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Carlos Marx, sin duda el pensador más relevante del siglo XIX, incursionó en la economía política, la sociología y la historia (sólo por mencionar tres de los campos que abarcó). Sin embargo, como asevera el sociólogo argentino Atilio A. Boron, “primero y antes que nada fue un brillante filósofo político”.
En efecto, entre 1843- 1844 Marx emprendió una revisión crítica de la filosofía del derecho de Hegel. En esta última el Estado burgués aparecía como “el ámbito donde se resuelven civilizadamente las contradicciones de la sociedad civil” y, por tanto, como “expresión y garante de los intereses universales de la sociedad”. Según Hegel la ontología del Estado capitalista consistía en representar la “esfera superior de la eticidad y la racionalidad de la sociedad moderna”; en otras palabras, el Estado constituía un “árbitro neutro en el conflicto de clases”.
La revisión crítica de Marx desmintió los aspectos ideológicos mistificadores de la filosofía hegeliana del derecho y con ella concluyó que “tanto las condiciones jurídicas como las formas políticas (…) radican en las condiciones materiales de vida”. Ni unas ni otras podían ser comprendidas por sí mismas, ni por el “desarrollo general del espíritu humano”. [Por ejemplo: las relaciones de propiedad –a juicio de Marx- no son más que una expresión jurídica de las relaciones de producción existentes]. Hegel agrupó la totalidad de las “condiciones materiales de vida” en el nombre “sociedad civil” y Marx, por su parte, dijo que la “anatomía de la sociedad civil” debía ser buscado en la economía política.
Con esto Marx puso de relieve la trabazón que existe entre la organización política y la producción. Más tarde él y Engels adujeron en la Ideología alemana (1845): que “(…) el Estado brota constantemente del proceso de vida de determinados individuos”, que “como productores actúan de un determinado modo” y “contraen entre sí relaciones sociales y políticas determinadas”. Desde el punto de vista de Marx, el Estado burgués o capitalista no constituye un “árbitro neutro en el conflicto de clases”, ni es mucho menos la “esfera superior de la eticidad y la racionalidad de la sociedad moderna” en la que se “resuelven civilizadamente las contradicciones de la sociedad civil”.
La teoría marxista postula que la política es, en último término, efecto de la economía. No obstante, también considera que en determinados momentos del desarrollo social ocurre un cambio recíproco del papel que juega en cada una de ellas: en tales circunstancias la política llega a ser una causa de la economía. En El origen de la propiedad privada y el Estado, Engels anotó que, “por excepción, hay periodos en que las clases en lucha están tan equilibradas, que el poder del Estado como mediador aparente adquiere cierta independencia momentánea respecto a una y otra”.
No sólo el gran compañero de Marx percibió la independencia relativa de la política con respecto a la economía “al final de un ciclo histórico”. En La política y el Estado moderno Antonio Gramsci reveló que el cesarismo expresa la “solución arbitral” de una situación histórico-política en que “las fuerzas [o clases] en lucha se equilibran de modo catastrófico; es decir, se equilibran de modo que la continuación de la lucha sólo puede terminar con la destrucción recíproca (…)”.
Escrito por Redacción