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Con profunda pena informo que el martes 12 de mayo pasado, a eso de las seis de la mañana, falleció de un infarto al miocardio en la ciudad de Tuzantla el ejemplar activista del Movimiento Antorchista Nacional, Juan Calzada Abad. El inolvidable compañero Juanito cumplió cabalmente con la promesa que hizo alguna vez siendo muy joven, nada ni nadie –y algunos lo intentaron– lo hizo desistir de vivir y morir luchando por los más pobres de la tierra. Levantamos su bandera y en tanto que su ejemplo viva en nosotros, vivirá siempre.
Mientras que los hospitales del sistema nacional de salud, designados para atender a personas con Covid-19, en todo el valle de México, en donde habita buena parte de los mexicanos, están saturados y no se puede recibir a un paciente más y, mientras que los llamados equipos de ventilación mecánica asistida, que tardíamente fueron solicitados para ampliar la capacidad de atención de ocho hospitales federales siguen sin llegar a su destino, en una palabra, en momentos en que el primer mandatario del país debería trabajar con toda intensidad con su equipo de administradores y expertos para mitigar la trágica emergencia y paliar un poco sus dramáticos resultados, sale a los medios de comunicación a dedicar su tiempo y su esfuerzo a informar acerca de la llegada de la “nueva normalidad”.
Si bien es completamente cierto que la pandemia y el confinamiento para defenderse de ella no durarán siempre, también es cierto que un problema tan doloroso que ya ha cobrado, según datos oficiales muy cuestionados, casi cuatro mil vidas, debe atenderse por etapas, privilegiando los fenómenos que suceden y no adelantando vísperas. Nada justifica la precipitación. La pandemia está al alza. Varios gobernadores y presidentes municipales, entre estos últimos la presidenta municipal de Ixtapaluca y el presidente municipal de Chimalhuacán, han lanzado la voz de alerta acerca de la extrema gravedad de la situación por la que atraviesan sus estados y municipios, de manera que discutir ahora de los planes para el desconfinamiento de la población y de la entrada a una “nueva normalidad”, resulta extraño e imprudente; es, a todas luces, un despropósito de quienes se supone que deben encabezar a la población para que salga lo mejor librada de la pandemia que la azota.
Están, asimismo, latentes y sin atención, los problemas de los apoyos a los empresarios medianos y pequeños a quienes se ha abandonado a su suerte y están, como primordial preocupación, los alimentos a los millones de mexicanos que están confinados sin ingresos y sin nada con qué alimentar a sus hijos. Todas estas desgracias han estado siendo, en el mejor de los casos, muy mal atendidas y muchas de ellas de plano ignoradas, a toda la gente que clama por despensas, que saca sus banderas blancas en las colonias y vocea con carricoches o bicicletas su necesidad, se le voltea la cara y se finge que no existe. ¿Primero los pobres?
Pero si lo pensamos bien, si tratamos de razonar, no en función de la defensa de los intereses de la población afectada que muere todos los días, sino en función de los intereses que tienen quienes nos gobiernan y de los intereses que representan, no parecerá tan inexplicable y desatinada su conducta. A los gobernantes y a los poderosos que los patrocinan ya les urge volver a la normalidad, independientemente de lo que esto signifique, pero necesitan como el aire que se vuelva a generar a raudales la ganancia. Mucho se ha dicho que el capital “da trabajo” pero, en realidad, de lo que vive es de comprar fuerza de trabajo para ponerla en acción de manera tal que con su misma labor se gane su salario, el tiempo que trabaja el obrero más allá del tiempo en que se gana lo que cobra, es la ganancia.
Pero resulta que una buena parte de la fuerza de trabajo no está en acción y, por tanto, no está generando ganancia, el capital, pues, no está cumpliendo su actividad básica, la que lo explica y le da vida. No solo eso, como todo mundo sabe, con muchísimas limitaciones y regateos, de muy mala gana, el capital y sus representantes tienen que ayudar a millones de asalariados y empleados informales y, también, de manera gratuita, tienen que atenderlos cuando se contagian y, no pocas veces, hasta cooperar para el sepelio. Para ellos, el mundo está de cabeza. Tiene que volverse a la “normalidad”, a la producción y a la apropiación de la ganancia.
Así se explica que Donald Trump se muestre tan partidario de la pronta apertura de la economía, a pesar de que Estados Unidos es la nación más afectada por la pandemia al contabilizar 78 mil 794 muertos y un millón 309 mil 168 casos de contagiados. Pero a Trump lo que le mortifica es que en el primer trimestre del año la economía de Estados Unidos se contrajo en un 4.8 por ciento, es decir, que se dejaron de producir muchos millones de mercancías en forma de bienes y servicios, que la Oficina de Presupuesto del Congreso ya ha estimado que el PIB caerá de abril a junio a una tasa anual del 40 por ciento y que, según un informe publicado en Forbes, Estados Unidos ahora tiene 40.6 millones de desempleados, o sea, el 24.9 por ciento de su fuerza laboral. Todo ello explica sobradamente la prisa de Donald Trump.
Y explica también la alineación del presidente de México, quien emite mensajes relajantes, tales como que ya se ve la luz al final del túnel y que ya aplanamos la curva o, como ahora que anunció que el miércoles 13 daría a conocer los acuerdos para el regreso a la “nueva normalidad”. Y en efecto, el martes 12 por la tarde, precisamente el día que la población sufrió la jornada con más muertos y más contagios desde que inició la pandemia, sesionó el Consejo de Salubridad General y dictaminó entre otras disposiciones, que en cinco días se incorporan a la lista de actividades esenciales, la construcción, la minería y ¡ojo! la fabricación de equipo de transporte, o sea, las piezas que tanto ha estado reclamando Donald Trump para reanudar la producción de automóviles en su país.
La pandemia crece todos los días. Al menos todavía y durante varias semanas. No es momento de abrir la economía ni pensar en ello, lo actual, lo urgente es que el Estado atienda a la población en sus necesidades sanitarias y de alimento. El principal experto que asesora al gobierno de Estados Unidos ya advirtió ante el Senado que si se reabre la economía con demasiada rapidez, las consecuencias pueden ser realmente graves, que habrá inevitablemente nuevos contagios. Pero están muy insistentes. ¿Cree usted que entre las clases dominantes del mundo no hay quienes hagan la cuenta de las muertes que pueden suceder en una o varias empresas por un desconfinamiento apresurado y que calculen que los pueden sustituir al día siguiente dada la cantidad de desocupados y subocupados que existen? ¿No cree usted que hay radicales que conciben a los trabajadores como material sustituible? Aunque tomen la decisión y la impongan aprovechándose de la angustia de la parte más abandonada y, por tanto, más desesperada del pueblo, estarán jugando con fuego. Y la verdad acaba por conocerse.
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En el ejercicio presupuestal de este año se vio reflejado mayores recortes, afectando el funcionamiento de las instituciones educativas.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".