En algún lugar, Marx plantea una idea que, aunque se refiere al Siglo XIX, podemos decir que sigue siendo útil para analizar nuestra realidad.
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Así como en la narrativa histórica oficial existen “héroes”, también existe su opuesto. Cierto tipo de figuras controversiales, cuyos actos han provocado que en el imaginario colectivo sean tildados como “villanos”. El nombre de Adolfo Hitler en la historia mundial quizá sea el más representativo; o en la nacional, figuras como la de Hernán Cortés, Agustín de Iturbide, Porfirio Díaz o Gustavo Díaz Ordaz son catalogadas de esa manera. Sin embargo, hay quienes en determinados momentos han pugnado por que este tipo de figuras sean suprimidas del relato histórico, como una forma de condena. Es decir, destruir sus monumentos y retirar sus nombres de calles o espacios públicos, entre otras. En una palabra, condenarlos al olvido; pero olvidar los traumas históricos y a sus perpetradores lejos de condenar sus actos favorece al surgimiento de ese tipo de figuras.
En ese sentido, la enseñanza de la historia en las aulas y espacios públicos es sin duda indispensable. Eso implica, por supuesto, reconocer la existencia de momentos traumáticos, nombrar a esas figuras y comprender que las acciones de este tipo de personajes no ocurrieron por una suerte de voluntad o capricho personal; que sus decisiones, por más atroces que hayan sido, dependen de contextos históricos particulares. Por ejemplo, el ascenso del nazismo no se explica sólo a través de la figura de Hitler, sino también a la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, a las consecuencias desfavorables del Tratado de Versalles y, por supuesto, al uso efectivo de la propaganda.
Comprender la existencia de ese tipo de momentos y figuras históricas es también una forma de cuestionar las narrativas oficiales. De esta manera podremos entender que la historia no está determinada por héroes y villanos, sino por figuras construidas de una u otra forma sobre la base de sus circunstancias específicas. La creación de este tipo de estereotipos se basa en una concepción reduccionista y maniquea de la historia en la que, además, las individualidades se presentan como las protagonistas absolutas. Esto conduce a una comprensión limitada del pasado y, peor aún, propicia la aparición de políticos que se asumen como los constructores o salvadores de un país. De este modo, reivindican a determinadas figuras históricas como una estrategia para legitimarse.
Actualmente, esa misma lógica de héroes y villanos sigue siendo utilizada para moldear nuestra percepción del presente. Las narrativas oficialistas convierten a ciertos políticos en figuras redentoras mientras satanizan a otros. No olvidemos, por ejemplo, cómo el pasado gobierno de Andrés Manuel López Obrador se autoproclamó heredero de los grandes “héroes de la nación” y así catalogó como “villanos” de la historia de México a sus adversarios, los conservadores, etiquetándolos, además, como traidores. En definitiva, este recurso tan socorrido por la narrativa histórica oficial, más allá de romper con ciertos “errores” del pasado, los reproduce.
Cuestionar las narrativas oficiales y tratar de comprender el pasado en su complejidad compete no sólo a los historiadores. De otro modo la lista interminable de héroes y villanos seguirá ocupando las páginas de los libros de historia. Resulta necesario, entonces, reconocer las circunstancias que moldearon a estas figuras y sus actos para superar los problemas del presente y construir alternativas para el futuro. Al final, la historia no se trata de héroes ni de villanos.
En algún lugar, Marx plantea una idea que, aunque se refiere al Siglo XIX, podemos decir que sigue siendo útil para analizar nuestra realidad.
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Escrito por Victoria Herrera
Maestra en Historia por la UNAM y la Universidad Autónoma de Barcelona, en España.