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“Recuerdo que una vez, cuando era niña”
Los artistas, y especialmente los escritores, vuelven a menudo sobre sus pasos, evocan la calle de su infancia, la casa paterna, a los familiares más queridos.
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Ése es el primer verso de Hace tiempo, de la escritora española Francisca Aguirre (1930-2019). Dedicado a la pareja formada por la psicoanalista y profesora Natividad Corral y el poeta, matemático y filósofo Jorge Riechmann. Escrito en verso libre y en el tono sincero, intimista y testimonial propio de su autora, el poema está contenido en Los trescientos escalones (1977), libro dedicado a su padre, el pintor Lorenzo Aguirre, ejecutado por el franquismo cuando ella contaba apenas 12 años, evento que marcó su vida para siempre.

Si en los primeros años de la vida se forman el carácter y la personalidad de los seres humanos; si, como es sabido, los eventos felices o funestos se graban indeleblemente en la memoria del niño y el hombre se aferra a sus recuerdos, convertidos en parte inseparable de su ser, una sociedad que se preocupara por la salud, la felicidad y el desarrollo integral de cada uno de sus miembros comenzaría por cuidar a los niños, erradicando la desigualdad y la explotación, de las que nacen la violencia, el hambre, las guerras y el dolor que hoy, como hace miles de años, se ceban especialmente sobre los seres humanos más indefensos.

Los artistas, y especialmente los escritores, vuelven a menudo sobre sus pasos, evocan la calle de su infancia, la casa paterna, a los familiares más queridos; recuperan las emociones de su niñez y las reelaboran para mostrarlas como un entrañable tesoro recuperado de las entrañas de la tierra. En algunos la nostalgia es dulce, apacible y cristalina; pero en otros, los eventos trágicos vuelven a sangrar como entonces; “Yo recuerdo mi infancia y no sé cómo/  casi siempre termino recogiendo escombros”, dice Francisca Aguirre en Cuando recuerdo que una vez fui niña; y en Hace tiempo, que dista mucho de ser un luminoso y soleado poema de vuelta a la infancia, a través de brillantes metáforas acústicas y cinéticas refleja la visión catastrófica de una niña cuyo mundo ha sido destruido de golpe, mientras el silencio, la oscuridad y el frío se apoderan de todas las cosas.

Recuerdo que una vez, cuando era niña,

me pareció que el mundo era un desierto.

Los pájaros nos habían abandonado para siempre:

las estrellas no tenían sentido,

y el mar no estaba ya en su sitio,

como si todo hubiera sido un sueño equivocado.

Sé que una vez, cuando era niña,

el mundo fue una tumba, un enorme agujero,

un socavón que se tragó a la vida,

un embudo por el que huyó el futuro.

Es cierto que una vez, allá, en la infancia,

oí el silencio como un grito de arena.

Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,

se me calló la sangre, como si de improviso,

sin entender por qué, me hubiesen apagado.

Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:

un asombro tan triste como la triste muerte,

una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.

Y un odio lacerante, una rabia homicida

que, paciente, ascendía hasta el pecho,

llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.

Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba

cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,

y yo estaba segura de que un día mi padre volvería

y mientras él cantaba ante su caballete

se quedarían quietos los barcos en el puerto

y la luna saldría con su cara de nata.

Pero no volvió nunca.

Sólo quedan sus cuadros,

sus paisajes, sus barcas,

la luz mediterránea que había en sus pinceles

y una niña que espera en un muelle lejano

y una mujer que sabe que los muertos no mueren.

 

Además del poemario mencionado, dentro de la obra poética de Francisca Aguirre figuran Ítaca (1972); La otra música(1978); Ensayo General (1996); Pavana del desasosiego (1999); Ensayo General. Poesía completa 1966-2000 (2000); Memoria arrodillada (antología, 2002); La herida absurda (2006); Nanas para dormir desperdicios (2008); Historia de una anatomía (2011); Conversaciones con mi animal de compañía (2012); Ensayo general. Poesía reunida 1966-2017 (2018).

Su llegada tardía al escenario de las letras no impidió que recibiera numerosos premios: Premio Leopoldo Panero, 1971; Premio Ciudad de Irún, 1976; Premio Galiana, 1994; Premio Esquío, 1995; Premio María Isabel Fernández Simal, 1998; Premio de la crítica valenciana al conjunto de su obra, 2001; Premio Alfons el Magnànim, 2007; Premio Internacional Miguel Hernández, 2010; Premio Nacional de Poesía, 2011; Hija predilecta de Alicante en 2012; Premio Nacional de las Letras Españolas, 2018. 


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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