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Reportaje
La solidaridad del pueblo y de los migrantes con damnificados de Zontecomatlán, Veracruz
Tres semanas después de las inundaciones y deslaves en la Huasteca veracruzana, sus habitantes se enfrentan a las labores de limpieza sobre todo en los municipios más afectados.


Tres semanas después de las inundaciones y deslaves en la Huasteca veracruzana, sus habitantes se enfrentan a las labores de limpieza sobre todo en los municipios más afectados. El desastre natural dejó un saldo de 36 personas muertas: 28 en Poza Rica, tres en Ilamatlán, dos en Álamo Temapache y una en Gutiérrez Zamora, Papantla y Tuxpan, respectivamente; además, hay siete personas desaparecidas.

La ayuda ciudadana tras las inundaciones en Veracruz no se hizo esperar, organizaciones políticas y de la sociedad civil, entre otros sectores, acudieron a socorrer a los afectados, mientras el apoyo gubernamental se concentraba principalmente en la ciudad de Poza Rica, donde la corriente del río Cazones inundó 27 colonias. Tan solo en esa zona de la Huasteca veracruzana, el Gobierno de México ya censó a las familias que habitaban 56 mil 93 viviendas afectadas, mientras que a la sierra sólo ha llegado apoyo mediante un puente aéreo que Rocío Nahle encabezó en Ilamatlán para entregar víveres y dar atención a las personas damnificadas.

Entre las víctimas destacan cientos de familias que vivían en laderas y comunidades asentadas en las faldas de los cerros que hasta la fecha padecen por la falta de apoyo gubernamental para su reubicación y denuncian el abandono en que se encuentran; tras un recorrido realizado en la zona, este semanario pudo constatar la situación de olvido y el trabajo colectivo de la comunidad para sobrevivir.

En la madrugada del viernes 10 de octubre, más de 250 habitantes indígenas del barrio Tziltzapoyo, en Zontecomatlán, Veracruz, abandonaron sus viviendas tras el deslave provocado por tres días de lluvia.

Dominga se fue de su casa a las cinco de la mañana del viernes 10 de octubre. Envuelta en la oscuridad, huyó entre los árboles mientras sus pies se hundían en el lodo. La tempestad de tres días y tres noches deslavó el cerro, arrasó con el maíz y casi sepultó las viviendas de 50 familias indígenas de Tziltzapoyo.

Aquel barrio de la comunidad indígena de El Cuayo La Esperanza, está enclavado en Zontecomatlán, un municipio habitado por 14 mil personas cuya mayoría sufrieron la devastación del disturbio tropical 90E. Las lluvias que cayeron entre el siete y el 11 de octubre causaron, por ejemplo, el cierre total del camino Zontecomatlán-Ilamatlán km 0+000 debido al colapso de una estructura. También se destruyó el paso del sendero Zontecomatlán-Huayacocotla km 0+100 por un derrumbe. Pero no fueron los únicos destrozos en la única zona de la Huasteca veracruzana que la gobernadora Rocío Nahle ha recorrido desde aquella madrugada fatídica, pues en redes sociales se reportaron más daños en otras comunidades de la sierra.

La situación es distinta en Tziltzapoyo. Más de 250 habitantes de aquel barrio de la comunidad de El Cuayo La Esperanza se despertaron esa madrugada con el deslave del cerro. Rocas y tierra cayeron a pocos metros de sus viviendas en ese rincón de la Huasteca veracruzana donde se habla náhuatl y se convive con la pobreza. La zozobra y el miedo los desplazaron y nadie ha vuelto a sus casas desde ese viernes.

El salón de usos múltiples de la Escuela Primaria Bilingüe “Rafael Ramírez” es ahora la vivienda de decenas de personas temerosas de que el cerro las sepulte dentro de sus viviendas. “Se desbordaron los arroyos y salimos corriendo de ahí, porque ya no podemos vivir. Todos los caminos están tapados. ¿Pues dónde vamos a ir? Entre los árboles y el agua, así nos venimos, y de noche eran las cinco de la mañana. Salimos de ahí. Desde entonces no hemos ido a nuestras casas”, lamenta Dominga.

