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El capitalismo corporativo de las potencias de Occidente está aumentando las tensiones en otros bloques económico-políticos, porque alientan una conflagración militar de escala global, de la que ningún país está exento del riesgo mortal. Esta vía absurda, catastrófica, se produce precisamente cuando el sistema mundial empieza a superar históricamente la geopolítica unipolar que, durante medio siglo, sometió a gran parte de las naciones y avanza hacia un nuevo orden multipolar donde ninguna potencia actúe como “dueña” o “policía” del planeta.
¿Cómo se da esta nueva relación internacional? Las expectativas de paz y seguridad parecen hallarse en un horizonte lejano. La incertidumbre permea a sólo 45 años del triunfo de la Revolución Islámica de Irán; a 35 años de la reunificación de Alemania; a 34 de la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y a 23 del ataque al World Trade Center de Nueva York, en 2001.
La vida de más de ocho mil 200 habitantes en el planeta es sensible a lo que suceda en los próximos meses. En apenas un mes, el inequitativo sistema electoral de Estados Unidos (EE. UU.) designará a su 47º presidente, quien decidirá si mantiene la actual política de confrontación con Eurasia –liderada por China, Rusia, Irán e India– y conserva su respaldo militar a Israel, su par sionista.
En la Convención Republicana de junio pasado se afirmó que sólo Donald Trump y J.D. Vance evitarían un conflicto global que avanza como no se veía en 70 años. El expresidente de la Cámara de Representantes en los años 90, Newt Gingrich, declaró: “con Biden tenemos guerra, sufrimiento y un mundo que oscila en el filo de la tercera guerra mundial”.
Tanto demócratas como republicanos privilegian el poder bélico, pues tienen la visión de que es en los campos de batalla donde su país ha logrado la supremacía económica y política. Por ello, EE. UU. siempre se mantiene a la ofensiva en este frente, así como en el mediático, con el que justifica y legitima sus acciones.
Hoy, como en la guerra de Vietnam, Irán en los 50, Afganistán y Líbano en los 80, Irak en los 90, Taiwán o Ucrania, EE. UU. opta por la ofensiva. En contraste, Rusia enfrenta a la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuyo dilema consiste en reducir daños y buscar un acuerdo con Moscú, o “huir hacia adelante”, explica Manolo Monereo.
En todas las regiones del mundo se escenifican hoy conflictos de mediana y gran intensidad; algunas son guerras que involucran a naciones con mucho peso estratégico. Por ello, los expertos en asuntos militares consideran que actualmente se traza un horizonte de “preconflagración” mundial y que en breve pueda desatarse la tercera guerra mundial.
Plantean que en este momento hay tres epicentros desde los que puede desprenderse una gran escalada bélica: Ucrania –que ataca territorio ruso con armas occidentales–; Gaza, donde Israel consuma su limpieza étnica con más de un cuarto de millón de vidas segadas; y Líbano, donde el régimen sionista agrede a Irán.
Esos frentes están en dos regiones fundamentales del planeta y confirman la hipótesis de los neoconservadores de librar ofensivas militares simultáneas para ejecutar su plan de recuperar la hegemonía de EE. UU.
Todo indica que la situación actual es ideal porque, en enero, Joseph Biden dejará la Casa Blanca y con ésta un mundo en llamas. Además, cualquiera que lo suceda, Trump o Kamala Harris, se obstinará en frenar a Eurasia, a la que consideran su principal adversario económico-político.
Otros analistas, como el politólogo Enmanuel Todd, consideran que las antiguas rivalidades entre Occidente, el Sur global y Eurasia no necesariamente deben conducir a una tercera guerra mundial; aunque reconocen que EE. UU. se ha convertido en un problema para el mundo desde el fin de la Guerra Fría.
En el interior profundo de la población estadounidense hay alerta sobre la posibilidad de que se desate una tercera guerra mundial, destaca el pensador Serguei Karagonov.
