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Suave como la seda y fuerte como el dragón ha sido la política exterior de la República Popular China (RPCh), entre cuyas virtudes destacan, además de su creatividad, la solidaridad, disposición al diálogo y capacidad de combate para mantener los principios de autodeterminación y no alineamiento.
A más de 10 años de la guerra proxy que los países de Occidente alentaron en Ucrania contra Rusia –iniciada en 2014 con el golpe contra Víktor Yanukovich y que desencadenó la furia neonazi en el Donbás– hoy se confirma la imposibilidad de que ese conflicto se resuelva por las armas en favor de los eximperialistas europeos liderados por el Tío Sam.
Hoy, el mundo clama por el fin de esa contienda, que escaló y se enquistó porque Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión Europea (UE) persisten en perpetuar el conflicto para lucrar con la geoestratégica Ucrania. De ahí su empeño en prohibir a Volodymir Zelenski que negocie la paz con Rusia. Pero la crisis interna de esos actores ya les impide sostener tan gravosa operación. Y Rusia ha sentenciado que “Ucrania será un país neutral o no lo será”
Para promover una solución política, China ha dado un paso al frente al esbozar la posibilidad de conversaciones de paz directas entre Moscú y Kiev. El éxito mediador de China parece garantizado en este problema que promovió EE. UU., polarizado en su interior por su bizarra campaña electoral, mientras que Europa se halla cada vez más dependiente, vulnerable y sin rumbo.
En esta misión diplomática respaldan a China no sólo el sur global, sino su trayectoria como influyente miembro del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Foro de Cooperación de Shanghai, la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ANSA), el Foro para la Cooperación entre China y África (FOCCA), la Organización Mundial de Comercio (OMC) y el influyente BRICS, grupo económico-político integrado por países emergentes: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.