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Poesía, traducción y versión
Cada vez es más común llamar “versión” a las obras poéticas que originalmente fueron escritas en otra lengua, en lugar del término tradicional de “traducción”.
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Cada vez es más común llamar “versión” a las obras poéticas que originalmente fueron escritas en otra lengua, en lugar del término tradicional de “traducción”.

La razón no es difícil de entender: el ejercicio pragmático de la traducción, entendido como la reinterpretación literal, lo más fiel posible, del significado directo entre una lengua y otra, es inaplicable en la expresión poética. La poesía, como forma artística de expresión, se nutre precisamente de los límites de esos significados literales y directos. Es más, la poesía comienza a brotar, precisamente, donde aquellos límites comienzan a desdibujarse.

En sentido estricto pues, se dice, es imposible traducir un poema. La expresión intrínseca de las palabras, no sólo en el plano de lo simbólico, sino en el de lo fonético, se abre y se cierra con la propia lengua en cuyos marcos fue concebido. Traducir poesía es imposible. 

¿Quiere decir esto que, entonces, estamos privados de conocer los repertorios poéticos de aquellas lenguas que ignoramos? Desgraciadamente, sí. Pero no todo está perdido. Aquí es donde entran las versiones.

Quien intenta vertir un poema en otra lengua sabe de antemano que la precisión absoluta está descartada de antemano. El ejercicio del traductor se asemeja en este sentido a lo que plantean los discursos estéticos dominantes en el Siglo XIX respecto a la tarea del artista: no se trata de imitar fielmente, sino de capturar la esencia. ¿Cuántas libertades puede tomarse el traductor antes de traicionar por completo esta esencia? Esa línea es difícil de trazar, pero tal juicio es, en todo caso, accesible sólo para aquellos que conocen la versión original.

Recomiendo a todo aquel que posea algunos conocimientos, así sean rudimentarios, en una lengua extranjera aproximarse a un poema en su versión original; cualquier cosa sencilla, incluso poesía infantil. Si luego hacemos el ejercicio de comparar las múltiples versiones que existen sobre ese poema, entenderemos entonces el problema del que hablamos.

El mito de la caverna, que expone Platón en La República, es en este caso una analogía funcional. Un grupo de prisioneros, nacidos en cautiverio, sólo ven las sombras de los objetos del mundo real, sus siluetas; ignorantes del mundo exterior, ignorantes del origen de tales siluetas, toman a las siluetas por los objetos reales. Jamás han contemplado los objetos materiales de la realidad exterior, cuya naturaleza desconocen absolutamente. Las sombras los aproximan a ellos, es cierto, pero ellas son sólo una imagen más o menos distorsionada del objeto real. Los objetos son el poema original y todas las sombras son las versiones.

La labor de quien traduce poesía es, entonces, inmensa y arriesgada. Existe de todo. En los esquemas clásicos y neoclásicos es imposible salvar los tres elementos de metro, rima y ritmo. Se suele sacrificar alguno de ellos, o dos, en aras de una expresión menos distorsionada. Hay también quien lo sacrifica todo en términos formales priorizando una reproducción mecánica y fiel de los significados, digamos, en bruto.

La poesía contemporánea, que se ha desprendido ya de esos rígidos moldes formales, presenta también al traductor una libertad mayor. El papel del traductor es de tal importancia y protagonismo, que las versiones llevan siempre el nombre del autor, que debiera considerarse, con esto, coautor del poema.

En conclusión, la traducción de poesía no es un mero acto de reproducción mecánica, sino un ejercicio de recreación artística que exige del traductor una sensibilidad profunda y un compromiso con la esencia del texto original. Aunque las versiones nunca podrán capturar por completo la riqueza del poema en su lengua original, representan un puente hacia otras culturas y formas de expresión, permitiéndonos vislumbrar, aunque sea a través de sombras, la belleza y complejidad de obras que de otro modo permanecerían inaccesibles. 


Escrito por Aquiles Lázaro

Licenciado en Composición Musical por la UNAM. Estudiante de la maestría en composición musical en la Universidad de Música de Viena, Australia.


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