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En la primera ola del feminismo anglosajoncéntrico (mediados del Siglo XIX, principios del Siglo XX) se creó la organización feminista más antigua, grande e influyente de Estados Unidos: la Unión de Mujeres Cristianas por la Templanza (Woman’s Christian Temperance Union, WCTU).
[Abro inciso. Si la palabra cristiana te rechina piensa que, en el Siglo XIX, las instituciones religiosas eran la escapatoria ante las cárceles de las mujeres, esto es, el matrimonio y la casa. Los conventos eran los espacios no mixtos y feministas de aquella época; los lugares donde tenían acceso a la cultura y al deseo lésbico. Y, si no, piensa en la monja feminista y lesbiana Sor Juana Inés de la Cruz o en las fundaciones religiosas que crearon centros universitarios femeninos cuando las mujeres no tenían acceso a la universidad. Cierro inciso].
La WCTU fue un movimiento social liderado por mujeres cristianas que luchó para despejar el abuso de alcohol de la ecuación de las violencias machistas. Este movimiento rompió a golpe de hacha las tabernas y el arquetipo del ángel del hogar, creando la primera plataforma política y feminista en Estados Unidos. También fue el precursor de la ley de Volstead, conocida como la ley seca, y del sufragio femenino. No es casualidad que a los siete meses de aprobarse una, se aprobase la otra. Tampoco lo es el borrado histórico que invisibiliza el poderío de estas mujeres que hicieron posible la ley seca –estés o no de acuerdo– y el sufragio femenino en un contexto en el que no tenían voz ni voto.
Para conocer cuál fue la gota que colmó el vaso –nunca mejor dicho– y que llevó a las mujeres a tomar medidas frente a la relación directa entre las violencias machistas y el exceso libatorio, se ha de contextualizar la profunda alcoholización que se dio en aquella época.
Las bebidas etílicas estaban presentes en todas las esferas de la vida. Los médicos recetaban alcohol, ya que el agua potable escaseaba y la que había disponible transmitía enfermedades. Las familias granjeras tenían un barril de sidra en la puerta del que tomaban antes de entrar, bebiendo en cada comida, incluso en el desayuno. Se suministraba a trabajadores y tropas su cuota de licor diaria, de manera que los soldados al volver de sus batallas en la Guerra de Secesión se sumaban a la ola de dipsomanía que se extendía por todo el país.
Para 1830, el hombre promedio de más de 15 años bebía el equivalente a 88 botellas de whisky al año. Por aquel entonces, el gasto anual en alcohol, que representaba el 70 por ciento de los ingresos federales, era mayor que los gastos totales del Gobierno. Todo este dinero iba a parar a la industria cervecera y a las tabernas. Estas últimas eran una institución exclusivamente masculina, ya que el consumo de bebidas espirituosas se consideraba (y aún se considera) signo de hombría. De igual manera, se pensaba que la hambruna convertía en hombres a los hijos, quedando los paterfamilias excusados cada vez que gastaban el salario en las tabernas y empobrecían a sus familias.
Sin el derecho al divorcio ni leyes contra el maltrato machista ni el abuso sexual, fueron las mujeres las que sufrieron los estragos del vicio etílico: miseria; golpes; violaciones sexuales; la muerte de sus maridos y familiares por peleas, accidentes y enfermedades derivadas del alcoholismo… ante este desamparo estatal, las organizaciones femeninas por la templanza fueron una vía para que las mujeres pudieran expresar sus preocupaciones sobre las violencias machistas. En una época en la que no podían votar, miles de mujeres fueron escuchadas políticamente por primera vez en Estados Unidos.
En este periodo histórico se podría decir que detrás de una gran mujer siempre había un gran borracho. Algunas de estas legendarias fueron Susan B. Anthony, Eliza J. Thomson, Frances Willard y Carry A. Nation.
Susan B. Anthony, activista por la abolición de la esclavitud y cuyo papel fue fundamental en el movimiento por el sufragio femenino, fundó en 1852 la primera Sociedad de Templanza de la Mujer en el estado de Nueva York, después de que se le impidiera hablar por ser mujer en una conferencia sobre la abstinencia. Pero la que alentó a las mujeres a tomar las calles para frenar la venta de bebidas alcohólicas fue Eliza J. Thomson, impulsora de las revueltas de abstemias políticas, conocidas como la Cruzada de las Mujeres.
El 24 de diciembre de 1873, Thomson reunió a 75 mujeres del pueblo de Hillsboroa (Ohio) para ir a las farmacias pidiendo que se comprometiesen, bajo contrato, a dejar de surtir recetas con etanol. Lo mismo hicieron con las tabernas, frente a las que se situaron de rodillas, o con tabernáculos portátiles, a orar y cantar. Tras impedir el acceso y ahuyentar o persuadir a sus clientes, obligaron a propietarios a cerrar sus locales. De esta forma nació la Cruzada de las Mujeres, que luego se extendió, a los pocos días, por 911 comunidades, logrando cerrar unos mil 300 expendios de licor. Fue tal su éxito que en 1874 disminuyeron los ingresos fiscales por concepto de alcohol.
Con estos actos de desobediencia civil, salieron de los parámetros de comportamiento femenino aceptables y de la sumisión. Miles de mujeres que nunca antes habían sentido que podían hacer algo fuera de las casas, se unieron para celebrar, según dijo una de ellas, “el bautizo de poder y libertad”.
Aunque la Cruzada perdió impulso al cabo de un año, consiguió revitalizar el movimiento temperante y conseguir la implementación de las primeras leyes estatutarias que prohibían la venta de alcoholes en ciertos estados. La Cruzada fue la simiente de la Unión de Mujeres Cristianas por la Templanza (WCTU).
