historia de violencia y acción que no explica las causas de la guerra civil; no trata de presentarnos a esta guerra como una manifestación de la lucha entre clases sociales. Y esto, por supuesto, no es ninguna casualidad, puesto que los productores, el realizador y todos los que hicieron posible el filme, no tienen el menor interés en dar una perspectiva revolucionaria al pueblo norteamericano, dado que la industria cinematográfica gringa ha sido y es una industria que está controlada por la oligarquía imperialista gringa. Por tanto, las narrativas que impulsa esta industria en las películas que produce tiene dos fines esenciales: primero, es un gran negocio del “entretenimiento”; y segundo: sirve para manipular las conciencias de los centenares de millones que conforman la población norteamericana (y también a los miles de millones de habitantes del planeta que están bajo la influencia social e ideológica de EE. UU.).
Sin embargo, cada día que pasa, como se puede constatar fácilmente, EE. UU. está cada vez más arruinado; su deuda ha crecido estratosféricamente; cada vez es más grande su incapacidad para resolver la problemática de la mayoría de la población: la pobreza está creciendo cada día, los ciudadanos norteamericanos ven cómo mientras la oligarquía yanqui sigue engordando descomunalmente su riqueza, a la población trabajadora se le cierran los accesos a la salud pública, a la educación; cada vez hay más drogadicción y muertes por este flagelo y la infraestructura urbana, del transporte, hospitalaria, de servicios tan básicos como la que sirve para generar energías, la que permite el desarrollo productivo, han envejecido a grado tal que se acerca el momento de su completa obsolescencia. Guerra civil es una cinta catastrofista, despojada de cualquier enfoque histórico y científico. Y representa un intento más para obnubilar la mente de los cineespectadores. Pero ninguna narrativa “distópica”, manipuladora, podrá evitar que el pueblo norteamericano, llegado el momento, encuentre el camino de su liberación, muy a pesar de los deseos de la plutocracia gringa.
La realidad presente y la historia nos alertan de que el peligro es real.
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COLUMNISTA