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Suecia: punta de lanza imperial
Se aleja la paz mundial permanente con la adhesión de Suecia como miembro 32 de la OTAN, que fortalece y motiva al más belicoso ente militar del mundo, para desafiar a Rusia.
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El centro de gravedad de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se desplaza más al norte, con el ingreso de Suecia –y Finlandia, en 2023–. Desde una mirada geopolítica, ese giro en la seguridad europea, alentado por Estados Unidos (EE. UU.), expande la alianza hacia los mares Báltico y del Norte, para amagar y cercar a Rusia.

 

La adhesión de Suecia como miembro 32 de la OTAN, fortalece y motiva al más belicoso ente militar del mundo, para desafiar a Rusia. Ese anhelo cumplido de Estados Unidos, líder de la beligerante alianza, confirma un inquietante escenario: se aleja la paz mundial permanente. 

Cuando el primer ministro sueco, Ulf Kristersson entregaba al secretario de Estado estadunidense, Antony Blinken, el protocolo de adhesión a esa alianza, exhibía la rendición de su país al Complejo Militar Industrial que encarna EE. UU.

Con ese breve ritual, escenificado en Washington D.C., Suecia se convertía en miembro 32 de la OTAN; borraba más de 200 años de neutralidad y no alineamiento del país que, para los mexicanos y el mundo, fue modelo del Estado de Bienestar y democracia.

La lente geopolítica más amplia evidencia que, cuando todos se distraen con Ucrania, la alianza trasatlántica engulle a Suecia y Finlandia para acceder al Ártico, ese espacio estratégico por cuyo dominio Occidente y Rusia libran una feroz campaña.

Suecia, situada entre Noruega, Finlandia y Dinamarca, es útil a ése y otros objetivos de Washington, como controlar los mares del Norte y el Báltico –histórico foco de tensión entre Estocolmo y Moscú– precisamente para socavar ahí el interés ruso.

 

 

 

El imaginario en la realidad sueca

Desde los años 60, la novela negra sueca ha retratado la evolución en los valores y principios de esa sociedad. Con humor y fidelidad, la pareja de Maj Sjöwall y Per Wahlöö, en diez años describió el deterioro del intento utópico de una democracia política, social y económica, el entreguismo estatal a EE. UU., el arribo del individualismo y primacía de lo privado sobre lo público, que traería el capitalismo corporativo.

A ellos se sumaron las críticas de Henning Mankell y Stieg Larsson contra la burocracia, ineptas fuerzas de seguridad, naciente xenofobia y violencia clasista. Ahora, la obra conjunta de Hjorth y Rosenfeldt, con sorpresas narrativas describe el auge criminal provocado por el inquietante trasfondo social.

Así lo advertía, en agosto de 2018, el informe del Consejo de Ministros Nórdicos y del Instituto de Investigación de la Felicidad de Copenhague, que indicaba que la reputación de esos países como utopías de la felicidad sólo enmascaraba serios problemas de sus sociedades, en particular entre los jóvenes. Añadía que la salud –general y mental–, vinculada con los conceptos de felicidad, bienestar e ingreso, había mermado notablemente en esos países.

En los 90, Suecia vio el auge de partidos moderados y neofascistas, como los Demócratas de Suecia, que en 2015 ya pedían ingresar a la OTAN. Desde octubre de 2022, ya en la coalición gobernante, ellos imponen reglas que inhiben la inmigración y prohíben la mendicidad, reactivan la energía nuclear en sus 12 reactores –política que se abandonó hace décadas–.

 

Una de las locaciones más estratégicas del planeta es la isla de Gotland, en el Báltico. Bajo la perspectiva de la OTAN y de EE. UU., quien controle esa isla dominará ese espacio aéreo y marítimo, así como el de los países ribereños y también miembros de la alianza: Noruega, Dinamarca, Alemania, Polonia, Lituania, Estonia, Letonia además de Finlandia y Suecia.

Desde Gotland, la alianza atlántica podría lanzar misiles contra “enemigos potenciales”, es decir: Rusia. Por ello, EE. UU. sembró en Suecia la desconfianza contra Rusia, tras la desintegración de la Unión Soviética y en 1994 el reino ya cooperaba con la OTAN en sus ejercicios bélicos.

Además, el reino es relevante por su frontera marítima con Kaliningrado –antigua ciudad alemana capturada por los soviéticos en 1946– Suecia cobra más relevancia.

EE. UU. y la OTAN maniobraron con la derecha radical en el gobierno de coalición para adherir a Suecia. Con ello, hoy ese Occidente dispone del poder militar sueco: unos 15 mil elementos activos y 11 mil de reserva, sólo superado por Francia (203 mil) Reino Unido (144 mil), Alemania (181 mil) y Polonia (100 mil).

Tanto Suecia como Finlandia cuentan con avanzados sistemas tecnológicos de combate, útiles a Washington y su estrategia de cerco naval a Rusia, afirma James Stavridis. Suecia posee 212 aviones caza Gripen para operaciones de inteligencia, 120 tanques y submarinos eléctricos clase Gotland, aunque la mayoría de sus navíos son patrullas, según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS).

