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Ya desde el año de 1914, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Vladimir Ilich Lenin advirtió que se trataba de una guerra imperialista para ampliar los negocios y mejorar las ganancias de las clases altas de Europa. Alemania había llegado tarde a la distribución del mundo, tenía menos colonias para abastecerse de materias primas y menos oportunidades para colocar sus productos terminados. A buen tiempo y con absoluta claridad, Lenin advirtió que se trataba de una guerra entre burguesías y que, por tanto, la clase trabajadora no tenía nada que disputar, que debería negarse a participar en la matanza de hermanos de clase que eran enviados a defender intereses que no eran los suyos. “Anexionar tierras y sojuzgar naciones extranjeras –escribió Lenin– arruinar a la nación competidora, saquear sus riquezas, desviar la atención de las masas trabajadoras de las crisis políticas internas… desunir y embaucar a los obreros con la propaganda nacionalista y exterminar su vanguardia a fin de debilitar el movimiento revolucionario del proletariado: he ahí el único contenido real, el significado y el sentido de la guerra presente”.
Como puede advertir cualquier lector desprejuiciado, esa caracterización de la Primera Guerra Mundial, plasmada en un trabajo que fue escrito cuando todavía no pasaban tres meses del asesinato del príncipe Francisco Fernando en Sarajevo, que fue el pretexto con el que se desató la guerra, resultó profética. Las ganancias imperialistas, consignadas en el Tratado de Versalles firmado al fin de la guerra, fueron exorbitantes y las muertes de trabajadores con uniforme de los países participantes colocaron a la llamada Gran Guerra como una de las más sangrientas de la historia.
Pero la cita de Lenin también es útil como guía para entender la guerra entre Rusia y Ucrania, en la que, no debe caber ninguna duda, Rusia es el país agredido sobre el cual se lanzan los más poderosos imperialistas para “anexionar tierras y sojuzgar naciones extranjeras”. En el mundo han existido y existen los autores materiales de los crímenes y los autores intelectuales que muchas veces permanecen en la sombra y escapan a la acción de la justicia. La clase gobernante de Ucrania no es más que el sicario que debe cumplir órdenes precisas del imperialismo y Rusia ha tenido que defenderse cuando vio que el ejecutor se acercaba armado peligrosamente, en derecho se conoce como legítima defensa.
Los plutócratas de Ucrania se estuvieron prestando, pues, durante varios años a servirle al imperialismo de punta de lanza contra Rusia, estuvieron recibiendo armamento de Estados Unidos (EE. UU.) y hasta cooperando con la instalación de laboratorios que producen armas biológicas, estuvieron adoctrinando a buena parte de la población para que abrazara la ideología fascista y contribuyeron a formar batallones fascistas pero, sobre todo, estuvieron predisponiendo a su población a rechazar y odiar al pueblo ruso. Todo eso sin olvidar que, por lo menos durante aocho años, estuvieron embistiendo militarmente y matando a la población rusoparlante del Donbass. Al mismo tiempo, la OTAN, la tenebrosa coalición militar de EE. UU. y varios países de Europa, se fue acercando a la frontera de Rusia y amenazó con incorporar a Ucrania y dotarla de bases de misiles que llegarían a Petersburgo y a Moscú en unos cuantos minutos.
El objetivo era destruir a Rusia y apoderarse de los abundantes recursos materiales que hay en su extenso territorio. Una vez destruida o debilitada Rusia, como estuvo en los años noventa del siglo pasado y los primeros años de este siglo, seguiría China, que también tiene muchos recursos y podría aportar una clase trabajadora muy numerosa; todo para ponerlo al servicio de las élites de EE. UU. y Europa occidental. La operación falló porque Rusia entendió bien la jugada y se decidió a destruir el armamento que recibía Ucrania y a disolver los batallones fascistas. Le mató el gallo en la mano al imperialismo.
