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Imtiaz Dharker
Poetisa y editora, tiene cinco libros de poemas y dibujos
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Nació en Lahore, Pakistán, el 30 de enero de 1950. Poetisa y editora, tiene cinco libros de poemas y dibujos: Purdah, 1989; Postcards from god, 1997; I speak for the devil, 2001; The terrorist at my table, 2007 y Leaving Fingerprints, 2009. Artista premiada y reconocida; productora de documentales, ha expuesto su obra artística en India, Londres, Nueva York y Hong Kong. Sus poemas han sido ampliamente emitidos a través de la televisión y la radio de la BBC. Criada en Escocia, pasó muchos años en India, actualmente vive en Bombay. 

Dirán: “ella debe ser de otro país”

Cuando no puedo comprender

por qué incendian libros

o acuchillan pinturas,

cuando no pueden soportar mirar

la propia desnudez de dios,

cuando prohíben la película

y destruyen las sillas para detener la obra,

me pregunto por qué

sólo sonríen y dicen,

“ella debe ser

de otro país”.

 

Cuando hablo por teléfono

y los sonidos vocales se apagan

cuando las consonantes son duras

aunque deberían ser suaves,

ellos se darán cuenta de inmediato,

lo determinarán enseguida

a su propia satisfacción.

Cloquearán sus lenguas

y dirán,

“ella debe ser

de otro país”.

 

Cuando mi boca suba

en lugar de bajar,

cuando porte un mantel

para ir al pueblo,

cuando sospechen que soy negra

o escuchen que soy gay

no se sorprenderán,

fruncirán sus labios

y dirán,

“ella debe ser

de otro país”.

 

Cuando termine las aceitunas

y escupa las semillas,

cuando bostece en la ópera

en los fragmentos trágicos,

cuando haga pipí en el viñedo

como si estuviese en Bombay,

ostentando mi culo desnudo

cubriendo mi rostro

riendo a través de mis manos,

ellos darán la espalda,

sacudirán sus cabezas muy tristemente,

dirán,

“ella no sabe algo mejor”,

“Ella debe ser

de otro país”.

 

Puede ser que haya un país

donde todos nosotros vivamos,

todos nosotros, fenómenos

que no estamos dispuestos a dar

nuestra lealtad a gordos y viejos tontos,

sinvergüenzas y matones

que portan el uniforme

que les da el derecho

a ondear una bandera,

inflar sus pechos,

poner sus pies en nuestros cuellos,

y quebrantar sus propias normas.

 

Pero donde nosotros estamos

no parece un país,

sino las grietas

que crecen entre las fronteras

a sus espaldas.

Allí es donde vivo.

Y estaré feliz de decir,

“nunca aprendí tus costumbres.

No recuerdo tu lenguaje

ni conozco tus maneras.

Yo debo ser de otro país”.

Asesinato del honor

Al final me quito este abrigo,

este abrigo negro de un país

que juré por años era mío,

que usé más por hábito

que por intención.

Nací portándolo,

me creí sin elección.

 

Me quito este velo,

este negro velo de una fe

que me hizo infiel

a mí misma,

que amordazó mi boca,

que dio a mi dios el rostro de un demonio,

y apagó mi propia voz.

 

Me quito estas sedas,

estos encajes

que alimentan los sueños de dictador,

el mangalsutra* y los anillos

tintineando en el vaso de lata de las necesidades

que me mendigaron.

 

Me quito esta piel,

y luego el rostro, la carne,

la matriz.

 

Vamos a ver

que soy aquí dentro

cuando atraviese con esfuerzo

la cómoda jaula de hueso.

 

Vamos a ver

que soy aquí afuera,

fabricando, urdiendo,

tramando

en mi nueva geografía.

 

*Collar que llevan las mujeres casadas

Cómo cortar una granada

“Nunca”, dijo mi padre,

“Nunca cortes una granada

por el corazón. Lloraría sangre.

Trátala delicadamente, con respeto.

 

“Sólo corta la piel superior en cuatro partes.

Ésta es una fruta mágica,

entonces cuando la abras, prepárate

para que las joyas del mundo salgan en desorden,

más preciosas que los granates,

más lustrosas que los rubíes,

como encendidas desde adentro.

Cada joya contiene una semilla viviente.

Separa un cristal.

Levántalo para atrapar la luz.

Adentro es un universo entero.

Ninguna joya común puede darte esto”.

 

Después, traté de hacer collares

de semillas de granada.

El jugo chorreó, carmesí brillante,

y tiñó mis dedos, luego mi boca.

 

No me preocupé. El jugo sabía a jardines

que nunca había visto, voluptuosos,

con mirto, limón, jazmín,

y vivientes con alas de loros.

 

La granada me recordó

que en alguna parte yo tenía otro hogar.

 


Escrito por Redacción


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