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Los pueblos totonaco y náhuatl habitan la Sierra Norte de Puebla, donde sus pobladores compitieron en esplendor y grandeza antes de la llegada de los españoles y hoy comparten la misma miseria. La última información estadística del extinto Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) reveló que, de los 65 municipios pertenecientes a esta región, ninguno se salva de la pobreza y la mayor parte padece miseria extrema. Su aislamiento y la altura de las montañas en la zona ocultaron bosques, cascadas, ríos y un sinfín de tradiciones culturales durante mucho tiempo, entre las que destaca particularmente su gastronomía.
De la Sierra Norte puede decirse lo mismo que Ramón López Velarde escribió en su poema Suave patria referente a México entero: “El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo el diablo”. Pero lo cierto es que sus bellezas naturales y sus culturas se volvieron una condena, porque los caciques y los capitalistas pequeñoburgueses no tardaron en explotarlas; y ahora, en la región, predominan los centros ecoturísticos que disponen del apoyo publicitario por los gobiernos locales, estatal y Federal con los marbetes “turismo rural” y “pueblos mágicos”; nueve de esas pequeñas villas cuentan con esta categoría gubernamental, pensada para que los inversionistas especializados en tal área económica puedan aumentar sus ganancias a costa de la población local y la naturaleza.
Es decir, estos negocios se producen con la oferta de los recursos naturales y los bienes culturales generados por sus habitantes sin que los capitalistas inviertan un solo peso en el mejoramiento de caminos, calles, plazas públicas y jardines. Solamente en las cabeceras municipales se da una “manita de gato” a las fachadas y al revestimiento de las calles; pero hasta ahí llega todo y la infraestructura se mantiene austera para los habitantes.
Por ello, la Sierra Norte de Puebla carece de buenos hospitales, escuelas dignas, auditorios o espacios deportivos; la carretera interserrana –única vía entre las comunidades– siempre está en mal estado y, cuando le realizan algún tipo de reparación, queda peor que antes; además de que no tiene áreas de estacionamiento donde atender averías mecánicas; y los robos con violencia han aumentado en los últimos años. La región carece, asimismo, de buena conectividad a Internet, esto desmotiva una mayor afluencia de visitantes, propicia que los empresarios del turismo encarezcan los servicios y con ello han vuelto inviables los centros ecoturísticos y los pequeños comercios que viven al día, igual que los habitantes, que son vistos como entes extraños o decorativos, aun cuando ponen su cultura y sus tradiciones al servicio de los visitantes.
Los únicos beneficiados son los grandes inversionistas, que actúan como en la época de los colonizadores españoles. Algunos de los pobladores son entes pasivos que merodean por los centros ecoturísticos de los pueblos mágicos buscando vender alguno de sus productos, artesanías o bien una oportunidad de trabajo. Pero poco o nada hay para ellos, por lo que la mayoría de los jóvenes y adultos prefieren irse a trabajar a la capital o migrar al extranjero. No son ellos ni sus hijos quienes disfrutan las noches con luciérnagas, las cascadas, los ríos, la pesca de trucha, los paseos a caballo, las rutas de ciclistas o cuatrimotos y la magia de la sierra, porque desde un principio están destinados, como si fuera una maldición, a trabajar exhaustivamente en el campo como jornaleros agrícolas o en las obras de construcción como albañiles en los estados del norte del país.
Para ellos, los turistas son gente “bonita” a la que ven de lejos llegar en autobuses o en sus automóviles y que con curiosidad observan su miseria e irónicamente piensan que son felices en medio de la exuberante belleza de la Sierra Norte.
El Inegi atribuyó la caída en el gasto promedio al predominio de excursionistas, quienes reportan estancias más cortas y consumos menores.
Para millones de jóvenes no hay oportunidades laborales ni académicas porque viven en un país donde el modelo de desarrollo ha impuesto una estructura socioeconómica injusta.
El mercado laboral ha empeorado no sólo porque ahora es más problemático conseguir un trabajo digno con un salario decoroso
El concepto soberanía o autosuficiencia alimentaria es usado, desde hace muchos años, por funcionarios y políticos que pretenden exhibirse como nacionalistas y hombres preocupados por la salud del pueblo de México.
Cada vez resulta más claro que el imperialismo yanqui solamente reacciona a la pérdida de su poder hegemónico en muchas regiones del mundo.
Resulta inaudito que en pleno Siglo XXI se conserven prejuicios sobre las preferencias sexuales humanas.
Esta situación exhibe la hipocresía del nacionalismo oligárquico local, discurso mentiroso del que también se vale para infundir sentimientos patrióticos en la gente y establecer normas para impedir que otros consorcios le arrebaten el privilegio de explotar y saquear.
En el ramillete de estas celebraciones se incluye el Día del Padre, un festejo que únicamente ha servido para oponerlo al Día de la Madre y bromear a costa de la figura paterna.
Para algunos el trabajo significa castigo, para otros representa algo serio, aunque sea momentáneamente; y para los que sólo poseen su fuerza de trabajo, una opción forzada.
La narco-cultura mexicana, fomentada por los medios de comunicación masiva –televisión, radio, cine, series y canciones– ha logrado que los líderes de las bandas delincuenciales sean considerados héroes.
En la jocosidad tradicional, los mexicanos siempre terminamos estallando de risa después de imponernos con ingenio y astucia ante los extranjeros; pero lamentablemente, sólo ocurre en los chistes, no en la realidad.
En una época confusa como la actual, cuando la lucha de las mujeres se ofrece como la simple defensa de sus derechos de género, muchas de ellas han ido más allá.
El pueblo mexicano continúa con una fe ciega esperando que su suerte cambie.
Las promesas de los políticos son como rayas en el mar: desaparecen o poco queda de ellas.
En México, los jóvenes pasan más de ocho horas en Internet, aunque la mayoría busque información baladí en las redes sociales.
Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA