Todo parece indicar que el bloque en el poder ya decidió que la reforma para imponer una jornada legal de trabajo de cuarenta horas a la semana va a ser aprobada por el Congreso antes del 15 de diciembre.
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Tras cada crimen que comete, el imperialismo busca siempre borrar sus huellas. Mas en general, su modus operandi es ocultar la lucha de clases –verdadero factor omnipresente y determinante– que se libra día a día en cada país y a nivel mundial; quiere a la humanidad confundida y que atribuya a otra causa cualquiera (religiosa, cultural, racial, etc.) los acontecimientos que le afectan. Y uno de los recursos más socorridos por el capital mundial y sus intelectuales es la teoría del loco, del fanático que “por su cuenta” desata invasiones, guerras y crímenes mil contra países débiles. Así explican, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial: como obra de un enajenado que odiaba a “las razas inferiores”. Aplicando la misma lógica, la masacre en Gaza se nos presenta como uno de los tantos “arrebatos” de Trump y de su compinche Netanyahu, dos criminales con poder, cosa que sí son.
Pero tales explicaciones son limitadas y muchas veces malintencionadas. Baste preguntarse: ¿quién puso y sostiene a estos orates a la cabeza de sus gobiernos? ¿Quién los protege? ¿Por qué las potencias capitalistas de Europa no se oponen a los horrores que éstos provocan? Y finalmente, ¿quién se beneficia? Y encontraremos que ellos no son la causa primordial: son efecto de algo más poderoso que está atrás, en el fondo, y que los determina; son una consecuencia, pero, ciertamente, aparecen en la superficie visible con apariencia de causa. Son fenómeno que oculta la esencia.
Hoy el imperialismo está arrasando Gaza con el silencio cómplice de la Unión Europea. De una población de más de dos millones literalmente acorralada en una superficie de 365 kilómetros cuadrados, hasta enero habían muerto aproximadamente 75 mil “una de cada 25 personas” (DW, siete de marzo, Michael Spagat, Universidad de Londres); entre ellos más de 17 mil niños. Más de 90 por ciento de los niños menores de cinco años padece al menos una enfermedad infecciosa. Las vías de entrada de suministros de medicamentos y alimentos están bloqueadas y las ciudades, en escombros.
Como espantoso retrato de la tragedia, notas publicadas por Sputnik entre el 21 y el 23 de julio dicen: “El Ministerio de Salud de Gaza emitió un comunicado advirtiendo (…) la vida de 600 mil niños menores de 10 años está en riesgo, debido a la escasez de alimentos (…) La hambruna ha alcanzado niveles catastróficos (…) durante el último día, 18 personas fallecieron de hambre (…) Es un asesinato en silencio (…) esperamos muertes masivas de mujeres y niños (…) La sed azota la ciudad de Gaza, con menos de cinco litros al día per cápita para beber, cocinar, bañarse y otras necesidades (…) De acuerdo con un informe del Programa Mundial de Alimentos, en Gaza, una de cada tres personas lleva días sin comer (…) el 93 por ciento de los hogares no tiene acceso al agua (…) 2.1 millones de civiles hacinados en una pequeña zona sin atención médica ni medicamentos (…) En Gaza, el hambre se ha convertido en un arma: los puntos de distribución de alimentos se han convertido en trampas mortales, donde se dispara repetidamente a la gente antes de que siquiera puedan recibir una bolsa de harina”. Hasta aquí las citas de Sputnik.
El Observatorio de la Crisis publicó el 22 de julio un artículo de Caitlin Johnstone, quien señala: “Gaza no se está muriendo de hambre, la están matando de hambre. Los médicos informan que la gente se está “desplomando” en la calle (…) Mientras tanto, las fuerzas israelíes están estableciendo nuevos récords con sus masacres de civiles hambrientos que buscan comida, sólo el domingo murieron 85 personas (…) Numerosos funcionarios militares israelíes han reconocido que nada de esto sería posible sin el apoyo estadounidense (…) Es una campaña de hambruna deliberadamente planificada, implementada con fines genocidas” (Observatorio de la Crisis, 22 de julio).
Para cerrar este relato de horror: “Ataques israelíes golpean viviendas, mezquitas y campamentos de desplazados en Gaza, dejando decenas de muertos (…) Los hospitales no pueden recibir más pacientes heridos, en particular víctimas de la hambruna” (Al Mayadeen, 23 de julio). Finalmente, “en 300 días, se dañaron 32 de los 36 hospitales, y 20 hospitales y 70 de los 119 centros de atención primaria de salud quedaron inutilizables” (ONU, 1º de octubre de 2024).
