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A la caza del meteorito de Allende
El Meteorito de Allende abrió “una ventana para entender el origen del Sistema Solar” y junto a otro célebre meteorito “mexicano” de hace 66 millones de años en el área submarina de Chicxulub, ha aportado importantes conocimientos científicos sobre la historia de la Tierra.
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El ocho de febrero de 1969, en punto de las cinco de la mañana, un meteorito que seguía una trayectoria de 37 grados suroeste-noreste incursionó en la atmósfera de la Tierra; y al impactar contra ésta, sus dos toneladas de material interestelar se dispersaron en miles de pequeños fragmentos sobre un área aproximada de 300 kilómetros cuadrados.

 

Hoy, esa “lluvia de meteoritos”, ocurrida hace más de medio siglo, provoca todavía que los visitantes de los pueblitos de Allende y Torreón de Mata, Chihuahua, busquen “piedritas” en las que hayan quedado grabadas huellas de vida orgánica en la Tierra, del sistema solar o quizá del universo mismo.

Esta presunción científica se debe a que Carlos García Gutiérrez, doctor en geología y uno de los estudiosos locales más enjundiosos de las piedras estelares, documentó la estructura mineral del Meteorito de Allende y precisó que el 60 por ciento de su matriz era de condrita pétrea carbonosa del tipo 3 (granos finos de color negro); el 30 por ciento de cóndrulos (granitos redondos incrustados en la roca madre); el restante 10 por ciento, de un material blanco de tamaño irregular.

“El meteorito se fragmentó y cayó como una lluvia de rocas fundidas por fricción en sus superficies y perdió luego las aristas al encogerse por el frío de la noche”, explicó hace ya varias décadas García Gutiérrez, cuando aportó la primera versión técnica sobre el origen de aquellos “pedazos” que, desde hace 54 años, se dispersaron en el Valle de Allende y ahora son la delicia de los cazadores de meteoros.

 

 

Por su parte, Jaime Urrutia Fucugauchi, doctor en astrofísica nativo de Chihuahua, reveló recientemente, en una conferencia, que el Meteorito de Allende abrió “una ventana para entender el origen del Sistema Solar” y que, con otro célebre meteorito “mexicano” que cayó hace 66 millones de años en el área submarina de Chicxulub (que posiblemente causó la extinción de los dinosaurios en todo el planeta), ha aportado importantes conocimientos científicos sobre la historia de la Tierra.

Urrutia Fucugauchi explicó que, entre otras revelaciones, el estudio de ambos fragmentos estelares ha sido fundamental para entender “cómo se origina nuestro planeta, cómo se estructura, qué hay bajo la superficie y, en definitiva, de qué está hecha la Tierra”; además de corroborar que su composición física es similar a la de otros cuerpos extraterrenales como el Sol, el Sistema Planetario Solar, la Luna, asteroides y cometas.

El astrofísico –quien nació el nueve de julio de 1952 en la capital de Chihuahua– cuenta con una licenciatura y una maestría en ingeniería geofísica de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); un doctorado de la Universidad de Newcastle Upon Tyne, Inglaterra (1980) y un posdoctorado en la Universidad de Michigan, Estados Unidos (EE. UU.), ha investigado los cráteres de impacto de los meteoritos, el paleomagnetismo de las placas tectónicas y los paleoclimas de la tierra.

En los últimos años, este científico, hijo de la prestigiada profesora chihuahuense Margarita Fucugauchi, ha profundizado sus investigaciones sobre el cráter que dejó el asteroide de Chicxulub, cuyo impacto en la era Mesozoica provocó la extinción masiva de numerosas especies biológicas vegetales y animales, entre éstas los grandes reptiles que entonces dominaban la Tierra.

 

Somos polvo de estrellas

La caída del llamado Meteorito de Allende hace 54 años y medio ha aportado datos astrofísicos muy importantes, entre ellos el de que su integración material era más vieja que la de la Tierra porque se había formado hace cuatro mil 610 millones de años, mientras que nuestro planeta se integró hace cuatro mil 600 millones de años.

En 1969, investigadores de la UNAM recolectaron dos toneladas de esa roca espacial, cuyos fragmentos dispersos fueron objeto de búsqueda durante 25 años a manos de la gente pobre de la región donde cayeron porque los interesados en adquirirlos pagaban por ellos pequeñas cantidades de dinero

 

Fernando Ortega, investigador del Instituto de Geología de la UNAM, advirtió hace poco que el Meteorito de Allende es una condrita carbonácea más vieja que el Sol.

 

Esos pedazos de cielo incluso fueron presa de contrabando nacional y extranjero en gran volumen porque, según cálculos recientes de la investigadora en petrología y geoquímica de la UNAM, Karina Cervantes, su peso original pudo ser de cinco toneladas, de las cuales únicamente 200 kilogramos permanecen en México, distribuidos en centros de investigación y museos.