La evidencia es el soporte logístico que su gobierno y los de las otras potencias de Occidente brindan a los conflictos armados en curso. Este apoyo nutre el clima de inestabilidad global y si aún “no es la tercera guerra mundial”, por ahora es “una guerra de terror”, escribe el columnista Pepe Escobar.
Con la actual escalada bélica, las empresas del complejo militar industrial estadounidense (CMI) –advierte la agencia internacional de noticias Reuters– “cantan feliz melodía” por los beneficios multimillonarios obtenidos con esos conflictos militares.
Este año han abastecido una fuerte demanda de antimisiles, interceptores Patriot, motores para cohetes, dispositivos de guía GPS y otros sistemas. “El rearme de EE. UU. y sus aliados es por lo que perciben como actos agresivos y avances de Rusia y China”.
Un cohete guiado GMLRS cuesta 148 mil dólares a los estadounidenses; su gobierno ha enviado entre cinco mil 800 y seis mil 400 a Ucrania. ¡Y las empresas los fabrican en masa! Boeing, Northrop Grumman y L3Harris Technologies aumentaron su producción y venta; con lo que han multiplicado sus ganancias.
La administración de Biden priorizó la compra de municiones con la aprobación de un presupuesto militar (Ley de Política de Defensa) de 886 mil millones de dólares (mdd) en el Congreso para 2024. De ahí la incuestionable simbiosis entre la Casa Blanca y el capitalismo corporativo armamentista.
El pasado 24 de agosto, el Ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, anunció que Occidente “juega con fuego” porque permite a Ucrania atacar territorio ruso con misiles de fabricación estadounidense y de Reino Unido; y advirtió que una tercera guerra mundial no se limitaría a Europa. “Son como niños jugando con cerillos, como los que confían armas nucleares a países occidentales”.
El presidente ruso Vladimir Putin ha dicho varias veces que no quiere un conflicto con la OTAN. Su primera advertencia fue emitida en febrero de 2022, cuando ordenó la operación militar en Ucrania. Pero ahora este bloque militar acosa a Rusia desde países limítrofes con arsenal ofensivo estadounidense.
Hoy, por primera vez desde su creación, la OTAN no tiene argumentos objetivos o convincentes para negar que tiene un adversario dispuesto a usar armas atómicas.
Después de la incursión ucraniana con armas occidentales en la región rusa de Kursk, el cuatro de septiembre, Vladimir Putin advirtió que modificaría la doctrina nuclear de su país. La estrategia actual prevé el uso “estrictamente defensivo” de armas nucleares si se ataca a Rusia con armas de destrucción masiva o con armas convencionales que amenacen su existencia.
La modificación de esta doctrina ampliará tanto el uso de ese arsenal como el número de los Estados agresores; y en el caso de agresión de un país no nuclear, pero con participación de un país nuclear, se le consideraría ataque conjunto.
El uso de armas nucleares no sería inmediato, pero el mando militar supremo de Rusia prevé la reacción automática de sus mecanismos de disuasión. “Es un posicionamiento más declarativo”, precisa Marléne Laruelle.
Aun así y ante la agresión israelí contra Irán y Líbano, la prensa corporativa e imperialista ha desplegado una intensa campaña para anunciar que el mundo está en el umbral de una nueva guerra mundial; campaña en la que han participado The New York Times, BBC, DW, Frances Press, The Guardian, Le Fígaro y El País.
Después del choque entre Israel e Irán, como consecuencia al asesinato del líder de Hamás, Ismail Haniya, en Teherán aumentaron las tensiones y los actores en el campo de batalla de Medio Oriente.
Hoy, muy pocos analistas saben que cuando Irán lanzó misiles contra objetivos militares israelíes, éstos fueron interceptados por buques de la Marina estadounidense situados en el Mediterráneo oriental. Se trata de los destructores USS Arleigh Burke, USS Cole y USS Bulkeley, que tienen la misión de cubrir al Estado sionista de todo impacto.
Los efectos de la escalada israelí contra Palestina y Líbano a corto plazo han resultado en mayor emigración hacia países vecinos; la cada vez menor capacidad de éstos para absorberlos; su asentamiento en pésimos refugios improvisados y ayuda internacional cada vez más limitada.
