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África y Asia al centro de la geopolítica anticolonial
La ruptura diplomática de los gobiernos de Malí y Níger con el de Ucrania bloquea la injerencia de Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión Europea (UE) en África.
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La ruptura diplomática de los gobiernos de Malí y Níger con el de Ucrania bloquea la injerencia de Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión Europea (UE) en África y acota aún más la influencia colonial sostenida hasta ahora sobre este continente. Al mismo tiempo, todo indica que las protestas estudiantiles en Bangladesh, que causaron la caída del gobierno de la premier Sheik Hasina, representa un “castigo” de Occidente por su visita a Rusia y un desafío a la República Popular China (RPCh).

En un choque contra Rusia y China, el gobierno estadounidense recurre a socios y aliados para defender sus intereses en África y el mar Índico. En el primer caso, usa a Ucrania para abrir un segundo frente en El Sahel y acotar la creciente influencia rusa. En el segundo, desestabiliza a Bangladesh –puerta de India al Golfo de Bengala– y crea una crisis a China en el Índico.

África Occidental y la cuenca del océano Índico son de importancia estratégica global para el desarrollo de la economía internacional, porque rutas comerciales de las grandes potencias de Occidente y Oriente cruzan esas zonas.

La nueva reconfiguración del oeste africano disgusta a EE. UU. y a la UE, en particular a Francia. Aún les pesa la renuencia de África y Asia porque se abstuvieron sobre la operación rusa en Ucrania iniciada desde febrero de 2022.

Hoy, esas naciones repudian el empeño de Occidente por persistir en colonizar sus territorios, robar sus recursos naturales y condenar a la miseria a sus pueblos. Por ello, optan por socios que les ofrezcan relaciones económicas más benéficas.

Occidente reacciona con violencia para impedir que Rusia afiance relaciones con los 54 Estados africanos. En África Occidental, entre 2020 y 2023, EE. UU. y sus aliados enfrentaron golpes militares en Burkina Faso, Malí (dos veces), Chad, Guinea-Conakri, Sudán, Níger y Gabón.

En Níger, país rico en petróleo y con gobierno favorable a Occidente, el golpe fue muy elocuente porque, con los de Malí y Burkina Faso, las respectivas juntas militares se declararon nacionalistas, antiimperialistas y simpatizantes de Rusia y China. ¡Toda una nueva rebelión anticolonial!

Ante esa rebelión en su zona de influencia, el capitalismo corporativo encendió las alertas, porque era producto de su expoliación centenaria sobre millones de personas que viven permanentemente en inseguridad alimentaria, las guerras y la violencia sectaria, además de sequías, inundaciones y temperaturas superiores a 1.5 veces la media mundial.

En junio de este año, los países africanos ofrecieron un plan de paz en Ucrania, muy afín al de China; pero Zelenski lo rechazó y en julio hizo su propio diálogo, al que los invitó, entre ellos al presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, quien le sugirió invitar a Rusia, con la que luego hizo ejercicios militares en el Índico mientras se realizaba la cumbre Rusia-África. 

Malí y Níger se rebelan

El reforzamiento de su modelo neocolonial en África es el objetivo estadounidense y de Francia, que durante 2023 fue derrotada en sus excolonias. Por ello intentan frenar la oleada antihegemónica, pero como ya no confían en sus aliados tradicionales, han decidido utilizar a un nuevo actor externo: Ucrania.

En 2024, el panorama se ha ensombrecido más para Occidente. Malí y Níger, dos países provistos con enormes recursos estratégicos, rompieron con Ucrania por sostener a grupos terroristas en la región del Sahel. Este cisma constituyó un desafío intolerable para Washington, París y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), escribe Andrew Korybko.

El cuatro de agosto, Malí condenó a Kiev por violar su soberanía; hecho que para su gobierno “va más allá de la injerencia extranjera, ya de por sí reprobable”. De ahí que suscribió el diagnóstico de la Federación Rusa de que el régimen ucraniano es “neonazi y villano”.

Dos días después, el gobierno de Níger renunció también a su relación con Ucrania “con efecto inmediato” por sus inaceptables actos subversivos. En voz de su líder Amadoy Abdramane, advirtió que denunciará al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el apoyo que Kiev brinda a grupos terroristas.

Occidente dirime su conflicto con Rusia y China en el Sahel (“costa” u “orilla” en árabe), franja semidesértica de cinco mil 400 kilómetros que corre de Senegal y el sur del Sahara hacia las zonas tropicales y Somalia, y donde prevalecen la inestabilidad e inseguridad.

En El Sahel maniobran grupos heterogéneos: tuaregs separatistas, milicias del Centro Estratégico para la Defensa Azawad (CSPDPA), yihadistas de Al Qaeda (en Malí), respaldo al Islam y al Estado Islámico del Gran Sahara. Sus más de 800 confrontaciones en 2023 provocaron el desplazamiento de un millón de personas.

