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Creo sinceramente que con la riqueza acumulada se podrían atender plenamente las necesidades de alimentos, vestido, techo y de salud de la inmensa mayoría de los habitantes de la tierra y que los adelantos científicos y tecnológicos de nuestro tiempo pueden resarcir los graves daños que sufre el medio ambiente y que han llevado a nuestro planeta al borde del colapso ecológico. Es decir, el ser humano como especie está aún a tiempo de vivir en armonía con la naturaleza. Pero esto no puede lograrse en un sistema económico que incita al individuo a convertir todo en mercancía, hasta al hombre mismo, para maximizar sus ganancias a costa de lo que sea. En más de 500 años el capitalismo revolucionó las fuerzas productivas como en ningún estadio anterior; a cada innovación en la producción de mercancías siguió otra, otra más y así sucesivamente.
En esta caótica carrera se han producido mercancías inimaginables, como las de las tecnologías de la información. Pero como si se tratara de un juego perverso, el capitalista no puede dormir tranquilo; pues en un periodo muy corto, sus modernas mercancías se vuelven obsoletas y la maquinaria de las innovaciones las sustituye de inmediato y es cuando caen en crisis; para recuperarse de esos “periodos de pérdidas” abaratan de manera vertiginosa los salarios de los trabajadores y los someten a las condiciones de trabajo más extremas. Otra consecuencia del capitalismo practicado por los grandes corporativos es la anárquica extracción de volúmenes inusitados de recursos naturales, cuyo resultado es la contaminación y el agotamiento del planeta.
Para los capitalistas, el ser humano desempeña un papel importante porque produce y compra mercancías. Las grandes poblaciones constituyen un mercado sumamente atractivo, pero rápidamente entendieron que una población creciente puede ocasionarles serios problemas, porque de manera natural ellos no son capaces de emplear a toda la fuerza de trabajo, y que una población sin capacidad de compra no les proporciona ningún beneficio.
En 1798, Thomas Malthus fue uno de los primeros “teóricos” que llamaron a controlar el tamaño de la población, con la advertencia de que el ritmo del crecimiento poblacional era mayor a la producción de alimentos y que éstos serían insuficientes, provocando así el caos y el colapso social.
Otros filósofos se sumaron a esta voz de alarma con interesantes propuestas, entre ellos Herbert Spencer, quien en 1864 retomó las ideas de Charles Darwin sobre la evolución natural para aplicarlas a la esfera social, y acuñó el concepto “darwinismo social”, con el cual consideró que las transformaciones culturales constituyen un aspecto de la evolución biológica; es decir, que las clases sociales responden a la selección natural; que los grupos ubicados en la cima de la estructura social son los mejor adaptados y que los más fuertes deben imponerse a los débiles.
Sobre esta base, algunos teóricos argumentaron luego la superioridad racial que legitima, de acuerdo con las leyes de la naturaleza, la eliminación de todas las poblaciones consideradas inferiores. A causa de esta visión, la historia de la humanidad ha testimoniado las peores atrocidades contra los pueblos más indefensos y vulnerables: guerras de exterminio masivo, epidemias, planes de control natal, experimentación con seres humanos, hambrunas y perpetua pobreza en comunidades enteras. Todo con el siniestro propósito de disminuir a la población no deseada. En México se mantiene a raya a la población pobre con diferentes mecanismos, que van desde la asimilación religiosa de la pobreza como una “virtud”, la violencia generalizada, y los más diversos problemas sanitarios. Las empresas refresqueras no solo encuentran un buen mercado, sino que mantienen a la población enferma con diabetes y obesidad; otras más la saturan con productos cancerígenos y cada vez se vuelve más creíble la versión de que el VIH SIDA fue una creación de laboratorio con los mismos fines. Las empresas farmacéuticas hacen pingües negocios con las enfermedades crónicas. Por ello, para la población pobre, la forma de su muerte es solo una cuestión casuística, ya que no encaja en la frialdad y los “principios de humanidad” del mercado capitalista.
Pero los neomalthusianos y darwinistas no están en su mejor momento: el capitalismo, antes floreciente, está llegando a su fin. Grandes estragos ha dejado a lo largo y ancho de su camino. En todo este tiempo concentró la riqueza social en unas cuantas manos y con el trabajo ajeno construyó una infraestructura impresionante. Pero los dos grandes problemas que ha generado, la degradación del hombre y de la naturaleza, son ya insostenibles. Serán las masas populares quienes realicen el cambio para que disfruten su trabajo creador. La ciencia y la tecnología estarán entonces al servicio del bienestar del hombre.
Los investigadores esperan que estos avances científicos con quimeras en parte humanas ayuden algún día a cubrir la demanda de trasplantes de órganos.
Hipatia era tan famosa que se convirtió en consejera de políticos, eclesiásticos y aristócratas; sin embargo, esta influencia social y política finalmente causó su trágica muerte.
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A pesar de todas las riquezas que posee África (y que aquí menciono), la gran mayoría de la población vive una situación muy deplorable, lo que representa una gran contradicción.
El cuerpo humano en la edad adulta tiene aproximadamente 50 trillones de células vivas que cumplen funciones específicas dentro del organismo.
El inicio de la rigurosidad en el pensamiento matemático es obra del gran maestro Weierstrass, quien, entre otras atribuciones, estableció la existencia de una curva continua sin tangentes, sorprendiendo a los analistas de su época.
Aunque amado por unos y odiado por otros, el huitlacoche tiene un papel relevante en la economía, gastronomía y en la ciencia.
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La sonda Mars Express halló “inmensos” depósitos de 3.7 kilómetros de espesor, ubicados bajo el suelo del ecuador de Marte, estructuras que sugieren la presencia de hielo.
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Si el país tuviera los medios para aprovechar sustentablemente su vegetación, podría cosechar el equivalente a 56 mil 126 millones de pesos.
El fósforo blanco ha sido usado durante varias guerras de conflagración mundial, y usada, en menor escala, en forma de bombas o cohetes. Este químico se usó contra Irak, Chechenia, Gaza y Libia, cobrando millones de vidas.
Solo es necesario que una fracción del hielo antártico se derrita para causar estragos en el nivel geológico en nuestro planeta. Un incremento del nivel del mar que supere los dos metros de altura pondría en peligro a 770 millones de personas.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA