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Reportaje
En Michoacán la tradición del Día de Muertos se encarece
En Michoacán, el Día de Muertos no es una fecha cualquiera, sino la fiesta más esperada anualmente, una de las celebraciones que más identidad ofrece a la entidad, atrayendo al turismo nacional e internacional y dinamizando la economía local.


En Michoacán, el Día de Muertos no es una fecha cualquiera, sino la fiesta más esperada anualmente, una de las celebraciones que más identidad ofrece a la entidad, atrayendo al turismo nacional e internacional y dinamizando la economía local. Sin embargo, este año se espera que el costo de armar una ofrenda y participar en la tradición será significativamente mayor.

La celebración del Día de Muertos en Michoacán, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), es una de las manifestaciones más auténticas y profundas de México, particularmente en la Región Lacustre de Pátzcuaro, Capula, Tzintzuntzan, Uruapan, Zamora, Morelia, Santa Fe de la Laguna, Cuanajo y Erongarícuaro, por mencionar algunos municipios.

Pero la celebración se ha encarecido en los últimos años. En 2024, el gasto promedio para montar un altar se elevó 26 por ciento respecto a 2023, según mediciones nacionales que detectaron incrementos en el pan, las flores, veladoras y otros insumos. En la capital michoacana y en municipios cercanos, el año pasado, el precio de las flores de cempasúchil se elevó notablemente; ramos que antes costaban 60 o 70 pesos ya rondan los 120, el altar básico superó los 500 pesos; y en muchos lugares se reportó un gasto de hasta mil 800 para mantener viva la tradición.

La festividad, conocida también como Noche de Muertos entre las comunidades purépechas, conforma un ritual de profundo respeto y veneración que busca la reunión temporal de los vivos con las almas de sus difuntos que “regresan” el 1o y dos de noviembre.

Desde el atardecer del 1° de noviembre, los cementerios se llenan de actividad con un fulgor melancólico. Las familias acuden a las tumbas de sus seres queridos para realizar la velación, una vigilia nocturna durante la cual limpian el sitio, adornan en torno a la lápida y esperan.

Millares de veladoras se encienden, transformando los camposantos en constelaciones terrestres; estas pequeñas llamas no solamente representan un acto de fe, sino la guía luminosa que el alma necesita para encontrar su camino a casa. El aire se carga con el aroma penetrante del copal quemado para purificar el ambiente y el dulce perfume de la flor de cempasúchil. Los pétalos anaranjados de esta flor sagrada se esparcen formando caminos hasta las tumbas, un puente olfativo y visual que asegura la llegada de las almas.

El aliento frío de noviembre es la señal inequívoca del regreso, la noche en que los lindes entre la vida y la muerte se disuelven para permitir la convivencia temporal con las almas de los difuntos.

En los hogares y panteones, la ofrenda o altar luce como eje de la celebración. No es una simple decoración, sino una representación del cosmos y una bienvenida a los visitantes. Cada elemento contiene un simbolismo ancestral: el agua para calmar la sed del viaje, la sal para purificar, el pan de muerto como representación del esqueleto, y la fotografía para evocar la memoria.

Algo verdaderamente conmovedor en Michoacán es la ofrenda gastronómica, adaptada a los gustos del difunto. Además de los platillos rituales como el mole, los tamales, corundas y la calabaza en tacha, las familias purépechas incorporan los productos que sostienen su vida diaria, como el maíz, frijol y chile, expresando la intimidad colectiva que va más allá del banquete y celebra el acto de compartir la subsistencia.

La carga de la carestía

Esta hermosa tradición se enfrenta, sin embargo, a la cruda realidad de la inflación y la carencia económica. La devoción y el deber de honrar a los ancestros choca anualmente con el aumento de los precios de los insumos esenciales.

Según estimaciones de la Alianza Nacional de Pequeños Comerciantes (Anpec), el gasto promedio para montar un altar tradicional en 2024 se elevó aproximadamente a mil 809 pesos, lo que representa un dramático incremento de hasta 26 por ciento con respecto a 2023. Esta alza absorbe una parte considerable del salario de las familias, lo que subraya el sacrificio implicado en conservar la tradición.

