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Culiacán, Sinaloa.- Hubo acciones y gritos de todo tipo, de esos que forman parte de todo partido emocionante: batazos imparables ansiosamente esperados que nos arrebataron un grito incontrolable del pecho; pelotazos a los brazos o a las canillas de los jugadores que nos arrebataron ahora un condolido grito; robos de base con su respectivo grito de asombro por la oportuna osadía del corredor; equivocaciones en la lista al bate y las consecuentes protestas del entrenador contrario que nos mantuvieron al filo de la butaca ahora con un silenciador grito; el exhibicionismo de más de un protagonista que nos arrancó algún silbido involuntariamente pentatonal o su equivalente en maternales palabras altisonantes; el jugador inconforme con el “safe” declarado, con quien nos solidarizamos tanto que nuestra imaginación nos transportó instantáneamente a la cancha, justo a un lado de la víctima protestona, a gritarle al ampáyer otra progenitora expresión; la escurridiza pelota que insiste en pasar desobediente entre la manopla del cátcher y sus piernas, golpea el pie del ampáyer y sale huyendo para un lado mientras el cátcher corre a buscarla para otro y tiene casa llena: ¡Jesús crucificado, qué angustia tan gritona!
¡Hasta un arcoíris asistió! Hubo de todo en las semifinales y finales del II Torneo Nacional de Beisbol del Movimiento Antorchista, celebrado en Culiacán, Sinaloa el domingo 25 de noviembre. De no creerse: ¡tuvimos lluvia, sol, nubes, sopló viento fuerte, locutor especialista que transmitió a todo el país, hubo tambora y hasta con birria para todos rematamos! ¡Y qué birria! Yo la pedí con poco caldo porque pensé que estaría muy grasoso, pero me arrepentí… estaba perfecto, como perfecto me pareció el día. Una virtud que tienen los eventos antorchistas es que están tan planificados hasta el último detalle, tan afinados e involucran a tanto pueblo, que a las improvisaciones para suplir las faltas no les queda otra más que cumplir su función dialéctica y engrandecer a los eventos. Claro que también hay deficiencias notorias, pero también con la virtud de hacerse comprensibles porque todo mundo se da cuenta que este evento social sin parangón se hace sin fines de lucro, absolutamente. ¡Ájale, y qué arcoíris, contrastado diáfanamente con la abundante y recién lavada vegetación culichi de los campos de Japac, Culiacán coronaba así nuestro torneo con una diadema para gigantes, los de la cancha y los organizadores!
“Sin paragón”, dije atrás, y lo confirmó Jaime Valdez, titular de “El Mitote Beisbolero de Culiacán”, famoso locutor y narrador de partidos, de experimentada labor, quien sin sombra de duda afirmó que los torneos nacionales que él conoce tienen cuando mucho diez competidores, pero éste es verdaderamente de carácter nacional, con sus 17 participantes. “Dieciséis”, le corrigió sincero Telésforo García Carreón, uno de los dirigentes nacionales antorchistas del deporte cuando era entrevistado por el periodista de la radio. Aún con 16, era muy superior.
En las semifinales Sinaloa eliminó a Veracruz y Campeche a Nayarit. Luego Veracruz le dio a Nayarit una tunda hasta por debajo de la lengua: 14 a 1 (porque los del Nayar jugaron con la banca) y se quedó con el tercer lugar; y Sinaloa sorprendió a Campeche en la primera entrada con cuatro anotaciones, pero el triunfo nunca les llegó porque los Piratas del Sureste le dieron la vuelta al juego para quedar 10 a 4. Sí, también hubo estas volteretas inesperadas.