El 18 de noviembre de 1874 se fundó la WCTU, cuyo objetivo fue, en un principio, lograr la abstinencia total. Los frentes políticos de la organización se ampliaron a partir de 1879, año en el que llegó a la presidencia Frances Willard, destacada feminista y lesbiana (camuflada). Teniendo presente que el consumo excesivo de alcohol era la causa y consecuencia de problemas sociales más importantes y no un asunto personal, introdujo la filosofía do everything (hacer de todo). Bajo este lema abogó por la justicia social desde la interseccionalidad.
Para generar un cambio de conciencia, apostó por la educación, fundando en 1880 el Departamento de Instrucción de Templanza Científica. Mediante este organismo se implementaron en el sistema escolar público programas sobre el alcohol y sus males (un pelín exagerados para meterles el miedo en el cuerpo, todo hay que decirlo). En 1896, la WCTU contaba con 39 departamentos destinados a reformar las leyes laborales, educativas, infantiles y penitenciarias, entre otras muchas.
Durante la presidencia de Willard, la WCTU logró aumentar la edad de consentimiento sexual de siete a 16 años en muchos de los estados, la instalación de fuentes de agua públicas en plazas de todo el país como alternativa sana a las bebidas espirituosas y la apertura de centros para mujeres alcohólicas debido a las recetas médicas.
En 1888 fundó la WCTU mundial. Bajo el liderazgo de Willard, la WCTU se convirtió en la organización de mujeres más grande y progresista del Siglo XIX.
Convencida de que el voto les daría un poder real para abordar un amplio espectro de problemas sociales, Willard consiguió que la WCTU respaldase formalmente el sufragio femenino en 1881.
Gracias a ella, la WCTU utilizó la templanza como un trampolín hacia el empoderamiento. A menudo llamaba a la organización la “Universidad WCT”. En ella se capacitaba a mujeres en liderazgo, oratoria y pensamiento político. De este campo de entrenamiento salieron las que luego fundaron la Asociación Nacional de Sufragio de Mujeres Estadounidenses (NAWSA, por sus siglas en inglés). Otra de las hazañas de Willard fue persuadir a las mujeres que estaban en contra del sufragio femenino. Para ello construyó un caballo de Troya al que llamó home protection (protección del hogar). Para esta campaña creó de forma astuta un lema conservador que vinculaba el sufragio con los dos espacios donde le era más fácil acceder a las mujeres: el hogar y la iglesia.
Consciente de que el hogar y la familia eran las principales preocupaciones con respecto a la ingesta inmoderada de alcohol, empleó esta retórica para tranquilizar a las mujeres conservadoras. De esta forma, logró que pensasen que el voto femenino era una causa digna para defender los valores burgueses y tradicionales sin dinamitar la esfera privada.
Así fue como este movimiento atrajo a más mujeres a la lucha por el derecho al voto que cualquier otra organización, confiriéndoles un papel en los asuntos públicos que nunca más perdieron.
A veces hace falta una dosis de amenaza para llamar la atención y que te hagan caso. De eso bien sabía Carry A. Nation, la leyenda del movimiento antialcohólico. Con un hacha en la mano y en la otra la Biblia, destruyó tabernas convirtiéndose en el terror de beodos y taberneros.
Carry A. Nation tomó este apellido de su segundo marido (el primero murió de cirrosis), para hacer el juego de palabras carry a nation to prohibition (llevar a la nación a la prohibición), ya que se referían a la ley seca como prohibition. Como presidenta de la WCTU del condado Barber (Kansas), dirigió marchas pacíficas hasta que, harta de no ser escuchada, le dijo a los legisladores: “Si no me dais votos, usaré piedras”. Así que esta agitadora, que se definía como “un bulldog que corre a los pies de Jesús, ladrando a lo que él rechaza”, decidió, por orden divina, cumplir con su cometido.
El siete de junio de 1900 fue a Kiowa (Kansas) cargada con piedras y botellas camufladas como paquetes y entró en varias tabernas rompiendo barriles, botellas y mobiliario. Cuando un policía la arrestó por daños a la propiedad, ella gritó: “no estoy dañando nada, lo estoy destruyendo”. Ya entre rejas dijo: “me encierran como a un cachorro, pero saldré como un león rugiendo y haré que todo el infierno aúlle”. Dicho y hecho. En cuanto salió la leona, atacó otra taberna con el arma que se convertiría en su símbolo: el hacha. Con la venta de insignias en forma de hacha y las donaciones recibidas en sus conferencias pagó las multas de sus 30 encarcelaciones. Al poco tiempo, se sumaron a ella centenares de personas, creando el Ejército de Defensores del Hogar con el que cerró unas 100 cantinas.
Cuando la WCTU de Topeka declaró no estar de acuerdo con su método, ella contestó: “déjenme decirles, señoras, que no saben toda la alegría que pueden llegar a sentir hasta que empiecen a destruir y destruir”. Sin embargo, la mala prensa nubló muchas de las buenas acciones que tuvo con diversos colectivos desfavorecidos. Por mencionar una de tantas, compró una casa lo suficientemente grande para convivir con mujeres que habían perdido la suya a causa de sus maridos alcohólicos, o que habían sido abusadas.
Después de esta perorata histórica propongo un brindis (sin alcohol) por todas estas mujeres que hicieron posible el sufragio femenino y que denunciaron la correlación entre la embriaguez y las violencias machistas, reventando tabernas, la esfera privada y, con ello, el machismo decimonónico.
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Escrito por Jacarandá Serrano
Periodista y activista feminista, rebelion.org