Para las familias, la escuela primaria de esta comunidad, localizada en el norte de Veracruz, es una sala de espera de día y un dormitorio de noche; las que pudieron, regresaron por un momento a lo que fueron sus hogares para sacar algunas pertenencias e irse a la casa de sus parientes en los otros dos barrios de la localidad; las que no, simplemente se quedaron en el plantel.

Para Rogelio Martínez, agente municipal de El Cuayo La Esperanza, fue un “deslave tan espantoso” nunca visto. Cuando clareó, Dominga vio en el barrio Tziltzapoyo un pueblo fantasma. “¿Dónde vamos a ir?”, se pregunta. Esa mañana, el resto de la comunidad estaba sin energía eléctrica y con poca señal para comunicarse por teléfono o Internet; ahí el único servicio que tiene cobertura es el de la compañía Bait, de Walmart. Además, todos los caminos quedaron incomunicados; desde el tramo carretero de Iztacahuayo-El Naranjal-La Pahua, pueblos de Tlachichilco, hasta El Cuayo La Esperanza, quedan las huellas de 11 deslaves. Fueron los hombres del pueblo los que removieron la tierra para liberar las vías, porque nadie del gobierno los fue a ver.

“Somos muchos y se nos acaba la comida”

“Se nos está acabando el alimento y todo, porque los tres barrios estamos compartiendo. La gente está desesperada; quieren más alimento, más bebidas. Me da tristeza porque somos muchos”, sentencia Daniel Bautista.

El campesino sacó a su familia de Tziltzapoyo antes de que ocurriera una tragedia. El deslave del cerro no sólo le quitó una casa habitable, también arrasó con el maíz que sembró en sus parcelas. Lo mismo le pasó al resto de los hombres del barrio que trabajan en el campo, en la mayoría de los casos para consumo propio.

Sin maíz, la comunidad se quedó sin base alimentaria. Las mujeres que se quedaron con sus esposos en la escuela preparan la poca comida que queda en una cocina donde el calor sofoca. Van vestidas de acuerdo con sus costumbres indígenas, con vestidos, faldones y blusas floreadas. Cuchichean y hablan entre ellas en náhuatl, mientras preparan tortillas con harina de maíz, porque en este momento un bulto de maíz cuesta 600 pesos, que no tienen. También “casan” frijoles con arroz, preparan huevos y sirven racionadamente un caldo de sardina.

La ayuda comienza a llegar de a poco luego de una semana, ya con los caminos abiertos y menos pantanosos. Durante días fue imposible que quienes tenían vehículos bajaran por víveres a municipios vecinos como Chicontepec. Sin dinero, tampoco hay forma de hacerlo. La zozobra carcome a todos en la escuela: fue más trágico quedarse sin maíz.

Indiferencia oficial

Durante más de una semana, la ayuda gubernamental se concentró en Poza Rica, uno de los municipios más afectados por el disturbio tropical 90E. Las lluvias provocaron el desbordamiento del río Cazones, que causó inundaciones en la parte baja de la ciudad y dejó damnificadas a cientos de familias que incluso perdieron sus viviendas. El apoyo oficial también llegó a Álamo Temapache y a El Higo, pero nadie volteó a ver un poco más arriba en el mapa, hacia la sierra.

Solamente dos helicópteros del Gobierno del estado de Veracruz llegaron a El Cuayo La Esperanza para dejar víveres. El presidente municipal, Adrián Feliciano Martínez, militante del partido Morena, tampoco llegó a la zona del deslave; pero en Tziltzapoyo quieren una explicación, saber si podrán volver a sus casas.

“Ojalá que la gobernadora nos venga a ver y nos dé una solución, porque no todo el tiempo estaremos aquí, porque es una escuela y los niños vendrán a estudiar; ¿dónde vamos a ir?; porque allá ya es un pueblo fantasma”, advierte Dominga.

Aunque el secretario de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes, Jesús Antonio Esteva Medina, declaró en La Mañanera del Pueblo del lunes 20 de octubre que los caminos entre Ilamatán y Zontecomatlán fueron liberados totalmente, los exiliados de Tziltzapoyo esperan respuestas del gobierno. Allí todavía no hay plan de reubicación ni certeza de cuándo podrán regresar. El salón de clases funciona aún como refugio. La comida escasea. El acceso a la comunidad sigue limitado y la ayuda apenas llega.