Sin parangón, vuelvo a repetir, por la calidad del público, que acudió organizadamente a apoyar a su equipo. “¡Qué porras tan innovadoras traen los antorchistas al béisbol!”, decía el del Mitote Beisbolero. Sin ser porristas financiados como los que acostumbran seguir itinerantes a los equipos profesionales, los culichis echaban solidario aliento de sus bocas, contagiando de alegría a la entumecida estructura metálica del estadio. “… ¡Si le vas a Antorcha, si le vas a Antorcha, di ´muy bien´!...”, los activistas recorrían los pasillos frontales de lado a lado arengando a los suyos, organizando “olas” y porras, o bien bailando con el respetable al ritmo de la tambora que ya para finalizar ingresó al estadio para acariciar la pelota caliente con ondas musicales sinaloenses. “¡Hay tanto ambiente que ya ni le presta uno atención al partido!”, llegó a decir el locutor. Mas entre tanta alegría la responsabilidad se imponía: escuché a una activista reflexionar en tono de dedos tronados, “¡Ay, Dios, y cómo le vamos a hacer para pagar una hora más a la banda!”. Así es el béisbol, tiene entradas que duran lo que un suspiro, unas que parecen eternas y que nunca les llegará el tercer out y otras en las uno es el que sale bateado. De todo hubo, hasta esa compañera que, preocupada por el batazo recibido, no dejó de bailar ni de sumarse a la alegría generalizada: espíritu, chizpa, coraje. Los torneos que organiza Antorcha no solo van de aquí para allá, también a los propios antorchistas los educa, los forja, los templa. El hitazo antorchista en Culiacán también actúa de acuerdo a aquella vieja y eterna ley física: “a toda acción corresponde una reacción, equivalente en fuerza, pero en sentido contrario”: ello sólo fortalece los músculos del bateador.
Dije que la responsabilidad se imponía y así era: una de las activistas, la responsable de la cocina, con la cara visiblemente cansada, pero satisfecha, al final del partido, cuando ya todos habían sido atendidos debidamente, limpió entre risas una mesa y sentada a disfrutar de su birria, reflexionó que su equipo todavía duraría largo rato para recoger todo e irse a descansar: el deber se acuesta al último. Ya los moradores de la Casa del Estudiante Gral. Salvador Alvarado, cuya benéfica presencia se sintió a lo largo del torneo, habían ido a recoger las lonas puestas en los estadios. En uno de esos momentos de relajada risa, cuando ya poca gente quedaba en los campos de Japac y unas 20 o 30 personas nos amontonábamos alrededor de la barra de la cocina, entró sonriendo de oreja a oreja el “Inge Perge”, dirigente estatal, quien dirigió a mí sus sonrientes ojos, rodeados de las persistentes ojeras que le causaron los desvelos por este torneo y preguntó satisfecho de modo que todos escucharan: “¿Y qué tal los huevos antorchistas?” Yo, sin saber qué contestar ni si darme por aludido, desvié la mirada buscando desesperado una respuesta apropiada; el tormento terminó al darme cuenta que él preguntaba por el sabor de los blanquillos que habían llevado de una granja cultivada por miembros de nuestra Organización, y cuyas carteras se apilaban en un rincón de la cocina. Luego, con quienes comprendieron mi alburezca duda reíamos a todo lo que podíamos. Más de 750 participantes, entre jugadores, técnicos y familiares, más decenas de organizadores y no dudo que varios goyeteros, se habían desayunado con el producto de esa granja. No podía negarse que los organizadores le habían puesto mu… chas ganas a su evento.
La ceremonia de premiación estuvo atiborrada de antorchistas e invitados; se premió a los tres equipos ganadores y a Manuel Castro como mejor pitcher y Joshua Castañeda como mejor bateador, ambos campechanos piratas.
La jornada terminó con un importante discurso que el ingeniero Telésforo García Carreón —acompañado de Samuel Aguirre Ochoa, responsable nacional del deporte antorchista, de Ignacio Acosta Montes, responsable político regional, del anfitrión Pergentino Cortés Girón y de varios líderes sociales—, dirigió a los asistentes y a los jovencitos competidores de 15 y 16 años, discurso que usted encontrará completo en el Facebook del Movimiento Antorchista de Sonora, y del cual, por último, deseo reproducir las siguientes palabras. Tele, como le dicen cariñosamente sus compañeros, dijo así: “Si ustedes no llegan a ser beisbolistas profesionales, no se habrá perdido nada, porque habrán aprendido a luchar, a enfrentar dificultades, a sacar la garra, el coraje, la concentración, la inteligencia, el valor para triunfar… en Antorcha queremos hacer de los mexicanos un pueblo de triunfadores, un pueblo que pueda construir una mejor patria para todos; y si no logran hacerse beisbolistas profesionales no habremos perdido gran cosa porque habremos contribuido junto con sus padres y maestros a hacerlos a ustedes mexicanos de bien, que quieran a su pueblo y trabajen por su bienestar”
¡Vaya excepcional torneo éste!
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Escrito por Luis Miguel López Alanís
Periodista y escritor. Autor del libro “Ecos de los organizadores”.