El intervencionismo militar estadounidense, ejecutado a espaldas de los ciudadanos, llevó al candidato republicano a vociferar: “Bajo el presidente Trump, no hemos tenido GUERRA en Medio Oriente, ni GUERRA, en Europa, y armonía en Asia, ninguna inflación ni catástrofe en Afganistán”.
Aludiendo al presidente Joseph Biden y a Kamala Harris, el magnate agregó que, ahora, la amenaza bélica hace estragos en todas partes, pues “los dos incompetentes que dirigen este país nos llevan al borde de la tercera guerra mundial”, y los considera indignos de confianza para llevar un puesto de limonada “y menos para dirigir el mundo libre”.
El tres de octubre, en el contexto de la agresión israelí, el presidente de la República Islámica de Irán, Masud Pezeshkian, declaró, desde Qatar, que el régimen sionista se atreve a cometer crímenes y genocidio en Gaza debido a la división existente entre los países islámicos.
Pezshkian llamó a éstos a unirse para enfrentar tales atrocidades y para evitar que “mañana sea el turno de otras ciudades y países islámicos”; aunque se congratuló por la creciente cooperación con Arabia Saudita y por el rol de mediador que ésta realiza con Occidente para frenar los crímenes del régimen sionista.
La visión del presidente iraní es acertada, pues una guerra total en la región implicaría graves consecuencias para la economía global y la producción energética.
El dos de octubre se difundió el comunicado del movimiento Ansarolá (houtí) en apoyo a la nación palestina. El general de brigada yemení Yahya Sari declaró que han intensificado sus acciones contra objetivos israelíes y el ataque con drones a una base en Jaffa, operación confirmada por la fallida defensa aérea israelí.
La guerra proxy de la OTAN contra Rusia en Ucrania evolucionó de conflicto regional a una guerra mundial de la que se dirimirá el orden internacional de este siglo, afirma Yuri Felshtinsky en su ensayo Ucrania, la primera batalla de la tercera guerra mundial. Este autor, sin embargo, olvida que Rusia nunca ha atacado a ningún país de la OTAN, incluida la agresiva Polonia.
En abril, el primer ministro ucraniano, Denys Shmydal, amenazó con la tercera guerra mundial si Kiev perdía la guerra con Moscú. Con esa falacia instó al Congreso estadounidense a aprobar un paquete de ayuda bélica correspondiente a 61 mil mdd, cuya votación está pendiente en la Cámara de Representantes.
Con la insolencia y desesperación de quien cree merecerlo todo de sus patrocinadores, Shmydal apremió: “necesitamos este dinero para ayer, no para mañana ni para hoy”. Y para que su urgencia fuera bien recibida, lanzó una amenaza lateral: “Si no la protegemos, Ucrania caerá y el sistema global de seguridad será destruido”.
Para este funcionario, si el actual modelo de seguridad global cae, se multiplicarán los conflictos (como ucraniano) y eso conduciría “a la tercera guerra mundial”. Así repitió lo que un año atrás afirmó su jefe, Volodymyr Zelensky: si Rusia gana el conflicto “invadirá Polonia y desencadenará la tercera guerra mundial”.
Esta amenaza conmueve en el imaginario de los ciudadanos estadounidenses y el de millones de habitantes de otros países del mundo. No así a los fríos estrategas de los departamentos de Defensa y de Estado de EE. UU., que han prohibido a Ucrania negociar la paz con Rusia.
El régimen ucraniano omite que su corrupción ha ocasionado críticas en EE. UU. Legisladores republicanos bloquean el envío de esos 60 mil mdd de “ayuda al exterior”, a cambio del control fronterizo con México.
Sobre el conflicto en el este europeo, el experto en realismo político John Mearsheimer explicó en septiembre: “Los rusos están ganando en Ucrania y la administración Biden lo sabe”.
