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Distinguir la forma del contenido en política no es tarea sencilla. Normalmente asociamos las representaciones de cierto objeto con el fenómeno mismo; nos perdemos en las apariencias o en las manifestaciones externas que, a simple vista, se observan, quedando imposibilitados para conocer la verdad, cuyo contenido es mucho más profundo y complejo. De esta manera nos enfrentamos a uno de los fenómenos más comunes en la vida política moderna: el oportunismo.
Suele relacionarse este concepto con el de la impertinencia o, en última instancia, con la incongruencia. El oportunista es, según las interpretaciones de la conciencia ordinaria, aquel que actúa en un momento poco propicio, que reacciona solo cuando ve la “oportunidad” de sacar ventaja; o, en pocas palabras, el oportunista es un aprovechado. Muy poco tiene que ver el concepto de oportunismo con esta interpretación y su desconocimiento tiene consecuencias verdaderamente dañinas, considerando el efecto que históricamente ha causado en las sociedades modernas.
El oportunismo consiste, para no dar tantas vueltas sobre el asunto, en sacrificar los intereses generales, los fines últimos de cualquier fenómeno, por los intereses inmediatos, aquellos que otorgan satisfacción a corto plazo pero arriesgan las tareas ulteriores que se han fijado. Es confundir el proceso con la meta, sustituir los intereses colectivos por los personales y sacar ventajas inmediatas que, más tarde, pueden costar el triunfo de una causa. “El oportunista, por su misma naturaleza, esquiva siempre plantear los problemas de un modo preciso y definido, busca la resultante, se arrastra como una culebra entre puntos de vista que se excluyen mutuamente, esforzándose por estar de acuerdo con uno y con otro, reduciendo sus discrepancias a pequeñas enmiendas, a dudas, a buenos deseos inocentes, etc., etc.” (Lenin).
Para esclarecer el fenómeno, el oportunista luce como un “matasanos”, un doctor de ocasión que, viendo al paciente lamentarse por el dolor que le aqueja en una pierna, decide cortársela. Solo tenía un golpe, pero nadie podrá decirle al doctor que no logró curar el dolor.
En política, el oportunismo es el pan de todos los días, aunque pocas veces es descubierto incluso por quienes lo ejercen. Es una de las actitudes más corrosivas y dañinas que pueda existir en un partido político y, normalmente, es en los llamados partidos de izquierda donde más se presenta. Hoy, en México y Latinoamérica, son los partidos oportunistas de izquierda los que se han hecho del control político. Precisamente su capacidad de negociar los intereses de las mayorías con los grandes dueños de la riqueza y el poder les ha permitido “mercar” hasta con los principios. Con ellos, todo puede negociarse, concederse o arreglarse; pues el fin es el poder y para sostenerse nada importa más que servir a los intereses opuestos a los que teóricamente se defienden.
El morenismo, si quiere comprendérsele a profundidad, no debe ser visto como la creación monstruosa de un hombre sin escrúpulos y razón. Es el efecto natural del oportunismo de izquierda. Una vez que los partidos de centro y derecha en México demostraron su inutilidad, la burguesía mexicana, que hoy se presume dueña de Palacio Nacional, decidió inventar un nuevo partido capaz de poner a las masas de su lado sin por ello beneficiarlas material o espiritualmente. El Movimiento Regeneración Nacional (Morena) es la más alta expresión del oportunismo nacional. La prédica de transformación quedó solo en eso; y se sacrificaron todos los intereses generales de un verdadero partido popular: disminución de la desigualdad, impuestos progresivos, reorientación del gasto público hacia los sectores más vulnerables y creación de trabajos con salarios dignos para los mexicanos. Como respuesta, el sacrificio tuvo la simpatía de los ricos y poderosos en México. Se ha dejado intactos a los empresarios; y con este gobierno han mejorado sus prestaciones.
El problema del oportunismo, sin embargo, apenas empieza. Al ofrecer a las masas el cambio estructural que tanto anhelan y en su lugar se les ha dado más pobreza y miseria, el golpe de reacción puede ser fatal. El oportunista declara ante el pueblo: “ven conmigo, yo te sacaré del atolladero” “¿Cómo?” Pregunta éste. “No es momento de explicaciones, tú sígueme, yo te salvaré”. Cuando el pueblo abra los ojos y se vea frente al precipicio, su reacción será rabiosa; tarde o temprano, los oportunistas son descubiertos y una reacción ciega y visceral puede ser fatal: considerando que, en momentos de furia, las masas piensan en destruir al “fariseo” antes que en remediar el engaño.
Así pues, si queremos entender los tiempos que nos toca vivir, hay que verlos como los tiempos del oportunismo; es la fase que media entre la traición y el despertar. Nuestra labor consiste en decir la verdad en cada rincón y a cada mexicano, incluso si parecen no estar dispuestos a escuchar. Mientras el pueblo mantenga la confianza en la ilusión, debemos realizar una labor de crítica incansable; no importa que nos quedemos en minoría; no importa que, por algún momento, se nos catalogue de fatalistas, como simples enemigos del poder. No somos el demostrador que siempre aparece a la hora de la evidencia; nuestro papel consiste en criticar precisamente ahora que todos cierran los ojos o se pierden en las apariencias del poder.
Cuando llegue el despertar, después de que la realidad sacuda con su crudeza a los dormidos, llegará nuestro tiempo.
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).