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En su tesis nueve sobre Ludwig Feuerbach, Carlos Marx escribe que “a lo que más llega el materialismo contemplativo, es decir, el materialismo que no concibe la sensoriedad como actividad práctica, es a contemplar a los distintos individuos dentro de la ‘sociedad civil’”. Esta clase de materialismo conduce, escribe Marx en la tesis tres, a “la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad”. Por esto vale decir que “el punto de vista del antiguo materialismo es la ‘sociedad civil’”.
En efecto, la falla fundamental del materialismo premarxista era que solo concebía la realidad “bajo la forma de objeto o de contemplación”, mas no como “práctica”, como “actividad humana objetiva”. Los materialistas franceses del Siglo XVIII aseguraban, por ejemplo, que no había “principios innatos” sino que “todas las funciones psíquicas del hombre” eran sensaciones transformadas. A partir de esto, sostenían que el hombre, con todas sus opiniones, nociones, concepciones, sentimientos, etc., era fruto o resultado de la influencia del medio ambiente social sobre él. En su opinión, el hombre era lo que su medio ambiente (sobre todo la sociedad, aunque también la naturaleza) hacía de él. En el mismo sentido asumían que la humanidad, en su desarrollo histórico, estaba determinada por el medio ambiente social, por la “historia (desarrollo) de las relaciones sociales”.
Pero si el mundo espiritual de los hombres era el fruto de su medio ambiente, es decir, si las relaciones sociales eran la causa y los hombres la humanidad, el efecto, surgía el problema de explicar “la historia de las relaciones sociales”, es decir, la historia de las modificaciones del medio ambiente social. Cuando se veían en la necesidad de resolver esta cuestión, los materialistas franceses contradecían su tesis inicial. En términos generales, decían que el mundo (el desarrollo social) estaba gobernado por las opiniones e ideas de los hombres. De esta suerte, obtenían una contradicción fundamental: por un lado sostenían que “el hombre, con todas sus opiniones”, era el producto de su medio ambiente, mientras que de otra parte aseguraban que “el medio social, con todas sus cualidades”, era el producto de las opiniones. De esta contradicción radical, afirma Jorge Plejánov, “lo que dijo Kant (Enmanuel) de sus antinomias”, a saber, que la “tesis es justamente tan correcta como la antítesis”.
Ahora bien, la tesis materialista que sostiene que los hombres representan el producto de sus circunstancias o relaciones sociales, establece la exigencia progresiva de transformar, en primer lugar, el medio ambiente social. Desde esta perspectiva, la virtud del hombre depende de la disposición equitativa de relaciones sociales razonables. Sin embargo, la modificación positiva del medio ambiente social, la “reforma del ambiente”, supone a su vez a los “reformadores”. Pero de “¿dónde surgirán éstos, si para llegar a serlo necesitan ser antes reformados por el ambiente?”, como bien advierte Rodolfo Mondolfo. A esto mismo hace referencia Marx cuando escribe que “el propio educador necesita ser educado”. De esta guisa, surge un círculo vicioso que los materialistas franceses resolvían con ayuda de expedientes utópicos o racionalistas. Pedro Enrique Holbach, por ejemplo, introducía la figura de un “buen príncipe imaginario” quien, “apareciendo como un deus ex machina”, solucionaba la contradicción. Helvecio, por otra parte, esperaba “modelar una humanidad perfecta mediante una perfecta legislación”. Esto demuestra la exactitud en el juicio de Marx sobre el materialismo contemplativo. En efecto, esta clase de materialismo “conduce (…), forzosamente, a la división de la sociedad en dos partes”, ya que imagina una serie de hombres “sabios” y “virtuosos”, príncipes ilustrados o legisladores avisadísimos, a quienes coloca por encima de la propia sociedad.
A pesar de ello, las utopías reformadoras ofrecen una solución artificial, idealista y abstracta, de la contradicción fundamental de los materialistas franceses. El marxismo, en cambio, encuentra su solución, la única posible, en el activismo revolucionario. “En el principio era la acción”, expone el Fausto de Goethe. En este sentido, la práctica o praxis revolucionaria resuelve el problema de definir la realidad o irrealidad de un problema teórico. Federico Engels escribió en 1892: “Los hombres actúan antes de argumentar. Y la actividad humana había ya resuelto la dificultad antes de que el sofisma humano la inventara”. Por ello el propio Engels señala que “una duda de cualquier especie puede resolverse únicamente mediante la acción”.
En su tesis tres, Marx explica que la transformación del medio ambiente social coincide con la transformación de los hombres en el momento de la práctica revolucionaria. En suma, solo el activismo revolucionario soluciona la contradicción fundamental, teóricamente insoluble, del materialismo francés. Para obrar sobre la realidad es preciso comprenderla, pero no se conoce ni se comprende nada sino haciendo; la realidad no se entiende verdaderamente sino transformándola. En este sentido, el activismo revolucionario o praxis representa la síntesis de pensamiento y la acción, la unidad “del hacer y del conocer”, “del vivir y del interpretar”: “The proof of the pudding is in the eating (la prueba del pudín se hace comiéndolo)”.
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Escrito por Miguel Alejandro Pérez
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