Dominga no ha vuelto a su casa desde aquella madrugada. Tal vez no lo haga nunca; porque en Tziltzapoyo, más que un cerro, se deslizó la esperanza.

La solidaridad de los migrantes

En lo más recóndito de la Huasteca, las montañas rodean al pueblo de Landero y Coss, una comunidad de Tlachichilco. Sus habitantes quedaron atrapados por derrumbes en diversos caminos de aquella última franja del norte del estado.

Jorge Adrián maneja una troca roja por la carretera partida. Bajó desde lo más alto de la sierra acompañado por su esposa, su hija menor de edad y su suegro para dejar víveres a las familias de comunidades y de la cabecera municipal. Los derrumbes taparon todas las vías y, en Tlachichilco, la comida se acaba y el maíz encarece. En la batea llevan varias cajas de cartón cargadas con tomates, papel de baño, jabón y otros artículos. Los que se fueron de “mojados” a Estados Unidos (EE. UU.) mandaron todo.

“Andamos repartiendo aquí por los amigos inmigrantes que están en EE. UU.; son los que nos han estado apoyando. Aquí no tenemos apoyo del gobierno, de nada”, denuncia.

La desgracia llegó a Tlachichilco un poco antes que en otros municipios: para el miércoles ocho de octubre, las lluvias ya habían ocasionado varios deslaves que dejaron rocas, aludes de tierra, troncos y ramas sobre las carreteras. Jorge quedó atrapado en Landero y Coss. Después de esos días no pudo regresar a la fabricación de azulejos en Pachuca. Para salir de ahí hay que recorrer varias localidades hasta Zacualpan, el último municipio veracruzano antes de la frontera con Hidalgo; para llegar a Tulancingo, la primera alcaldía de ese estado, hay que viajar poco más de tres horas.

“A las casas, gracias a Dios, no le pasó nada a ninguna, nada más a una casa se la llevó el derrumbe en Gómez Farías”.

A Zacualpan y Tlachichilco todo llega desde Tulancingo y Pachuca: comida y calzado. Los precios de la harina de maíz, el maíz, la leche y las verduras se duplicaron. La familia de Jorge, como muchas otras, comió varios días lo que tenía en casa; y aunque en las tiendas vendieron todo más caro, compraron lo poco que necesitaban para sobrevivir.

Para Julio Isaac, un joven de la cabecera municipal de Tlachichilco, la destrucción de los caminos lo afectó, porque “aunque las personas estén bien, se acaban las comidas, el maíz, el frijol, todo el sustento para comer se termina y sí es terrible”. En las tiendas venden la reja de huevo a 200 pesos, el bulto de maíz pasó de 300 a mil, si es por kilo, cuesta 50 pesos.

Por eso, los migrantes se solidarizaron enviando dinero a sus familias para que sobrevivan mientras los habitantes de la huasteca liberan los caminos con maquinaria. “La gente aquí se puso manos a la obra, entre toda la gente fueron destapando las carreteras y fueron trabajando poco a poco”.

Fueron los migrantes los que suplieron las labores que debía cumplir el gobierno: allá en EE. UU., la comunidad de extranjeros cooperó para mandar un camión con víveres a la cabecera municipal de Tlachichilco. El dinero también llegó hasta los límites con Hidalgo, en Tulancingo, donde Jorge Adrián y otros hombres conformaron una cadena humana para pasar las provisiones a través del camino destrozado.

Fueron los migrantes los que, tan pronto como sucedió la emergencia en la Huasteca veracruzana, rentaron un helicóptero para enviar ayuda a las comunidades de la zona, específicamente a Ilamatlán, hicieron lo que el gobierno de Rocío Nahle no quiso.

En Landero y Coss y el resto de Tlachichilco, los caminos siguen parcialmente bloqueados y la ayuda oficial no ha llegado. Las comunidades sobreviven gracias al esfuerzo de quienes están y de quienes se fueron. Los migrantes hicieron lo que el gobierno no: enviaron comida, dinero y hasta un helicóptero para atender la emergencia. 

 


Escrito por Ángel Cortés Romero

@angelcor95


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