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“No sé lo que es el comunismo, pero si crea personas como las que están luchando en el frente ruso, debemos respetarlo. Es hora de dejar caer toda calumnia, porque ellos dan sus vidas y sangre para que podamos vivir”.
Charles Chaplin
Aunque la guerra sucia ‒como llamó el historiador español Josep Fontana al proceso mediático posterior a la Revolución Rusa‒ no se ha detenido, desde su centenario en 2017, se ha agudizado la propaganda antisoviética, queriendo mostrar nuevamente a Rusia como la encarnación del mal, el enemigo que hay que combatir.
Un año después, el 2 de febrero del 2018, se conmemoraba el 75º aniversario del final de la batalla de Stalingrado, año en que salieron dos novedades editoriales que quisiera destacar, por lo bien documentados que están y la coyuntura por la que atraviesa el mundo: “Stalingrado, la ciudad que derrotó al Tercer Reich”, del historiador alemán Jochen Hellbeck, publicada por Galaxia Gutenberg, y “Rusofobia. ¿Hacia una nueva guerra fría?”, del profesor francés Robert Charvin, publicada por El Viejo Topo.
Stalingrado fue la batalla más letal y sangrienta en la historia de la humanidad, con una cifra de muertos estimada en más de un millón. Con todo y eso, fue una completa victoria de los soviéticos y el comienzo de la derrota definitiva del Tercer Reich y, Hellbeck, profesor de la Universidad de Rutgers, Estados Unidos, se da a la tarea de narrar esta batalla, pero con un enfoque desde el bando soviético, recuperando una serie de sensacionales testimonios de primera mano, las denominadas “transcripciones de Stalingrado”, para saber cuáles eran los mecanismos y reflejos que explicaban el heroísmo extremo, la tenaz voluntad y la disposición al sacrificio que animaban a los combatientes soviéticos.
Pero si ya no existe la URSS, si ya ganó la “libertad occidental”, ¿por qué esmerarse hoy en atacar a Rusia? “¿Quién quiere, hoy día, diabolizar absolutamente a ese país y por qué?”, pregunta el autor de Rusofobia. Su respuesta es clara y contundente: “esta diabolización forma parte de una estrategia que nos lleva hacia una nueva guerra fría a escala planetaria”.
“Rusia no tiene bases militares propias en la frontera de EE. UU., pero en cambio se ve constantemente cercada militarmente por las tropas de la OTAN en sus líneas fronterizas. Algo que la obliga, una vez más, a un caro proceso de rearme. Pero no es la única evidencia: Mientras Occidente alienta las ‘revoluciones de colores’ y promueve la independencia de Kosovo, por ejemplo, reprocha a Rusia su anexión de Crimea (región históricamente rusa), y niega la posibilidad de un referéndum a las provincias pro-rusas del este de Ucrania”, sostenía Charvin en su libro.
Charvin presagiaba que “desacreditar la resistencia de ayer sirve para diabolizar a la Rusia actual, quizás con el propósito de atacarla mañana. De hecho, es un ataque que se preparó desde la caída del Muro, y a pesar de todas las solemnes promesas de la época: los acontecimientos en Europa del Este en estos últimos años deben ser comprendidos como un cerco sistemático por una red de bases militares que se acercan cada vez más a Moscú”.
Ya preparado el terreno mediático, Occidente preparaba el golpe. Con la llegada al poder del presidente ucraniano Volodymir Zelensky en 2019, ese ataque estaba más próximo que nunca. La amenaza de la OTAN era más que evidente, por lo que el 24 de febrero de 2022, tropas rusas cruzaron la frontera en varios puntos e invadieron Ucrania, tras meses de tensiones y acumulación de fuerzas militares. ¡El “mundo libre” lanzó el grito contra el maligno imperio de Putin! Acusado de tirano, de asesino, los medios occidentales proyanquis se abalanzaron contra el mandatario y su pueblo.
Sin embargo, ni Rusia ni Putin cedieron. “En la actualidad, se está formando un sistema multipolar de relaciones internacionales. Es un proceso irreversible; está ocurriendo ante nuestros ojos y es de naturaleza objetiva. La posición de Rusia y de muchos otros países es que este orden mundial democrático y más justo debe construirse sobre la base del respeto y la confianza mutuos y, por supuesto, sobre los principios generalmente aceptados del derecho internacional y de la Carta de las Naciones Unidas”, expresaba Putin ante los participantes en el Foro Legal Internacional de San Petersburgo el 30 de junio de 2022.
El progreso económico y el PIB de los BRICS superó al de sus homólogos del G7 en términos de paridad de poder adquisitivo como porcentaje del PIB mundial. Ese proceso irreversible podemos ilustrarlo con los siguientes datos: la participación en el PIB mundial de los países del G7 disminuyó desde el 65 por ciento en el año 2000 al 45 en 2021; mientras, China pasó de representar un 4 por ciento a alcanzar el 18 en ese mismo periodo; India lo aumentó del 1,4 al 3,3 por ciento, y la Federación rusa, que se quedaba en el 0,8, en 2021 casi llegaba al 1,9 por ciento.
El mundo multipolar que encabeza Rusia y China no es permitido por el imperialismo, es un peligro para los intereses de la minoría rapaz que, según el último informe de la OXFAM, “Desde 2020, la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado. Durante el mismo período, la riqueza acumulada de cerca de 5000 millones de personas a nivel global se ha reducido”.
Es por ello que las amenazas tienen que concretarse. Fue así que el pasado 22 de marzo cuatro terroristas dispararon a quemarropa en la sala de conciertos Crocus City Hall para luego incendiarlo con los civiles dentro, dejando 145 muertos y 182 heridos. El jueves 4 de abril Putin declaró que, “a juzgar por los resultados de la investigación, tenemos todos los motivos para creer que el principal objetivo de quienes ordenaron el sangriento y terrible acto terrorista en Moscú era socavar nuestra unidad, pues esta unidad es la condición principal y básica de nuestro éxito”. Mucho sentido tiene, pues se hace en el marco de la reelección de Putin, quien obtuvo días antes del atentado el 87% de los votos, el porcentaje más alto de victoria en una elección presidencial desde la disolución de la URSS.
Ante esta ola de violencia contra los rusos habría que recordarle al mundo cuánto le debemos a Rusia. Con todo y lo que puedan decir los medios y gobiernos occidentales, lacayos del imperialismo norteamericano, fueron 25 millones de rusos, entre el Ejército Rojo y población, quienes derrotaron al nazismo. Hitler perdió sus mejores tropas ante Moscú y Stalingrado, mientras que Estados Unidos sólo perdió a 400 mil (184 mil de ellos en el frente europeo).
El lector debe adentrarse a los documentos de primera mano que encontrará en los libros mencionados para explicarse la Rusia de hoy, pues se vuelven imprescindibles para responder a las siguientes preguntas: ¿cómo fue capaz el Ejército Rojo de imponerse a un enemigo considerado superior en planificación operativa, disciplina militar y técnicas de combate y que hasta ese momento tenían a Europa de rodillas? ¿Cómo se explica que dos años después los alemanes fueran vencidos en su propio territorio? ¿Cómo es posible que los rusos no cedan ante los intentos del enemigo por dividirlos? Como en la era napoleónica y nazi, la respuesta será siempre: unidad y resistencia. Ese es el ejemplo que Rusia tiene para el mundo.
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Escrito por Ignacio Mejía López
Colaborador