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El otro frente de la guerra es el económico. Saturados sus mercados, Estados Unidos (EE. UU.) busca dónde colocar sus enormes excedentes de mercancías y capitales, así como territorios, energéticos y materias primas. Rusia tiene el 40 por ciento de las reservas de recursos naturales del mundo, que EE. UU., en tiempos de Gorbachov y de Yeltsin creía suyos; eso busca hoy, como hizo Hitler en 1941, y la puerta de entrada es Ucrania. Para ello se imponen a Rusia duras sanciones: privarla de dólares; congelar la mitad de las reservas de su Banco Central, impedir el acceso al sistema de mensajería financiera. Rebajar a basura su deuda, restringir vuelos de sus aerolíneas, y el crédito a sus bancos, así como acceso a tecnologías y a mercados de servicios. Se bloquea el gasoducto North Stream 2, cerrando ese acceso a Europa. EE. UU. y el G7 proponen expulsar a Rusia de las relaciones comerciales, cancelar derechos de propiedad. Naturalmente, las sanciones dañarán a Rusia y en alguna medida a sus aliados, pero no hay evidencia de que vayan a derrumbarla y someterla. Acierta la portavoz de Relaciones Exteriores china, Hua Chunying cuando dice: “Desde 2011, Estados Unidos ha impuesto sanciones a Rusia más de 100 veces, pero todos podemos pensar en ello con calma…” (wsws, 25 de febrero).
Para valorar la capacidad de resistencia rusa, es significativo, en principio, que entre los bancos sancionados no figura el que cobra las ventas de gas y petróleo, por los que Europa sigue pagando diariamente 700 millones de dólares. Significativo es también que la deuda rusa esté entre las diez más pequeñas del mundo (17.9 por ciento de su PIB); el Banco Central posee reservas internacionales por 630 mil millones de dólares, suficientes para cubrir importaciones de dos años y pagar toda la deuda a sus acreedores, mayoritariamente rusos. En cinco años redujo en sus reservas monetarias la dependencia respecto al dólar, de 41 a 16.4 por ciento del total, y aumentó las del yuan, moneda que usará para costear importaciones. Vladimir Putin emitió hoy un decreto que obliga a los países “inamistosos” a pagar el petróleo ruso en rublos. Sus reservas en oro ocupan el quinto lugar mundial. No tiene déficit fiscal. Para enfrentar la exclusión del SWIFT, dispone con China de sus propios sistemas de mensajería financiera (SPFS y Mir).
Posee fuerza y liquidez como potencia en energéticos: aporta diariamente el seis por ciento del petróleo mundial (a Europa el 25 por ciento). Sin ello los precios se dispararían, causando una contracción de la economía global, recesión en EE. UU. y altísimos niveles de inflación mundial. Rusia es primer productor de gas natural, y altamente competitivo: 40 por ciento más barato que el gas licuado norteamericano. Europa depende en 40 por ciento del gas ruso, que no puede sustituir en lo inmediato; más aún, hoy el precio del gas alcanza récord histórico en Europa y el barril de petróleo, su máximo en 14 años. Ciertamente, el gasoducto North Stream 2 fue bloqueado por EE. UU., que perdería ahí el gran negocio. Ahora los europeos enfrentarán el invierno sin gas suficiente, o muy caro. Todo por el bien del imperio.
La economía norteamericana manifiesta síntomas de agotamiento. En 2020 su déficit comercial aumentó en 17.7 por ciento; con China, en 2021, aumentó en 45 mil millones. Es el país más endeudado (134 por ciento del PIB); en 1980 debía el 41 por ciento (DatosMacro, Expansión): hoy debe 30 billones de dólares (Departamento del Tesoro); paradójicamente, a China y Japón, principales acreedores. Importa también petróleo de Rusia, del que no puede prescindir (Le Monde). Debilitada su economía, busca con la guerra y con sanciones frenar a sus competidores; por ejemplo, la entrada de China con la Nueva Ruta de la Seda, a través de Rusia y Ucrania. El conflicto es la excusa perfecta.
