Cargando, por favor espere...
Nació el siete de abril de 1770 en Gran Bretaña. Se destacó como uno de los más imperiales representantes del romanticismo inglés. La publicación de sus Baladas líricas (1798), junto a Coleridge, reformuló el pensamiento romántico de principios del Siglo XIX. Pasó su infancia y su juventud en estrecho contacto con la naturaleza, circunstancia que ejercería una profunda y duradera influencia en su personalidad. Fue un apasionado defensor de los ideales de la Revolución Francesa.
Sus primeros libros de poemas, como Un paseo por la tarde y Apuntes descriptivos (1793), apenas le dieron fama y ningún dinero. El poeta y su hermana, Dorothy Wordsworth, a la que siempre estuvo muy unido, se trasladaron a Alxforden donde trabó amistad con el poeta Samuel Taylor Coleridge, quien le abriría las puertas para poder publicar sus obras y ser reconocido. Fruto de esta relación es el libro de poemas Baladas líricas, que escribieron en colaboración; innovadora en su estilo, vocabulario y temática, la obra fue considerada como el manifiesto del romanticismo inglés. Para apoyar su teoría de la poesía, Wordsworth escribió un prefacio para la segunda edición (1800) en el que insistía en la superioridad de la emoción frente al intelecto como fuente de inspiración poética.
En 1798 escribió la que, a juicio de los críticos, es su mejor obra, El preludio, libro autobiográfico que explora su propio desarrollo espiritual y que completó hasta 1805, aunque fue publicada póstumamente. En la década de 1800, su poesía alcanzó la cima con la publicación de Poemas en dos volúmenes; por esas mismas fechas abandonó los ideales revolucionarios y tendió hacia el conservadurismo, decepcionado por el rumbo que había tomado Napoleón; sus últimos poemas son moralistas y retóricos, considerados lo peor de su obra. Falleció el 23 de abril de 1850 en su país natal.
El preludio
Fragmento Libro primero
Introducción- Infancia y Escuela
Hay en la suave brisa una ventura
o visita que roza mi mejilla
y es casi sabedora de ese gozo
que trae desde los campos y del cielo.
Sea cual sea su misión, a nadie
hallará más agradecido, hastiado
de la urbe donde he sobrellevado
perpetuo descontento y libre ahora
cual ave que se posa donde quiera.
¿Qué hogar me acogerá? ¿Entre qué valles
tendré mi puerto? ¿Bajo qué arboleda
construiré mi morada? ¿Qué hondo río
me dará la canción de su murmullo?
La tierra está ante mí. Con corazón
alegre y sin temer la libertad,
contemplo. Y aunque sea solo alguna
nubecilla quien guíe mi camino,
extraviarme no puedo. ¡Al fin respiro!
Pensamientos e impulsos de la mente
me asaltan, se desprende esa onerosa
máscara que traiciona mi alma auténtica,
el peso de los días que me fueron
ajenos, como hechos para otros.
Largos meses de paz (si acaso esta palabra
concuerda con promesas de lo humano),
largos meses de gozo sin molestia
esperan ante mí. ¿Adónde iré,
por los caminos o cruzando el campo,
cuesta arriba o abajo? ¿O tal vez
me guiará alguna rama por el río?
¡Amada libertad! ¿Y de qué sirve
si no es don que consagra la alegría?
Pues mientras el dulce aliento del cielo
soplaba en mi cuerpo, creí sentir
otra brisa en respuesta que corría
con suave rapidez, pero se ha vuelto
tempestad, energía ya excesiva
que su creación destruye. Gracias doy
a ambas y a sus fuerzas, que al unirse
ponen fin a una pertinaz helada
y traen tiernas promesas, la esperanza
de los días y horas de alegría,
¡días de dulce ocio y pensamiento
profundo, sí, con el divino oficio
de maitines y vísperas en verso!
Hasta ahora, mi amigo, no he solido
escoger como asunto la alegría
pero hoy quiero verter mi alma en versos
a salvo del olvido, que aquí quedan
guardados. A los campos he lanzado
mi profecía: sílabas llegaban
espontáneas, vistiendo con sagrados
hábitos al espíritu escogido
–ésa era mi fe– para el sacramento.
Mi propia voz me henchía y en mi mente
reverberaba ese imperfecto son.
A ambos yo escuchaba y obtenía
de ellos la confianza en el futuro (...).
Oda a la inmortalidad
Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas.
Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
que en mi juventud me deslumbraba
Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
por que la belleza subsiste siempre en el recuerdo…
En aquella primera
simpatía que habiendo
sido una vez,
habrá de ser por siempre
en los consoladores pensamientos
que brotaron del humano sufrimiento,
y en la fe que mira a través de la
muerte.
Gracias al corazón humano,
por el cual vivimos,
gracias a sus ternuras, a sus
alegrías y a sus temores, la flor más humilde al florecer,
puede inspirarme ideas que, a menudo,
se muestran demasiado profundas
para las lágrimas.
¿Por qué estás silenciosa?
¿Por qué estás silenciosa? ¿Es una planta
tu amor, tan deleznable y pequeñita,
que el aire de la ausencia lo marchita?
Oye gemir la voz en mi garganta:
Yo te he servido como a regia infanta.
Mendigo soy que amores solicita…
¡Oh limosna de amor! Piensa y medita
que sin tu amor mi vida se quebranta.
¡Háblame! no hay tormento cual la duda:
Si mi amoroso pecho te ha perdido,
¿su desolada imagen no te mueve?
¡No permanezcas a mis ruegos muda!
que estoy más desolado que, en su nido,
el ave a la que cubre blanca nieve.
La casa de un párroco en el Oxfordshire
Dónde empieza la tierra sagrada o dónde acaba
la profana, no hay línea visible que lo muestre;
mézclase el césped y los senderos se enlazan,
y donde quiera vague tu paso sigiloso,
el jardín y el dominio en que deudos y amigos
y vecinos descansan unidos, aquí funden
su vario aspecto, al modo de un rumor
de muchas aguas, o como la tarde en mezcla
con la sombría noche. Dulces brisas de arbustos
y flores son mensajes a las tumbas calladas;
y mientras estremecen esos chopos altísimos
sus copas, aparece y se apaga un azul
brillante, como aquellos atisbos de lo eterno
que a los santos se otorgan en el supremo día.
El barranco encantado
No era ficción de tiempos remotos: una piedra
de azul celeste, al fondo del barranco sin sol,
muestra aún claramente las pisadas
que los pequeños elfos, en la escena pulida
dejaron, al danzar con brillante cortejo,
en festejos ocultos, tras el robo de un niño
dulce, como una flor, trocada por hierbajos,
con que intenta la madre abstraída acallar
su pena, si es posible. Pero decidme: ¿dónde
hallaréis un vestigio de las notas
que guiaron aquellos salvajes bailoteos?
¿En la tierra profunda o en las cumbres del aire,
en el nocturno cierzo o en los bancales donde
telarañas de otoño flotan en el crepúsculo?
Escrito por Redacción