Tales sucesos impactan, entre otros países, en Malí, Burkina Faso, República Centroafricana y Níger. Y aunque Washington sostiene que tales hechos son obra del “terrorismo”, el diario alemán Der Spiegel sugiere que ahí está dándose una “tormenta del desierto perfecta” porque la inestabilidad propicia el despliegue de actores estatales y no gubernamentales destinados a atizar conflictos y a la venta de armas.

En esa región estratégica, las grandes corporaciones de Occidente se disputan petróleo, oro, uranio y litio. En Níger se halla la mayor reserva mundial de uranio y Malí es el 16º productor mundial de oro, cuyos yacimientos están en manos de extranjeros, así como en minas tradicionales.

Segundo frente de Ucrania

Después de los golpes militares, el status quo regional dio un vuelco. En marzo, Níger expulsó a las tropas francesas y ordenó el retiro de fuerzas estadounidenses de sus bases en Niamey y Agadez.

Sin embargo, nada se planteó sobre el Comando de África (AfriCom) estadounidense que opera en Argelia, Marruecos, Etiopía, Somalia y que mantiene un cuartel de formación antiterrorista en Níger, Chad y Malí. Su trabajo actual permanece oculto.

Pero trascendió que los nuevos gobiernos reafirmaron su alianza con el grupo ruso Wagner (hoy African Corps) para ejecutar dos misiones fundamentales en El Sahel: contener el separatismo tuareg y desactivar las sospechosas relaciones con los yihadistas, de EE. UU., Francia y sus mercenarios. A finales de 2023, los aliados rusos lograron replegar a los tuaregs.

Esta contienda armada definirá el futuro político en El Sahel y África Occidental. La UE y sus mercenarios justifican tal injerencia con la versión de que ahí defienden un Estado “descentralizado” para los separatistas; pero esto contradice al Estado tuareg centralizado que proponen Malí y Rusia, que objeta toda desintegración territorial, como la absorción de Ucrania, pretendida por Occidente.

En esta puja, el punto de inflexión llegó entre el 25 y el 27 de julio en Tinzaouten (Sahel), donde tuaregs y aliados emboscaron al ejército de Malí y al África Corps, causándoles 131 bajas. Los tuaregs recibieron la “información necesaria” para triunfar sobre los “criminales rusos, y no sólo contra ellos”, informó dos días después, con calculada indiscreción, el vocero de la inteligencia ucraniana, Andreiy Yusov.

Así se confirmó que Occidente usa a Kiev para abrir un segundo frente de batalla en El Sahel, reveló Ignacio Cembrero. Como reacción, Malí rompió con Ucrania, lo siguió Níger y ambos repudiaron el apoyo de Kiev al terrorismo en El Sahel.

Y cuando el mundo preguntó ¿qué hace la inteligencia ucraniana en África? Kiev calificó como “miope y apresurada” la decisión de Malí. En cambio, la vocera del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, María Zakharova, mostró comprensión sobre las razones que llevaron a Malí y no se sorprendió de que Ucrania “coopere con terroristas”.

Como repudio al neocolonialismo y agresividad de Francia y EE. UU., las juntas militares de Burkina Faso, Malí y Níger crearon la Confederación Alianza de los Estados del Sahel (AES). Con esta decisión rompieron con la pro-occidental Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO).

Resulta claro que Occidente tiene cada vez menos opciones en África frente al escenario internacional que avanza rápido hacia la multipolaridad, y cuyo futuro, por tanto, pende de un hilo. De ahí su urgencia por socavar la influencia de Moscú y Beijing. 

 

Embajadas y pactos

En 2022, Volodymir Zelenski anunció la apertura de 10 embajadas en África, como un plan para impedir que prospere la diplomacia rusa, aunque lo disfrazó con la suscripción de acuerdos para vender cereales a ese continente (grain deal) sin Rusia.

Kiev no es nuevo en la región; y así estrechó vínculos con Sudán, al que vende casi un cuarto de millón de toneladas de grano; cuando lo reparte, recoge información que comparte con ese gobierno para que resista a las milicias de Fuerzas de Apoyo Rápido y del Grupo Wagner ruso.

Conforme a la idea del presidente francés Emmanuel Macron de enviar extranjeros a Ucrania, el plan B de Zelenski ha consistido en reclutar africanos para luchar contra Rusia, inclusive propuso al presidente de Costa de Marfil que sus ciudadanos participen en ese conflicto. Su embajada sería la plataforma para proyectar los intereses de Kiev en la región, revela Cassi Kouadio. En Senegal, Kiev cooptó a 46 candidatos; pero al enterarse, el gobierno detuvo tal medida, según United World International.

 

 


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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