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35,000 muertos se cuentan, hasta hoy, en Palestina. El conflicto lleva siete meses, aproximadamente 217 semanas. Hablamos de 160 asesinatos por día. De las 25,000 víctimas identificadas, según datos avalados por la OMS (Organización Mundial de la Salud), alrededor del 60% son mujeres y niños. Según el informe presentado por Ministerio de Sanidad de Gaza: a las vidas segadas por el ejército israelí hay que sumar 78,755 heridos. Estas cifras, dice el ministro de exteriores israelí, Israel Katz, son engañosas: «La ONU redujo su estimación de mujeres y niños asesinados en Gaza en un 50% y afirma que se basó en los datos del Ministerio de Salud de Hamás. Cualquiera que se base en los datos falsos de una organización terrorista para promover libelos de sangre contra Israel es antisemita y apoya el terrorismo».
Hay algo de razón en esta declaración; los datos no nos dicen toda la verdad. Son 35,000 muertes las que aparecen en las cifras oficiales, casi en su totalidad civiles. Sin embargo, estas decenas de miles de personas no viven en soledad, no existen independientes de su entorno: son padres, hermanos, hijos, amigos; son además miembros de una comunidad, de una ciudad, de una nación y una religión. Nada de eso existe ya. Las balas israelitas que no distinguen militares de civiles, hombres de mujeres, niños de adultos, destruyen no sólo la vida que la metralla arrebata, sino todo lo que alrededor de ésta crecía. Son así millones de vidas las que realmente ha destruido el genocidio en Palestina. Es verdad que el dolor no se puede medir ni cuantificar; pero si pensamos un poco más allá del materialismo vulgar, la masacre perpetrada por la tríada: Estados Unidos-Israel-Gran Bretaña, es una de las tragedias más abominables de la historia reciente, una de las más grandes infamias del capitalismo moderno.
¿Cómo justifica el imperialismo el genocidio? Desde mediados de los cincuentas, al desplazar formalmente el imperialismo norteamericano al imperialismo británico, cada uno de los momentos de divergencia que pusiera en entredicho el statu quo era liquidado de inmediato. El imperio nombraba al enemigo y la sociedad se plegaba ante el implacable juicio. Sin embargo, como todo aparato de dominación, se cuidaba mucho de guardar las apariencias, incluso si éstas carecían de credibilidad. Poco importaba la perfidia, la saña o la violencia de los hechos que perpetraban, debían ser respaldados legítimamente. La invasión a Irak en 2003, buscaba “armas de destrucción masiva” que, después de destruir masivamente el país, resultaron inexistentes. Poco importaba ya; el discurso había cumplido con el fin. Lo más importante era guardarse de parecer lo que eran. Era necesario crear un casus belli –un motivo de guerra– que le diera a la invasión: ya fuera Afganistán, Corea, Vietnam, Libia, etc., la “legitimidad” necesaria. De esta manera, a diferencia de las grandes guerras colonialistas europeas, que saqueaban países en África y América sin más argumento que el de “desarrollar el imperialismo”; el dominio norteamericano erigió un aparato ideológico; formó intelectuales y periodistas cuya única tarea era respaldar argumentativamente toda necesidad inherente al desarrollo del capitalismo. La apertura forzosa de mercados, que implicaba invasión y destrucción se justificó bajo eslóganes como: “lucha contra el terrorismo”, “primaveras árabes”, “defensa frente al comunismo”, etc. Sin embargo, la razón de ser de toda guerra debe buscarse más allá de estas frases huecas y simplistas.
«La guerra –escribía Carl von Clausewitz– no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios». Nosotros añadimos: las relaciones políticas son, a su vez, un efecto de las relaciones de producción. Lo que está en juego en la guerra moderna no es sólo la conservación de las instituciones políticas de uno u otro país. El verdadero casus belli radica en la posibilidad de perpetuar un sistema económico; en la necesidad de mantener inalterable la estructura social y en someter, por la fuerza de las ideas o de las armas, a todas las naciones que representen un peligro real para las clases dominantes.
Miles de niños palestinos se han quedado en la orfandad.