Con respecto a su relevancia científica, Fernando Ortega, investigador del Instituto de Geología de la UNAM, advirtió hace poco que el Meteorito de Allende es una condrita carbonácea más vieja que el Sol, quien incluso la llamó “la piedra de Dios”, porque cayó del cielo “para hacernos entender nuestros orígenes, desde que fuimos polvo de estrellas hasta convertirnos en seres vivos”.

Ortega recordó que, apenas dos días después de la caída al Valle de Allende, llegó un comerciante para llevarse 500 kilogramos; que la oficina de investigación espacial del gobierno de EE. UU., la NASA, “depredó” alrededor de mil kilogramos y que el resto de los fragmentos están repartidos en laboratorios de química, astroquímica y cosmoquímica de todo el mundo, y aun en manos de muchos comerciantes y coleccionistas.

 El geólogo universitario informó que un consorcio de 13 países fue el primero en recibir pedazos del meteorito y la misma doctora Cervantes reveló que molió unos 10 kilogramos de roca cuyos granos envió después a los laboratorios de investigación de todo el mundo. “Así que todos los laboratorios y todas las universidades donde se estudien rocas, tienen un poco de Allende”, dijo. El Instituto Smithsoniano, en Washington D. C., es donde se halla la mayor cantidad de fragmentos de este aerolito.

El análisis científico multidisciplinario de la roca fragmentada en Allende ha permitido conocer la temporalidad del proceso formativo del Sol, del Sistema Solar y del área espacial donde se formó la Vía Láctea, porque en sus esquirlas se han localizado isótopos como el oxígeno 16, magnesio 26 y plata 107, elementos liberados por la explosión de estrellas supernova.

 

 

La roca que se precipitó en el Valle de Allende también ha dado pistas sobre la manera en que se forman las nebulosas, los planetas y la materia orgánica precursora de la vida, como es el caso de los fullerenos y aminoácidos, cuya existencia fue detectada por primera vez en los meteoritos.

 

Los materiales de la Tierra

Los granos interestelares del meteorito de Allende (cóndrulos, que son remanentes de estrellas cuyo ciclo de vida fue anterior al Sol) contienen calcio y aluminio, minerales ampliamente conocidos en la Tierra; aunque también su matriz o roca madre está integrada con minerales como el olivino, rico en hierro, con troilita, pentlandita y taenita o tenita (material carbonoso).

Los cóndrulos son de olivino, ricos en magnesio con algo de cliniestatita y vidrio, y algunos cóndrulos, además de ricos en calcio y aluminio, lo son también de anortita, gehlenita, augita y espinela. En cuanto a los agregados blancos irregulares, contienen calcio, aluminio, anortita, gehlenita, augita, espinela, nefelita, grosularita y sodalita (estos dos últimos nunca antes habían sido hallados en un meteorito).

Todo esto es lo que hasta ahora ha permitido concluir a los científicos que el meteorito de Allende es la roca más antigua del universo conocida en la Tierra. Carlos García Gutiérrez, quien ha seguido muy de cerca todos los estudios relacionados con esta roca, explica así su relevancia:

“Por los isótopos hallados en este meteorito se ha lanzado la teoría más reciente sobre el origen de nuestro Sistema Planetario: existía una nube de gases y polvos cósmicos que había sido producida por explosiones de novas durante miles de millones de años. Esta nube se colapsó en la forma del sistema planetario al que pertenecemos debido a la explosión de una nova cercana”.

 

Jaime Urrutia Fucugauchi, ingeniero geofísico, especialista en Paleomagnetismo y Geofísica Nuclear.

 

Por su composición física, los meteoritos son clasificados como: 1.- Férreos, porque están formados con hierro o níquel(Fe/Ni), que son los elementos más comunes, aunque su aspecto poco usual delata su presencia. 

2.- Pétreos, por su alta composición con silicatos carbonados de magnesio (C/O/Mg), los más abundantes en la superficie de la Tierra. Y 3.- Férreos y Pétreos, porque se integran con sílice, hierro y níquel (Si/Fe/Ni), los más raros en la Tierra.

Los meteoritos pétreos se subdividen en condritas y acondritas; la mayor parte de los meteoritos son condritas, llamadas así porque, como ya se dijo, contienen pequeños gránulos redondos (cóndrulos) ricos en olivino y piroxeno.

 

Condritas, las rocas del Génesis

Algunas condritas tienen altas concentraciones de aluminio, magnesio y calcio; son ricas en oxígeno y casi no tienen aleaciones de hierro-níquel. Estos meteoritos son oscuros y se llaman condritas carbonáceas. También son llamadas “rocas del Génesis”, porque su composición es similar a la integración no volátil del Sol.

Si la materia primordial del Sistema Solar se condensa y sus componentes volátiles se desechan, como el hidrógeno y el helio, se obtiene precisamente la mezcla llamada condrítica o “roca del Génesis”.

Las condritas carbonáceas dan forma a los meteoritos más complejos; son raros, primitivos y contienen compuestos orgánicos. Y, lo que es más importante, contienen los materiales que posibilitan la existencia del agua, de la que procede la vida orgánica.


Escrito por Froilán Meza

Colaborador


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