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La servidumbre y el esclavismo tradicional no desaparecieron con la llegada del capitalismo, pero se transformaron en prácticas de explotación más sutiles. El esclavo moderno no necesita grilletes ni cadenas; pero para satisfacer sus necesidades vitales, deben contratarse con algún capitalista que le ofrezca trabajo, quien le impone condiciones laborales que propician su explotación; y cuando renuncia y busca otro empleo, no llega muy lejos porque se encuentra con otra empresa capitalista donde las condiciones de trabajo son iguales o peores. Es decir, no tiene elección y no puede escapar de este ciclo, que es una trampa muy sofisticada y eficiente.
El capitalista, a diferencia de los traficantes de esclavos, no necesita capturar a sus trabajadores en lugares distantes; porque llegan por sí solos en busca de empleo, ya sea en su nación o cruzando fronteras cuando los explotadores locales no pueden garantizarles trabajo. Este problema es el que causa la actual crisis migratoria, en la que, con la que se evidencian (por miles y miles de personas que buscan empleo en otros países o en el propio) otras prácticas de explotación, como la de que ahora los esclavos modernos –a diferencia de épocas anteriores, cuando los amos debían alimentarlos– se hallan abandonados a su suerte, deben rascarse “con sus propias uñas”; y de que ahora, para conseguir un empleo, deben competir con sus hermanos de clase mediante la aceptación de salarios pequeños y condiciones de trabajo adversas, lo que resulta muy conveniente para el capitalista.
Ahora, estimado lector, vuelva los ojos hacia la situación laboral que prevalece en nuestro país. Una estructura capitalista subdesarrollada que ofrece las condiciones políticas y legales más idóneas a unos cuantos oligarcas para operar como depredadores. Los apellidos de los modernos esclavistas de México (Slim, Larrea, Servitje, Salinas Pliego, Bailleres, entre otras personalidades) destacan como grandes héroes de los negocios en los medios audiovisuales (TV, radio), diarios y revistas; pero la prensa omite que estos señores se han enriquecido mediante la explotación de sus empleados, tráfico de influencias, monopolizan la economía y empobrecen a la población del país. Esto ocurre porque en “un país de ciegos, el tuerto es el rey”. En la República hay un aproximado de cinco millones de empresas privadas, de las cuales 97 por ciento son negocios pequeños y medianos (Pymes) que funcionan como puntos de venta de las grandes empresas. Esta endeble estructura económica no permite, por un lado, emplear a toda la población y, por otro, obliga a los trabajadores a aceptar salarios muy disminuidos, jornadas de trabajo de más de 10 horas, riesgos y maltratos laborales.
Las consecuencias de tal situación destacan: los trabajadores y sus familias llevan una vida miserable, comen mal, viven al día, habitan en cuartuchos y hacinados. La clase trabajadora lo padece, pero rara vez reflexiona sobre su realidad porque se encuentra inmersa en sus problemas de sobrevivencia y porque existe toda una superestructura diseñada para hacerle creer que el mundo es justo, que cada quien tiene lo que merece y que “existen oportunidades para todos”. Estas prédicas se escuchan por todos lados, sobre todo cuando ya se aprobaron nuevas reformas laborales, que hay derechos humanos, que las leyes protegen al trabajador, etc. Pero nada de esto encaja con la realidad de los hogares donde impera la pobreza o la miseria extrema, donde los hijos ya no van a la escuela, no se curan las enfermedades porque no hay dinero para el médico y las medicinas; donde todos los miembros del hogar (padres y hermanos) deben trabajar, emigrar a Estados Unidos o enlistarse en el crimen organizado.
Esto ocurre así porque la esclavitud moderna no difiere de las anteriores; y porque aun cuando las cadenas son invisibles, están presentes todo el tiempo, matándonos efectiva y lentamente, recordándonos, una y otra vez, que la única forma de liberarse es con toda la humanidad, tarea titánica que recae en un gigante dormido al que las condiciones actuales de explotación no tardarán en despertar. Al tiempo.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA