El gobierno estadounidense arremete contra Venezuela y Colombia.
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                    La disyuntiva aparentemente irreductible entre activismo irracionalista y fatalismo (o determinismo económico) escinde en realidad verdad e historia y conduce a dos extremos antitéticos: o bien al relativismo historicista, o bien a la racionalidad ficticia del determinismo o quietismo. La antinomia entre dogmatismo e irracionalidad remite más en general a la antítesis entre sujeto y objeto o también a la contraposición entre ser y pensamiento.
El idealismo trascendental de Kant planteó un dualismo entre la naturaleza y el ser humano. Según Kant, el mundo exterior (ser u objeto) recibía sus leyes de la Razón (pensamiento o sujeto) y no inversamente. Hegel hizo una crítica profunda del dualismo kantiano que desdoblaba la naturaleza y los seres humanos. La filosofía de Hegel estableció en efecto la idea de la unidad de lo material y lo espiritual, “de su acción recíproca y su devenir solidario”. Desde esta perspectiva, “el hombre es uno solo con la totalidad del ser”. Sin embargo, de la conciliación de la antítesis entre el espíritu y la materia surge precisamente la tendencia de Hegel a la reconciliación estoica con la realidad o actualidad, el estancamiento de la filosofía hegeliana en el presente.
Pero la absolutización del presente en cuanto expresión de que el Espíritu se ha alcanzado a sí mismo provocó desde muy pronto distintos intentos de superar el carácter contemplativo de la filosofía de Hegel. Se trató grosso modo de “volver práctica a la dialéctica”. La transición de la teoría filosófica a la práctica partió en principio de una gran fe en el poder práctico de las ideas. Heinrich Heine, por ejemplo, estaba convencido de que el pensamiento precedía a la acción igual que el relámpago al trueno. Juan Bautista había precedido a Cristo. El cristianismo, la Reforma, la Revolución Francesa habían sido teorías antes de haberse convertido en acciones. La teoría precedía a la acción.
Ahora bien, la tendencia a “lo práctico” de la filosofía se remontaba por entonces de manera necesaria a Fichte, para quien el pensamiento se convertía en “acción”. Fichte consideraba, en efecto, que el “Yo” se diferenciaba y dividía en un “Yo” teórico que finalmente resultaba “limitado y condicionado” por el “no-Yo” –el objeto–, y en un “Yo” absoluto y práctico que, mediante su actividad, sobrepasaba todos los límites establecidos creando con ello un mundo ideal infinito. La razón práctica era, pues, muy superior a la razón teórica. No obstante, Fichte terminaba estableciendo un contraste agudamente romántico entre “Ser” y “Deber ser”, es decir, entre “sujeto” y “objeto”: su filosofía contraponía la voluntad en acción a la realidad presente. 
En un sentido similar a Fichte, August von Cieszkowski –uno de los jóvenes hegelianos– se preocupó por desarrollar una especie de filosofía de la acción que pudiera superar el carácter contemplativo de la filosofía hegeliana. Lo hizo en Prolegómenos a la historiosofía de 1838. Para Cieszkowski, la principal deficiencia de la filosofía de Hegel era que sólo podía explicar la historia post factum, esto es, únicamente podía explicar lo que ya había ocurrido o lo que estaba ocurriendo, pero no podía proyectarse hacia una ordenación consciente del futuro. Por esta razón, Cieszkowski elaboró una filosofía que ofrecía la posibilidad de una acción práctica. El principal agente de su filosofía de la acción era la “praxis”, entendida como una síntesis de pensamiento y acción que en lo sucesivo permitiría una historia de actos y no simplemente de hechos.