La carestía se siente en cada aspecto, la flor que teje el camino de regreso, conocida como flor de cempasúchil o “flor de muerto”, ha sido particularmente susceptible a las variaciones. Debido a las intensas lluvias en estados productores como Michoacán, el precio del ramo ha experimentado incrementos entre ocho y 10 por ciento este año. En Morelia, por ejemplo, el costo de un ramo puede fluctuar entre 80 y 150 pesos. La fragilidad de la cosecha, ligada a los fenómenos meteorológicos, convierte a la flor en un artículo de lujo estacional.

“La lluvia afecta más a la producción y al incremento del costo de esta flor; ya que ésta quema la flor o la voltea; y esto equivale a que se pudra o se eche a perder. De igual manera, la producción de plantas de maceta hace que la gente compre menos ramos, ya que la flor de maceta reduce la venta y cada maceta sale entre 20 o 25 pesos por mayoreo”, lamenta a buzos Marco Adrián Guzmán, recolector y agricultor en campos de cempasúchil, quien además agregó que los elevados costos de los fertilizantes y el incremento de campesinos sembradores de esta flor reduce las ganancias de los productores.

El regateo es otra situación contra la que los productores de flor deben lidiar, conflicto que “tristemente nos perjudica mucho y la gente a veces nos pone contra la espada y la pared. Más allá del precio que uno les da, ellos dicen ‘no, pues te lo pago a tanto’; y a veces es tanta la presión que sentimos, que se va a quedar la flor o que se hizo mucha producción, y uno llega a ceder; pero sí pierde uno mucha ganancia con el regateo, ese tristemente nunca falta”.

El pan de muerto, infaltable en el altar, que representa el ciclo entre la vida y la muerte, ha visto incrementar su precio por el encarecimiento de insumos básicos como el azúcar, las grasas vegetales y la mantequilla. Se estima que los precios del pan de muerto registraron un aumento promedio de 15 por ciento. Una pieza individual puede costar entre 20 y 150 pesos en los mercados locales.

“El principal factor es el alza sostenida de los insumos básicos. Además, los costos energéticos, como el gas y la electricidad, también influyen, porque son esenciales para el horneado y la producción. Hemos tenido que hacer ajustes. No podemos absorber todo el costo, por lo que una parte se traslada al precio final. Nuestro objetivo consiste en no afectar demasiado el bolsillo de nuestros clientes; pero también necesitamos mantener la calidad y la rentabilidad del negocio”, explicó a buzos Sonia Rivas, dueña de la panadería “Artesanal” en Tarímbaro, Michoacán.

En cuanto a las veladoras para iluminar el camino de las almas, las hay desde 15 hasta 150 pesos, incluso más caras. La bolsa de copal de 50 gramos o incienso, fundamentales para limpiar y purificar el espacio, tienen un costo de entre 100 y 150 pesos, un gasto fijo que también ha escalado anualmente.

Otros insumos básicos que se han encarecido, son los alimentos tradicionales. Los precios de la carne de cerdo y pollo, los chiles, tomates y otros vegetales, necesarios para el mole y los tamales, han aumentado. De igual manera subieron los costos de las corundas y los uchepos, alimentos elaborados a base de maíz y básicos en la región Purépecha. El incremento al precio del maíz, ingrediente esencial para su preparación, impacta directamente en su valor final. En cuanto a las carnitas, platillo emblemático del estado, se ha encarecido por el alza de precios a la carne de cerdo, su principal ingrediente.

Otro elemento fundamental, el papel picado, que representa al aire y simboliza la unión entre la vida y la muerte, es uno de los artículos decorativos cuyo costo también se incrementó; en años pasados, el pliego de “papel de China” (para diseñar y recortarlo) podía encontrarse en un peso; y hoy, en algunas papelerías oscila entre los tres y cinco pesos.