Ésta es la obra del sionismo. Pero el gobierno de Israel, efectivamente, no actúa solo. Es parte fundamental del engranaje mundial imperialista, incubado por Estados Unidos (EE. UU.) y el Reino Unido, y cobijado también por las potencias capitalistas de Europa. “Desde la Segunda Guerra Mundial, Israel es el mayor receptor general de ayuda exterior estadounidense” (BBC, 24 de mayo de 2021). Es el gran cuartel de EE. UU. en Medio Oriente, y los sionistas, sus sicarios; único país en la región que posee la bomba nuclear. Cuando el mes pasado, aun con su pretendidamente invulnerable “cúpula de hierro”, Israel fue incapaz de contener la andanada de misiles de Irán, EE. UU. debió intervenir directamente para protegerle.
Pero como adelantábamos al inicio, el genocidio no es cosa, principalmente, de fanáticos. Eso es sólo la superficie: el fanático es engendrado por una realidad. Hay atrás intereses contantes y sonantes: el gran capital mundial. Y no son afirmaciones al aire. Para mayor concreción, Federica Marsi publicó en Al Jazeera, el 1º de julio: “Un informe de la ONU enumera las empresas cómplices del ‘genocidio’ de Israel: ¿Quiénes son? La relatora especial de la ONU, Francesca Albanese, ha publicado un informe en el que nombra a varios gigantes estadounidenses entre las empresas que ayudan a la ocupación y la guerra de Israel contra Gaza (…) en el desplazamiento de palestinos y en su guerra genocida contra Gaza, en contravención del derecho internacional (…) (el) informe de Albanese se presentará el jueves en una conferencia de prensa en Ginebra”.
Menciona 48 grandes empresas globales que financian y prestan soporte técnico al genocidio; destacan: Microsoft, Alphabet (Google); también Amazon; la fabricante italiana de armas Leonardo y la estadounidense Lockheed Martin; la japonesa FANUC; IBM, Palantir, Chevron, BP, Glencore, Volvo; el banco francés BNP Paribas y el británico Barclays, así como Caterpillar y Hyundai. Pero arriba están los grandes fondos que invierten en ellas: BlackRock y Vanguard. Queda claro, pues, y de fuentes oficiales, que los gobiernos de Israel y de EE. UU. son sólo los brazos ejecutores político-militares. Y para que no quepa duda, el propio Trump ha declarado cínicamente que con el exterminio y expulsión de los gazatíes se pretende crear un territorio libre, adecuado para invertir en la creación de una zona turística de gran lujo, como la Riviera francesa. He ahí el capitalismo en toda su feroz rapacidad.
Pero ¿qué debemos y podemos hacer los ciudadanos comunes? Primero, entender que los pueblos del mundo son la única solución. Nada cabe esperar de los gobiernos capitalistas, socios y cómplices de la barbarie. Los pueblos deben elevar un clamor mundial de repudio, pero con plena conciencia de que, con todo lo útil que es, la sola protesta tiene limitaciones.
El problema es concreto y práctico. No podemos limitarnos a denunciar, menos permitir que la manifestación se quede en mera catarsis social. La solución de fondo, definitiva, es mucho más compleja y de largo plazo, pero no hay otra: los pueblos necesitan prepararse para tomar el poder, desplazando a los gobiernos imperialistas y de países subyugados, cómplices, aunque sea por pasividad. La clase trabajadora en el gobierno a nivel mundial es la única fuerza capaz de poner un alto efectivo y definitivo a tanto derramamiento de sangre y a los abusos del gran capital.
Finalmente, no olvidemos que México también está en la mira del imperio, que nos ve (y nos trata) como su patio trasero. Y ahora que siente mermada su influencia mundial buscará atrincherarse en América Latina, y principalmente aquí. No debe mirarse la tragedia palestina sólo como una cuestión de humanismo, o como algo lejano y ajeno a nosotros, sino como un hecho político concreto. Gaza puede ser el preludio para acometer luego contra México. Advertencias (y amenazas) hay muchas: Trump mismo lo ha declarado. Y es necesario que, ante la eventualidad de una acción mayor, nuestro pueblo esté preparado, esto es, consciente y organizado; bien dirigido, no como está ahora, en manos de un gobierno pusilánime y presto a obedecer.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.