Es válido preguntar: ¿por qué Suecia se uniría a la OTAN si no hay amenaza real de un ataque ruso? Y es que, como país miembro de la alianza, el país nórdico no obtendrá nada, excepto obligaciones, como aumentar su gasto en defensa mientras su población se precariza.

 

Falsas discrepancias

La ampliación de la alianza trasatlántica con los países nórdicos daba un giro a la política de seguridad europea y evidenciaba las profundas diferencias en la Unión Europea. En abril de 2023, Finlandia se convertía en el miembro 31 de la OTAN; alegando un supuesto riesgo para su seguridad, derivado de la Operación Militar Especial rusa en Ucrania, había solicitado su adhesión junto con Suecia.

El proceso sueco de adhesión se complicó con el rechazo de Turquía y Hungría. Inicialmente, el gobierno turco alegó que su negativa se debía al apoyo de Estocolmo a los separatistas kurdos, pero en el fondo obedecía a su estrategia geopolítica, permeada por la dinámica de seguridad regional, su equilibrio con Rusia y su rol en Siria y Libia.

Como miembro de la OTAN, Turquía respalda la defensa colectiva y la expansión de esa alianza, aunque buscó concesiones para ratificar el ingreso sueco. A cambio, obtenía el fin de todo embargo y prohibición de Suecia y Finlandia a importar ciertas armas, con lo que fortalecía sus capacidades militares.

Además de preservar el balance entre sus aliados occidentales y Rusia, el gobierno de Recep Tayyip Erdogan ganaba autonomía estratégica en su postura ante Israel –por su ataque en Gaza–. Así que, una vez superadas sus reticencias, el 23 de enero otorgaba su visto bueno a Suecia, refería el analista Leo von Breithen.

El veto de Hungría al ingreso sueco fue más largo. El primer ministro Víktor Orbán alegaba una serie de agravios de su homólogo sueco, lo acusó de xenófobo. Por tanto, el Parlamento húngaro, dominado por el Partido Fidesz de Orbán, reprochaba a Estocolmo su “pretendida superioridad moral”.

 

 

Fidesz alienta una imagen nacionalista y de defensa de la soberanía contra la injerencia del exterior –como la de la Unión Europea (UE)–. Su pragmática diplomacia balancea la relación entre sus aliados occidentales y la que sigue con Rusia, en particular en torno a asuntos energéticos, describe Nuria Vila Mascians.

La relación Budapest y la UE no ha sido tersa. Bruselas le exige cumplir con “principios democráticos”. El 14 de febrero, para mostrar su músculo, Hungría bloqueaba la propuesta de la UE para financiar a Ucrania con 52 mil millones de dólares.

En ese tenso contexto, llegaba a Budapest un grupo bipartidista de senadores para lograr el aval a Suecia; a cambio, ofrecía no condenar el supuesto retroceso democrático húngaro en el Congreso de EE. UU.

El 26 de febrero culminaban 18 meses de diferencias entre los 31 miembros de la OTAN cuando el Parlamento húngaro aprobaba el ingreso de Suecia a la alianza. Ese día, Orbán se desahogaba al denunciar la intervención extranjera por ignorar que Hungría “es un país que no tolera que otros le dicten sus decisiones”.

Pese al reproche, el dos de marzo el mundo veía a Orbán rendido ante el triunfante primer ministro sueco, Ulf Kirstersson. A la pregunta: ¿qué obtenía Hungría a cambio? La respuesta es: Nada, salvo ser humillado públicamente, pues el gobernante húngaro declaraba: “ser miembro de la OTAN significa que estamos dispuestos a morir el uno por el otro”.

Igual de vergonzosa era la compra realizada por el gobierno húngaro a su homólogo de Suecia de cuatro aviones JAS 39 Gripen y la ampliación de un contrato de mantenimiento para otras naves del mismo tipo, para “mejorar” la capacidad húngara en los ejercicios de la OTAN.

 

Más armas: pueblo pobre

El Complejo Militar Industrial (léase corporaciones en EE. UU.) lucrará con Suecia en la OTAN. Hoy Estocolmo gasta en defensa nueve mil 217 millones de dólares –menos que los 63 mil 600 mdd de Alemania o los 23 mil 500 mdd de Polonia– y asumió el compromiso de gastar dos por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) en el ejército.

Ese gasto armamentista intensificará la precariedad del creciente sector de los “menos favorecidos” del país. Los suecos empobrecen: es la realidad, sistemáticamente silenciada por el “periodismo” corporativo, hecho que hoy salta a la vista y sorprende a todo el mundo.

En los años 90 se diluía el paradigma del “Estado benefactor” sueco, oscilante entre capitalismo y socialismo, que impulsó un alto crecimiento con transferencias de recursos estatales a los menos pudientes y que alentó Olof Palme, de 1969 a 1986.

Pero minó esa utopía la visión neoliberal, que privilegió lo privado sobre lo público. Hoy aumenta la brecha entre muy ricos y pobres; el Estado ya no les da lo que esperaban y muchos se radicalizan, reseña la estudiosa del movimiento nazi, Elisabeth Asbrink.