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Una guerra que se intensifica y un amargo despertar en Occidente
Europa está cada día más notoriamente confundida. No termina de asimilar su papel en la reorganización del orden mundial y, a pesar de declaraciones, el desconcierto y la falta de un fin y objetivo claros es notorio.
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Europa está cada día más notoriamente confundida. No termina de asimilar su papel en la reorganización del orden mundial y, a pesar de declaraciones, manifiestos conjuntos con el respaldo de EE. UU., y, como veremos, bravuconadas y jactancias que rayan en lo ridículo, el desconcierto y la falta de un fin y un objetivo claros es notorio. Algunos siglos atrás se creían y se sabían portadores del “Espíritu Universal”, encarnado en ocasiones en la energía de la Revolución Francesa, otras en el poder económico del Imperio Británico; incluso declaraban haber dado con el conocimiento de dicho “Espíritu” gracias al desarrollo de una lógica que, al menos en Alemania, pretendía ser la solución a todos los enigmas del pensamiento. Hoy, sin embargo, están claramente desorientados. Ven cómo el viejo mundo, en el que su papel era ya secundario, se desmorona, y no alcanzan a comprender la necesidad del nuevo que surge.

El pasado 12 de junio se reunieron en París los jefes de Estado de Alemania, Polonia y Francia. El objetivo de la cumbre era revisar la posición de dichos países respecto a la guerra en Ucrania. Lo llamativo de dicha conferencia fue el tono de las declaraciones. La temeridad con la que los mandatarios condenaron a Rusia es indicador de varios síntomas que la “opinión pública” internacional no alcanza a descifrar o, en todo caso, reproduce a medias y de forma tergiversada.

El presidente francés lanzó esta advertencia: “Nos aseguraremos no solo de que Rusia no salga victoriosa de esta desafortunada empresa, sino de que nunca pueda repetirla”. Mientras que su homólogo alemán aseveró: “El punto de inflexión que representa la guerra rusa tendrá consecuencias para nosotros en Europa. Crearemos una Europa geopolítica aún más unificada, más fuerte y más soberana”. Duda fue el más cínico e imprudente, posiblemente porque es el que menos tiene que perder: “lo fundamental para la Unión es que el imperialismo ruso sea aplastado, para que Rusia nunca tenga el potencial o la posibilidad de atacar a otro Estado, o extender su esfera de influencia en detrimento de la riqueza de otros Estados, o de su soberanía e independencia”. El analista del portal WSWS Alex Lantier no duda en concluir sobre ellas: “La temeridad suicida del belicismo de Duda, Scholz y Macron solo fue igualada por el peligroso aire de irrealidad que se cernió sobre todo el evento”.

El tono de las amenazas hace pensar más en un miedo oculto que en una verdadera advertencia. Occidente conoce de sobra, aunque no más que Rusia, los estragos que significaría una Guerra Mundial como la que parecen anhelar los provocadores europeos y norteamericanos. El pueblo europeo, que hoy se encuentra cómodamente sumido en un sueño opioide, disfrutando en su mayoría de los deleites un poco vergonzosos de la clase media acomodada, muy difícilmente aceptará sacrificar su status de confort y desahogo que, si bien no se dirige a ningún lugar y está casi desprovisto de espíritu, al menos le permite vivir en un limbo exento de preocupaciones reales. Por eso, la división entre la clase dirigente, que representa los intereses de una minoría de multimillonarios que esperan con ansias el estallido de una guerra, y las grandes mayorías, no empobrecidas ni cercanas a una incipiente conciencia de clase, pero sí conscientes de los privilegios que gozan gracias a la explotación de los países subdesarrollados, es cada vez más amplia.

No será, sin embargo, tan sencillo como antes, declarar una Guerra Mundial, en principio por sus catastróficas implicaciones. No hablamos ya de enfrentamientos con tanques y metralletas, sino de una conflagración de una sola bomba, de cualquiera de los bandos, puede borrar del mapa a un país entero. La alarma crece entre los pueblos hasta ahora indiferentes a los turbios manejos de sus mandatarios; entreven con cierto temor que, entre tanta palabrería, va en juego su futuro y la vida misma de su nación. Así, en un evento reciente, días antes de esta cumbre, una multitud numerosa sorprendió al canciller alemán en un evento al grito, según cuenta Johannes Stern, de: “haced la paz sin armas”, refiriéndose a Olaf como “belicista”. El canciller, fuera de sus cabales y “perdiendo la compostura”, arremetió contra la multitud: “‘Un belicista, Putin es un belicista’, gritó”.

Aunque normalmente, para entender las causas de un conflicto de trascendencia universal e histórica, nos referimos a los grupos y clases dirigentes, no perdamos de vista que, en un momento determinado, y ante un despertar obligado y necesario como el que deviene a mitad de una pesadilla, los pueblos, que serán en última instancia los verdaderos perdedores, pueden recobrar el poder que hoy empeña sus vidas a cambio de ganancias futuras. Francia ya dio muestra de ello; Alemania se sacude con torpeza y pesadez las ilusiones verdes y socialdemócratas. No olvidemos todos los factores que están en contradicción en este conflicto; a pesar de que unos pesan más que otros, fenómenos como el que ahora observamos pueden significar, en un futuro, que la balanza se incline hacia la razón o hacia la barbarie.


Escrito por Abentofail Pérez Orona

Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).


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