¿Cuál es el motivo que presume el genocidio en Palestina?: antisemitismo y terrorismo. Por esta razón todo acto de resistencia es motejado de discriminatorio y racista. Frente a la ola de acampadas estudiantiles en Estados Unidos, el presidente Joe Biden se pronunció en contra del: “alarmante aumento del antisemitismo en nuestras escuelas, comunidades y en línea". Donal Trump hizo eco. Cuando el sistema está en peligro los colores y diferencias, aparentemente trascendentes, desaparecen. «Con todo, en pleno estallido del movimiento estudiantil, la Cámara Baja del Congreso de Estados Unidos aprobó el 2 de mayo un proyecto de ley para ampliar la definición de antisemitismo basándose en la propuesta por la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA, por sus siglas en inglés), que considera antisemitas expresiones como la afirmación de que la existencia del Estado de Israel es racista, así como comparar las acciones del país hebreo en Palestina con las de la Alemania nazi en contra de los judíos» (Sputnik). Cualquiera con dos dedos de frente entiende lo que se pretende: no es ya tapar el sol con un dedo, es negar la existencia misma del sol. El genocidio es real, la masacre de seres humanos en Palestina tiene tanto en común con el Holocausto que decretar una ley para no comparar las acciones del gobierno de Israel con el nazismo hitleriano, encubriéndose precisamente en la discriminación, es tanto como legislar para rebautizar al tigre de Bengala con el nombre de “minino ronronero”, esperando que así se obvie e ignore su instinto de carnívoro depredador. Van más lejos. Quien se atreva ahora a decir que el tigre de Bengala es en verdad un tigre y además peligroso y salvaje, es un enemigo de la civilización y merece la cárcel por un acto de discriminación felina.
No era el nazismo lo que al imperio perturbó en su momento. Lo que hizo reaccionar a las potencias económicas de mediados del siglo pasado fue no haber podido domeñar esa fuerza, usarla para los verdaderos fines para los que fue creada: abatir el comunismo soviético. El sionismo moderno, tan monstruoso como el fascismo hitleriano, es, sin embargo, útil y necesario. ¿Qué representa Israel para Estados Unidos e Inglaterra? Israel es el bastión del imperialismo en Medio Oriente; es la garantía de la hegemonía occidental, un enclave tan valioso como Taiwán, Corea del Sur o Ucrania. En la medida en que estas bases militares se debiliten el control imperialista languidece. Hoy Ucrania está al borde de la derrota y el pueblo palestino, indefenso y realmente desamparado, está pagando la rabia y la impotencia que siente el imperio al medir fuerzas frente a frente contra el enemigo real. Sin dejar de considerar la influencia económica y, por ende cultural, del sionismo en Estados Unidos e Inglaterra; es la vitalidad del capitalismo chino, la resistencia militar de la nación rusa y la descolonización acelerada de los pueblos en África lo que se está vengando en Gaza. Es un arrebato feroz y despiadado de impotencia; una rabia ciega y desesperada a la que no importan ya las formas. Bajo el guante del “antisemitismo” y la “discriminación” se esconde una mano bañada con la sangre de miles de niños y seres inocentes. Pero la sangre escurre y asoma la mano asesina; el mundo, testigo de esta tragedia, no puede ni debe permanecer impasible. Lo que está en juego en Palestina es, en gran medida, la continuidad de un sistema económico a tal grado agotado que ha tenido que recurrir al nazismo para defenderse. El destino apocalíptico del mundo, con el que tanto ha fantaseado el capitalismo moderno, es lo que quieren imponer. Resistir desde cualquier frente al genocidio en Palestina debe ser causa común para todos los pueblos del mundo. De no ser así, la era de la barbarie, en caso de triunfar, seguirá reinando y avasallando a la humanidad entera.
Hoy no es sólo la cuestión Palestina la que está en juego, es la credibilidad del capitalismo y todas sus instituciones la que se cuestiona. Un genocidio que ha alcanzado la atroz cifra de ocho mil muertos no se puede cubrir con hipocresías.
El ataque en Gaza “finalizará cuando se logren los objetivos”.
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).