En esa tesitura, busca en la industria militar su salvación, y requiere guerras, y con éstas el negocio de destruir instalaciones para luego meter sus empresas a reconstruir, creando así un mercado artificial… a cañonazos. Recientemente autorizó armamento a Ucrania, por 550 millones de dólares (no es regalado); la UE aprobó 500 millones. Así, “Empresas militares se ‘disparan’ en Bolsa tras conflicto Rusia-Ucrania. Las acciones de empresas que proveen servicios militares y de inteligencia muestran un buen desempeño debido a que algunos gobiernos incrementaron el gasto en defensa (...) Durante las últimas dos semanas (...) acumulan alzas de doble dígito (...) misiles construidos por Lockheed Martin y Raytheon son parte de un paquete de gasto en armas de 350 millones de dólares aprobado por la administración del presidente de EE. UU., Joe Biden, para Ucrania…” (El CEO, siete de marzo).
Con la guerra, EE. UU. une más a China y Rusia en una amistad “que es eterna y resiste todas las pruebas”, como declaró Wang Yi, ministro de Exteriores chino. En febrero, Xi Jinping y Vladimir Putin dijeron que entre sus naciones hay una “asociación sin límites”. Solidaria, China aporta hoy cobertura a Rusia en todos los ámbitos, incluido el comercio en yuanes, y con un sistema de pagos al margen del americano-europeo; y esto avanza: dentro de tres años, el gas ruso vendido a China equivaldrá a sus actuales exportaciones a Alemania (Pierre Noël, Le Monde). Así, sus ventas, con mermas, cierto, no colapsarán: se desplazarán hacia oriente. Dice el ministro de Exteriores chino: “El objetivo es aumentar los intercambios comerciales entre los dos países a 200 mil millones de dólares (...) de aquí a 2024 …” (Alice Ekman, Le Monde, 22 de marzo); el valor de sus intercambios alcanzaría el 36 por ciento de los que tiene con EE. UU. Ya el comercio chino-ruso aumentó en 35 por ciento el año pasado (Forbes).
En esta guerra que promueve EE. UU., Ucrania es solo la puerta de entrada; de ahí a Rusia, y como destino final, China, el gran adversario económico al que no puede vencer y que tiene en jaque al poderío americano establecido desde 1945. La alianza, pues, es vital. Y las dos hermanas no están aisladas. Muchos países, algunos particularmente fuertes, rechazan sumarse a la embestida. India se abstuvo en el Consejo de Seguridad. Además de que depende fuertemente de Rusia en el comercio armamentista, hoy negocia la compra de más petróleo a menores precios, pagado en rublos y rupias. Brasil, potencia agropecuaria global, depende mucho de las exportaciones de fertilizantes de Rusia, país que visitó en febrero Jair Bolsonaro para estrechar relaciones diplomáticas y comerciales. Respecto a Arabia Saudita: “Esta semana, el Wall Street Journal informó que las conversaciones entre China y Arabia Saudí para el comercio de petróleo en yuanes, en lugar de dólares, se habían acelerado, lo que podría suponer un paso adelante en los esfuerzos para promover el yuan como moneda comercial y de reserva” (Forbes, 17 de marzo).
EE. UU. busca imponerse por la fuerza sobre sus competidores económicos y políticamente insumisos. Pero no puede impedir que el éxito económico de éstos se consolide y termine por amalgamarse en un nuevo orden mundial. Paradójicamente, Forbes (17 de marzo) publica: “Guerra en Ucrania podría impulsar orden comercial liderado por China (...) Un cambio en el orden comercial se ha estado gestando desde la anexión rusa de Crimea de Ucrania en 2014, dijo Tom James, director ejecutivo de TradeFlow Capital Management en Singapur (...) Cuando esta crisis (y la guerra) termine, el dólar estadounidense debería ser mucho más débil y, por el contrario, el renminbi (yuan) mucho más fuerte, dijo el estratega de Credit Suisse, Zoltan Pozsar en una nota en la que esbozaba un “cambio de régimen” a medida que China compraba materias primas rusas”. La marcha de la historia es, pues, incontenible.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.