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El Presidente, de Jorge Hernández Campos
Este poema ocupa un sitio destacado en la historia de la poesía política mexicana; denuncia los vicios, mentiras, simulación, violencia y abuso de poder del primer mandatario.
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El 19 de junio se cumplieron 100 años del nacimiento del poeta, periodista y traductor jalisciense Jorge Hernández Campos (1921-2004); salvo por algunos medios especializados que recordaron puntualmente la efeméride, ésta pasó desapercibida; entre las publicaciones oficiales, la ficha del poeta fue vaga, vergonzante, limitada a mencionar su paso por el INBA, el Munal, así como su labor diplomática y fundacional en diversas publicaciones periódicas del país. Extraño sería que desde el poder se hubiera destacado su feroz crítica al presidencialismo y al ejercicio del poder:

 

Porque el poder es ese pétreo mascarón

que resurge

cada seis años

siempre igual a sí mismo, siempre

reiterativo, ambiguo, obtuso, laberíntico,

siempre equivocado

e incapaz, que para eso es el poder, de enmendar

y aprender…

(de Padre, poder).

 

La mención de su monumento literario El Presidente era inevitable, a pesar de los intentos por sepultar su denuncia, vigente como nunca, del autoritarismo y el poder omnímodo del Ejecutivo. Este poema ocupa un sitio destacado en la historia de la poesía política mexicana; fue publicado en A quien corresponda (1961), recogido en la famosa antología Poesía en Movimiento, que encabezara Octavio Paz; en Ómnibus de Poesía mexicana, de Gabriel Zaid y en el Tomo II de Poesía Mexicana, cuya selección y notas corrieron a cargo de Carlos Monsiváis en 1979.

El Presidente denuncia los vicios, mentiras, simulación, violencia y abuso de poder del primer mandatario. En El Poeta en un poema, Marco Antonio Campos recoge los comentarios del poeta en torno a su creación; en ella señala que se inspiró en el presidente Miguel Alemán Valdés, quien durante una cena, ebrio, “en cierto instante, agarrándose los testículos, dijo: ‘No hay nadie, que yo se lo pida, que no me venga a besar los huevos’”.

Un largo epígrafe en latín, tomado de La Conjuración de Catilina, de Salustio, antecede al poema. Su elección no es ociosa, en él se caracteriza al autócrata como un individuo de genio malvado, depravado y aficionado a las guerras, asesinatos, rapiña, discordia; astuto, simulador, encubridor, codicioso y de sabiduría escasa. Compuesto en verso libre, en apariencia deshilvanado y neurótico, en El Presidente se intercalan expresiones populares y versos de corridos revolucionarios; la primera persona domina el escenario: es la voz del caudillo que recuerda episodios de la Revolución Mexicana en que participó, los combates, victorias, traiciones y asesinatos de las principales figuras del levantamiento armado:

 

¿En qué acabaron?

Aquellos generales

tan gloriosos

¿qué se hicieron?

Con toda su potencia

¿por qué murieron

mientras que yo

sombra de mi amigo

el guerrillero

de burdel

el que hizo la Revolución

en las cantinas

tengo en sus huesos

pedestal y discurso?

¿Quién fue el más fuerte?

Y el personaje narra con lágrimas de jocosa falsedad su ascenso al poder, asesinando al prócer al que había jurado lealtad:

tú cambiaste partido

y a mí una noche

me insistieron

usted es el único que puede acercársele

usted es el único que puede salvar

a la Patria

(…)

Y si después seguí adelante

con el llanto en el alma

si fui a las Cámaras

a la gubernatura

a la Secretaría

y llegué luego aquí

fue porque alguien

tenía que hacerlo.

 

La forma en que desde el poder se ejerce tutelaje sobre el pueblo mexicano como si fuera un niño pequeño o un adulto privado de facultades se retrata en el siguiente fragmento, en donde el tirano justifica su política manipuladora, enajenante, cuya finalidad es acrecentar su figura, mientras reparte el maíz, el agua, sana a los enfermos y, como un dios de la antigüedad, predica desde el Zócalo a la muchedumbre que lo aclama. Y sí, el poema también puede aplicar se al gobierno en turno, que apenas ayer anunció nuevas “iniciativas preferentes” para desaparecer instituciones “corruptas”.

 

Este pueblo no sabe

México está ciego, sordo y tiene hambre

la gente es ignorante, pobre y estúpida

necesita obispos, diputados, toreros

y cantantes que le digan:

canta, vota, reza, grita,

necesita

un hombre fuerte

un Presidente enérgico

que le lleve la rienda

le ponga el maíz en la boca

la letra en el ojo.

Yo soy ése

Solitario

Odiado

Temido

Pero amado

Yo hago brotar las cosechas

caer la lluvia

callar el trueno

sano a los enfermos

y engendro toros bravos

Yo soy el Excelentísimo Señor Presidente

de la República General y Licenciado Don

[Fulano de Tal.

Y cuando la tierra trepida

y la muchedumbre muge

agolpada en el Zócalo

y grito ¡Viva México!

por gritar ¡Viva Yo!

y pongo la mano

sobre mis testículos

siento que un torrente beodo

de vida

inunda montañas y selvas y bocas

rugen los cañones

en el horizonte

y hasta la misma muerte

sube al cielo y estalla

como un sol de cañas

sobre el viento pasivo

y rencoroso

de la Patria.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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