A pesar de ser una artesanía tradicional, el precio del papel, la energía para su elaboración y la logística para su distribución han contribuido a que los precios suban. Este año, las familias notan un incremento en el costo de los pliegos y los rollos de papel picado, un detalle que, si bien puede parecer menor, se suma al gasto total de la ofrenda. En cuanto a papeles ya elaborados, se pueden encontrar 10 piezas en 24 pesos en tiendas de autoservicio.

A pesar de las quejas ciudadanas, los gobiernos estatal y municipales concentran sus esfuerzos en la promoción turística y en la organización de eventos culturales que atraigan visitantes y divisas, evadiendo el impacto económico que el encarecimiento provoca en los propios michoacanos.

Este incremento de costos obliga a las familias michoacanas a una dolorosa negociación: comparar precios en distintos mercados, reducir la cantidad de elementos o, en el caso de las comunidades más pobres, limitar la ofrenda a lo estrictamente necesario. Sin embargo, en un acto de profunda resistencia cultural, la gente insiste en la velación y la ofrenda, demostrando que el valor espiritual y el apego al ritual ancestral son invaluables a pesar de la adversidad económica.

El Día de Muertos se ha convertido, así, en una dualidad: una vitrina internacional para el turismo y la cultura mexicana, pero también un reflejo de las desigualdades que pesan sobre las comunidades que originaron la tradición.

Mientras los visitantes disfrutan la experiencia más colorida y simbólica de México, las familias locales ‒las verdaderas guardianas de esta herencia‒ enfrentan el reto de mantener viva la costumbre con recursos cada vez más limitados.

Turismo en espera de la Noche eterna

A días de la Noche de Muertos, Michoacán ya vibra con la mezcla de cultura, arte y tradición. Las calles del Centro Histórico de Morelia están llenas de visitantes que, tras disfrutar el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), han decidido extender su estancia para vivir una de las celebraciones más emblemáticas del país: el Día de Muertos.

El ambiente en la capital se siente distinto. Entre proyecciones, alfombras rojas y cafeterías llenas de conversaciones multilingües, los turistas comienzan a planear su recorrido por Pátzcuaro, Tzintzuntzan y Janitzio. Muchos coinciden: si ya están en Michoacán, no pueden perderse la oportunidad de presenciar una de las manifestaciones culturales más profundas del mundo.

Hoteles y agencias locales reportan un incremento de reservaciones para los días 1° y dos de noviembre. Algunos visitantes optan por recorridos guiados hacia las comunidades purépechas, mientras otros prefieren alquilar autos y recorrer los pueblos por cuenta propia. El interés no es únicamente turístico: muchos extranjeros llegan con respeto y curiosidad por conocer el significado espiritual de esta tradición.

Durante los días previos, los mercados de Morelia se llenan de color. Se apilan montañas de flor de cempasúchil, pan de muerto y figuras de barro. Los turistas caminan entre los puestos, compran recuerdos y conversan con los artesanos, maravillados por la dedicación con que se prepararán los altares.

“Venimos por el festival de cine, pero decidimos quedarnos más tiempo. Nos han hablado tanto del Día de Muertos aquí, que queremos vivirlo de cerca”, cuenta Ana, una visitante de España; historias como la suya se repiten entre los turistas nacionales y extranjeros, que ven en Michoacán el epicentro de una experiencia única: una combinación de arte contemporáneo y tradición ancestral.

La falta de apoyo y programas específicos para asegurar que la tradición de Día de Muertos sea accesible para todos, se percibe como un abandono de la cultura popular en favor del mercado. Así, cada familia, desde su propia “trinchera” económica, debe decidir qué sacrificar para conservar la memoria de sus seres queridos.

La carestía no sólo golpea el bolsillo, sino que también amenaza con menoscabar una de las tradiciones más sentidas y simbólicas de Michoacán. La ofrenda, que debería ser un acto de amor y recuerdo agradable, se ha convertido en un recordatorio doloroso de la realidad económica actual que no da tregua. 


Escrito por Laura Osornio

colaboradora


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