EE. UU. no tuvo más remedio que sacar la cabeza y colaborar con Ucrania, aplicando sanciones económicas y políticas a Rusia, al mismo tiempo que le vende más armamento a Ucrania, supuestamente para que se defienda. Asimismo, EE. UU. procedió a mover a sus aliados de Europa y a instarlos a que se sumaran a las sanciones contra Rusia. No obstante, desde hace varios años, tanto EE. UU. como los países capitalistas de Europa han atravesado una crisis que ha dañado el nivel de vida de sus habitantes; el apoyo a los planes imperialistas de EE. UU., aunado a la propia defensa de Rusia, han profundizado la crisis y la caída en el nivel de vida de los trabajadores de esos países. Han obligado a la clase trabajadora a que pague la cuenta de la embestida contra Rusia.
Veamos una nota sobre la situación. “Según Eurostat, la oficina estadística de la Unión Europea (UE), los precios al consumidor en los 27 Estados miembros de la UE fueron un 9.8 por ciento más altos en julio que hace un año; 16 estados están por encima de esta marca. Los peores son los Estados bálticos, con una inflación superior al 20 por ciento, seguidos por la República Checa, Bulgaria, Hungría y Polonia, donde los precios aumentaron entre el 14 y el 17 por ciento. En el Reino Unido, que ya no forma parte de la UE, la inflación se sitúa en el 12 por ciento y podría aumentar al 18 por ciento a finales de año, según los expertos”. (World Socialist Web Site del dos de septiembre). Hay que insistir: los aumentos en los precios y el consecuente empobrecimiento de la población no son consecuencia de la defensa de Rusia, ya existían en Europa; y la defensa de Rusia, que ha restringido de manera importante el suministro de gas y petróleo a Europa, solamente los ha agravado.
Hay más reportes. “Tenemos tres adultos en nuestra casa que trabajan y todavía luchamos por cubrir todo lo que necesitamos, dice un padre de familia de Reino Unido (…) las familias se preparan para que la factura de energía salte a tres mil 546 Libras esterlinas al año (que equivalen a 81 mil 593 pesos con 46 centavos) a partir de octubre, casi el triple del nivel de hace un año… las organizaciones benéficas advierten que las facturas altísimas sumirán a muchos en la indigencia este invierno”. (The Guardian, dos de septiembre). “Los salarios (reales) en Alemania (…) han caído un promedio de 4.4 por ciento en un año, según lo calculado por la Oficina Federal de Estadística (…) ya se habían reducido en los años pandémicos 2020 y 2021 (…) el precio de los alimentos ha subido un 12.7 por ciento y el de la energía un 38 por ciento desde hace un año”. (World Socialist Web Site del dos de septiembre).
Muchas son las noticias alarmantes para los trabajadores de Europa y no cabrían en este espacio. Pero debe tenerse presente que, en la gran mayoría de países, sus supuestos líderes hace tiempo que abandonaron la concientización y organización independiente de las clases laborantes, se convirtieron en eurocomunistas y críticos severos del socialismo y ahora ayudan diligentemente a administrar los Estados opresores. Pero la clase trabajadora no se resigna ni se resignará. “Miles de personas se congregaron este sábado en la Plaza de Wenceslao en Praga, República Checa, para expresar su desacuerdo con las políticas económicas del Gobierno y la política exterior en el contexto del conflicto en Ucrania. Los organizadores de la movilización afirman que su país debería declararse neutral y “liberarse de la sumisión política directa a la Unión Europea, la OMS (Organización Mundial de la Salud) y la ONU”, además de garantizar los suministros de gas barato desde Rusia y “liberar a la industria checa de la dependencia de las compañías extranjeras” (RT, cuatro de septiembre).
Y, para terminar, veamos qué están haciendo los oligarcas fascistas de la propia Ucrania para cumplir las instrucciones de sus patrones norteamericanos y europeos: “no es de extrañar que la economía ucraniana se encuentre en una situación desesperada. Se espera que el PIB real caiga más del 30% en 2022 y la tasa de desempleo sea del 35%”. Michael Roberts. (El viejo topo, dos de septiembre). Sobran los comentarios.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".