Con su filosofía de la acción, Cieszkowski pretendía “volver práctica a la dialéctica”. Sin embargo, al igual que Fichte, terminaba oponiendo la actividad absolutamente libre del sujeto a la realidad presente. Lo que Hegel había formulado era en cambio la gran idea cardinal de la unidad de lo material y lo espiritual. Desde este punto de vista, la práctica, la voluntad y la actividad, aparecían siempre ligadas a situaciones concretas y apuntaban siempre también a la solución de tareas concretas. De aquí surge precisamente el intento de combinar “Ser” y “Deber ser”, “prosa” y “poesía”: el intento franco de renunciar terminantemente a la oposición abstracta entre sujeto y objeto, de rechazar en una palabra el romanticismo revolucionario. 
El joven Marx expresa esta perspectiva cuando anota que se propone ir a buscar la Idea en la Realidad misma. Sobre esta base se desarrolla una crítica implacable del utopismo ilustrado y de la oposición abstracta de “Ser” y “Deber ser”. La práctica revolucionaria desconoce, pues, la escisión entre verdad e historia, la oposición entre ser y pensamiento. De esta manera no se persiguen ya ideales superpuestos o sobrepuestos abstractamente a la historia, como lo hacía el utopismo ilustrado, sino que la tradición política activista se esfuerza por establecer un puente entre la situación presente y un futuro no deducido apriorísticamente, combinando en todo caso “prosa” y “poesía” en lugar de contrastarlas abstracta y románticamente.
                            El gobierno estadounidense arremete contra Venezuela y Colombia.
                            En siete años de gobierno, Morena, que se declara de izquierda y genuino representante del pueblo, únicamente ha demostrado ser un partido dirigido por demagogos y farsantes cuyas acciones sólo están perjudicando a gran parte de la población de México.
                            En la actualidad es común pensar que las sociedades están compuestas por individuos, y esto es parcialmente cierto.
                            A veces se considera que el pensamiento utópico no nos dice nada sobre nuestro mundo, pero si lo miramos con más atención, podemos ver ciertos aspectos útiles para nuestro presente.
                            En el Siglo XVIII, la burguesía era una clase revolucionaria que, junto a sus mejores representantes ideológicos, conformaron la Ilustración, sepultando al irracional oscurantismo feudal con las armas de la razón y la verdad.
                            Durante la madrugada del nueve de septiembre, se desataron en la Huasteca torrenciales lluvias que provocaron inundaciones, deslaves, destrucción de caminos y viviendas.
                            Dos semanas después de las intensas lluvias que afectaron a cinco estados del país, todavía siguen incomunicadas 93 comunidades.
                            El mayor problema que enfrenta ahora el pueblo de México radica en que una junta de “notables” ejerce el poder, dice gobernar para los pobres, pero está en contra de éstos, porque en realidad representa los intereses de las clases poderosas.
                            La reciente reforma a la Ley de Amparo fortalece a las autoridades y limita el acceso a la justicia de los gobernados.
                            La productividad se erige como una virtud moral fundamental para el capitalismo, pero no porque se conciba como un valor moral, sino porque sirve a sus intereses específicos.
                            México se ahoga en las aguas negras de la incompetencia, insensibilidad y corrupción.
                            Imposible tratar de elaborar y difundir en este momento un análisis sobre los graves problemas por los que atraviesa nuestro país y la nada remota posibilidad de que se compliquen en el corto plazo.
                            Una reciente noticia sobre Gaza ha centrado la atención mundial y exhibe la prepotencia y el cinismo con que las potencias imperialistas occidentales continúan su plan de apoderarse a como dé lugar de Palestina.
                            El argumento de que fallaron los pronósticos y de que llovió más de lo esperado es autoincriminatoria, como dijo el periodista Carlos Ramírez.
                            El imperialismo no es un fenómeno nuevo en la historia. Los imperios aparecieron desde los albores de la sociedad dividida en clases: el acadio, el egipcio, el asirio, el griego, el persa, el romano, el chino, por nombrar algunos de los más conocidos y antiguos.
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Escrito por Miguel Alejandro Pérez
Maestro en Historia por la UNAM.