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En los últimos 40 años hemos sido testigos de la transformación de China en la fábrica del mundo. Durante este periodo, el made in China pasó de ser el signo de mercancías simples, baratas y de calidad dudosa, a ser cada vez más el reflejo de crecientes capacidades tecnológicas y productivas. La base de esto fue la apertura económica, el crecimiento económico y las exportaciones. El éxito de este gigante, así como el de otros países del Sudeste Asiático, parecía confirmar las tesis de desarrollo económico implícitas en el Consenso de Washington, que propuso la política neoliberal mediante la liberalización comercial y financiera, y la promoción de las exportaciones para avanzar rápidamente hacia el desarrollo.
Esta propuesta sostenía que las distorsiones asociadas a la intervención estatal en la economía bloquean el desarrollo de los países periféricos y generan ineficiencias e inestabilidad en la dinámica macroeconómica. Eliminadas aquéllas, los países subdesarrollados, que tienen abundante fuerza de trabajo “no calificada”, y por tanto bajos salarios, pueden tomar ventaja comparativa para exportar bienes manufacturados –ayudados por la inversión extranjera, a la que deben dar todas las facilidades y seguridades– a los mercados de los países ricos, lo que les permitiría generar crecimiento y corregir sus desequilibrios externo e interno con base en una política de austeridad.
Además de este funcionamiento ideal en el mercado liberalizado –que en nada se debe a la experiencia de China– hay un error no menos importante: concebir las exportaciones como un fin en sí mismo, en lugar de verlas como un medio. En China, los arquitectos de la reforma económica en los años 80 nunca cometieron tal error. La estrategia de desarrollo costero, adoptada en 1988, tuvo el objetivo de atraer industrias que usaran intensivamente mano de obra, que no dependieran de inversión externa, y que exportaran para obtener divisas para el desarrollo de tecnología local. Desde ese periodo, el desarrollo exportador de China estuvo supeditado a una estrategia más abarcadora de desarrollo nacional.
Pese a ello, el crecimiento explosivo de China ante el mercado mundial generó dependencia del exterior. En 2006, sus exportaciones con proporción al Producto Interno Bruto (PIB) se situaron en un máximo del 36 por ciento. A sabiendas de esta vulnerabilidad, en el onceavo Plan Quinquenal para el periodo 2006-2010, se estableció que el crecimiento económico debía basarse cada vez más en la demanda interna, en particular en el consumo de los hogares.
Desde entonces, esa proporción disminuyó hasta el 18.5 por ciento en 2020. Sin embargo, la guerra comercial que Estados Unidos (EE. UU.) le declaró en 2018-2019 y el choque generado por la pandemia de Covid-19 en las cadenas globales, obligaron al Estado chino a avanzar en esta dirección, y en el catorceavo Plan Quinquenal (2021-2026) con la estrategia de circulación dual doméstica-internacional. Este modelo económico tiene el propósito de acelerar el ritmo del desarrollo económico “hacia afuera”, que prevaleció por varios años, y “hacia adentro” reducir la dependencia del país en torno a los mercados y la tecnología, avanzar hacia la autosuficiencia y corregir los desequilibrios acumulados desde la apertura económica.
Hoy se ve en China una ofensiva contra los dogmas del neoliberalismo que durante décadas habían permanecido intactos. Conceptos como “desarrollo hacia adentro” y “autosuficiencia”, que eran vistos como “pasados de moda” en la época de la globalización, alcanzan vigencia impulsados por el Partido Comunista Chino.
¿Qué pasa en México? En nuestro país, la liberalización comercial estuvo determinada, desde el inicio, por el error teórico de admitir el desarrollo exportador como un fin en sí mismo, en lugar de concebirlo como un medio. Este proceso generó el surgimiento de enclaves exportadores desconectados de la economía doméstica, incapaces de dinamizar el desarrollo y crecimiento. Las exportaciones alcanzaron, en proporción al PIB, el 40 por ciento en 2020 y la tendencia sigue al alza. Y aún peor: cerca del 80 por ciento se dirigen a EE. UU.
Las amenazas del expresidente estadounidense Donaldo Trump en torno a imponer aranceles sobre las exportaciones mexicanas si no se militarizaba la frontera sur; las permanentes intromisiones del gobierno de su sucesor, Joseph Biden, en asuntos laborales de México y los choques por la pandemia no han sido suficientes para que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador reconozca la enorme vulnerabilidad en que México se halla con respecto al vecino del norte y el mercado mundial. Por el contrario, el Presidente ha mantenido y profundizado el fallido modelo económico del neoliberalismo. En México necesitamos aprovechar las ventajas del comercio internacional, pero poniendo énfasis en el desarrollo hacia adentro. Lo que está haciendo China ofrece importantes lecciones que no deberían desaprovecharse.
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Escrito por Jesús Lara
Licenciado en Economía por El Colegio de México. Doctorante en Economía en la Universidad de Massachusetts Amherst de EE.UU.