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Tribuna Poética
Luis Olea, poeta acrático
Poetas acráticos es el nombre que Julio Molina Núñez y Juan Agustín Araya (Óscar Segura Castro) dan, en Selva lírica.


Poetas acráticos es el nombre que Julio Molina Núñez y Juan Agustín Araya (Óscar Segura Castro) dan, en Selva lírica. Estudios sobre los poetas chilenos (1917) al apartado que recoge la producción de los poetas anarquistas de principios del Siglo XX en Chile. “Al lado de los escritores rutinarios, esclavos de las reglas académicas, que antes de tener una idea o una sensación propia, saben que pueden llenarse una carilla o una tirada de 14 versos con tal o cual lugar común y tal o cual figura retórica, están los pensadores, los caracteres audaces y viriles, las almas integérrimas, los espíritus-barreras que derrumban dogmas y prejuicios con la rigidez de un ariete o erigen nuevos y fecundos principios que desafían al error con la firmeza de una pirámide…

“Dejando atrás a los pusilánimes, a los mediocres, a los fraccionarios, a los serviles parodiadores, avanzan victoriosamente los fuertes, los personales, los buscadores de ignoradas bellezas y originales rumbos.

“Entre estos espíritus evolucionadores está el poeta ácrata, el poeta rojo, el poeta que levanta el amenazante pabellón de los descontentos sobre las cabezas estremecidas por agitaciones huelguistas o revolucionarias.

“El poeta ácrata es el rapsoda de la anarquía. Es el amigo del Hombre y del Pueblo. Es el portavoz de la rebelión contra el poder y la fuerza armada. Es el portavoz de la gleba y de la hampa. Es el son de combate de lo abyecto. Es el grito amenazante del hambre y del dolor. Es la protesta de la mugre, del sudor y de la sangre. El poeta ácrata celebra el triunfo del puñal, el adoquín y la dinamita; propone la extirpación de la burocracia y de la oligarquía y aún la destrucción del régimen social existente”.

Entre los “verdaderos” poetas ácratas, Selva lírica enlista a Luis Olea (fallecido en Bolivia “hacia el año 1908”), a quien considera “uno de los inspiradores del movimiento social de 1905”, año crucial para el despertar de la conciencia popular con la “huelga de la carne”, nombre que alude a las protestas multitudinarias por el aumento en este producto que desencadenaron la feroz embestida de las fuerzas armadas contra una multitud inerme, con un saldo de 500 heridos y 200 muertos, matanza ordenada por el presidente Germán Riesco y ejecutada por el general Roberto Silva Renard, el mismo que en 1907 dirigió la masacre contra los mineros en Santa María de Iquique.

En 1904, Poesías Ácratas veía la luz como un esfuerzo del maestro zapatero y anarquista Policarpo Solís Rojas; en esta compilación aparecía El paria, de Luis Olea, que hoy reproducimos como un ejemplo del ideario de esta generación de escritores anarquistas que concebían la poesía como un arma para levantar del fango al hombre, sacudir su conciencia, hacerlo repudiar la miseria material y espiritual en la que vive y unirse a la lucha de otros por la liberación de la humanidad entera.

Cargado de vicios y defectos,

estigmas, afrentas y maldades,

va el paria sin alma y sin afectos,

viajero a través de las edades…

Uncido al yugo y al tormento,

al tedio, los odios y rencores,

arrastra con hondo desaliento

sus viles prejuicios y dolores.

Riñendo con saña encarnizada

el pan, el harapo y el tugurio,

fatal porvenir siempre le espera:

la muerte por hambre como augurio.

Y ciego, sin fe, sin esperanza

vencido en el caos de Occidente,

escéptico mira sin confianza

la roja alborada del Oriente.

En tanto, vindictos se aparejan

los rojos pendones libertarios,

que muerte o justicia le aconsejan

en libros, tribunas y calvarios…

Entonces, redento por sí mismo,

el paria, rebelde y ya consciente,

protesta del fondo de su abismo

y estalla la luz bajo su frente.

Y execra con verba irrefutable

el yugo ominoso de sus penas,

tronchando de un golpe formidable

errores, prejuicios y cadenas.

Y audaz en la lucha fratricida

del férreo sistema que lo abate,

los santos derechos de la vida

defiende en la arena del combate.

Y envuelto en la gloria de su idea,

jurando la fe de su oriflama,

con su hacha, sus bombas y su tea

ser libre y humano se proclama. 

 


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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