En cuanto a la escalada en el Medio Oriente, Mearsheimer resumió así el pensamiento de millones de personas: “La única forma de poner fin al choque Israel-Hezbolá es alcanzar el cese al fuego en Gaza”. Además, descartó que China se involucre en Medio Oriente o que invada Taiwán, “aunque la agresividad de EE. UU. puede beneficiar sus intereses ahí”.
La alianza estratégica entre los gigantes Rusia y China es la peor pesadilla para Occidente. El 1° de octubre, en el aniversario 75 de la República Popular China, Vladimir Putin aclaró a su homólogo Xi Jinping que este país llega con impresionantes logros en desarrollo económico, social, científico y tecnológico.
“Con su liderazgo, China se ha fortalecido en la escena global y tiene un rol esencial en asuntos clave, regionales e internacionales. Continuaremos fortaleciendo su asociación y colaboración estratégica en beneficio de nuestras naciones”, agregó Putin.
Taiwán, como Ucrania, es pieza digna del juego a favor de los intereses estadounidenses, que no lo reconocen como parte de China y lo usan para provocarle más tensiones y alentar su separatismo.
En cuanto a la cuestión palestina, Rusia es de las contadas potencias con relaciones en todos los aspectos del conflicto, incluido Hamás. Sin embargo, ha limitado su mediación porque EE. UU. ha monopolizado el discurso sobre este asunto, afirma Irina Zviagélskaya.
A EE. UU. le incomoda la intensa diplomacia rusa, que la aleja del aislamiento a que pretende condenarla. El 12 de septiembre llegaron a Moscú el asesor de Seguridad Nacional de India y el ministro del Exterior de China. Después, Putin y su homólogo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, firmaron un acuerdo de cooperación.
Un día después se comprometieron con Irán ante el Acuerdo de Asociación Estratégica integral. Y el 20 de septiembre, Putin envió un caluroso mensaje a Miguel Díaz-Canel, por el 60 aniversario de la sociedad de amistad ruso-cubana.
Cambio de dirección, el fracaso
En julio de 2006 fue la ú l tima vez que Israel estuvo en territorio libanés y concluyó en debacle. Fue la operación Cambio de Dirección y duró un mes; sus soldados se empantanaron en fuerte combate con milicianos de Hezbolá, que los llevaron a sus emboscadas. Por la pérdida de 121 soldados y más de 20 tanques, Israel formó la Comisión Winograd, que evaluó la ofensiva así: “Los errores fueron tantos que Israel terminó sin una clara opción militar”. También concluyó que esa invasión fracasó por “la insistencia del alto mando de una respuesta militar al desafío en Líbano”. Pese a ello, dos décadas después, el ejército israelí anunció una operación terrestre “limitada, localizada y específica” contra Hezbolá en el sur de Líbano. La escala de tropas y tanques movilizados sugiere que el régimen sionista se organiza para una invasión prolongada y cobrar a Hezbolá la humillación de 2006. En la segunda semana de octubre, un millón de libaneses huía del sur y se refugiaba en escuelas o edificios abandonados. Los invadían 14 mil tropas de élite con tanques y poderosa artillería. Ante la Séptima Brigada, el jefe del Estado Mayor Herzi Halevi, sermoneó: “Cuando vean a los miembros de Hezbolá, mostrarán que ustedes son una fuerza profesional, muy calificada y diestros en combate. Entrarán y destruirán a ese enemigo y asolarán su infraestructura”. Y así lo harán después de su “valiosa experiencia” en Gaza, que después de un año de combate asimétrico, están agotados, escribió el editor de Al Jazeera, Alex Gatapoulos.
El ministro de Defensa de Finlandia, Antti Hakkanen, afirmó que "muchos están sobreestimando que Occidente esté ganando, que Ucrania esté ganando", a pesar de haber firmado un nuevo acuerdo de defensa con EE.UU.
El líder ruso no descartó la posibilidad de restablecer las relaciones entre Moscú y Washington.
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En el marco de los ataques entre Israel y Palestina, retomamos esta entrevista de 2018 (buzos no. 844) realizada por Nydia Egremy al Exmo. Embajador de Palestina en México, Sr. Mohamed A. I. Saadat.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.