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Se emplea a fondo la pavorosa maquinaria de guerra ideológica del imperialismo. Entramos de lleno a la difusión planetaria de las noticias falsas. El objetivo: exhibir a Rusia como una potencia agresora que abusa de su fuerza y ataca a un país indefenso y pacífico con el fin de devorarlo. Sumo mi modesta voz a la de todos aquellos que tienen la oportunidad de conocer otras versiones y, no solo eso, sino que tienen la voluntad y el valor de ayudar a que, en ésta, como en otras ocasiones similares, el mundo conozca la verdad. Y la verdad, la áspera verdad, como dijo alguna vez Danton, es que Rusia se está defendiendo, está defendiendo a su población, está defendiendo su territorio, está defendiendo su derecho a existir como país independiente. Ésa es la verdad.
Ahora, la prensa imperialista y sus miles de repetidoras en el mundo darán cuenta de los soldados o civiles muertos en Ucrania, de los sitios bombardeados, de los avances del ejército ruso, de las declaraciones pacifistas de numerosos políticos en Estados Unidos y en el mundo, pero se cuidarán muy bien de explicar pacientemente de qué se trata el conflicto, cuáles sus causas últimas y por qué ha ido a parar a estas circunstancias. Nadie se sorprenda. Si la esencia de la obtención y apropiación de ganancias fabulosas por parte de unas cuantas personas en el mundo se mantiene celosamente escondida y a las grandes masas se les hace creer que su vida miserable se explica por la mala fortuna, la falta de estudio o la pereza o todas esas razones juntas, si estamos conscientes de que, entonces, toda la vida social se construye sobre una gran mentira, nada nos debe extrañar que ahora tampoco se cuente la verdad.
En la historia de sus respectivas nacionalidades, rusos y ucranianos han sido hermanos. Vivieron y crecieron juntos. Nickolai Gogol, uno de los titanes de la literatura mundial, de los más potentes difusores de la sufrida vida de los campesinos rusos, era ucraniano. Fueron rusos y ucranianos siervos de los zares muchos siglos y juntos se liberaron de ellos. Vivieron y mejoraron juntos durante los primeros años de la Unión Soviética, se defendieron juntos de la horrenda invasión de las hordas de Adolfo Hitler y siguieron viviendo en buena paz y compañía. Todavía, desaparecida la Unión Soviética, se mantuvieron cercanos muchos años y colaboraron unos con otros.
Pero las ansias de dominación del mundo entero por parte del imperialismo yanqui que no tienen límites, su despreciable concepción de que son excepcionales, los llevó a sobornar a los nuevos líderes de varias antiguas repúblicas soviéticas para que se incorporaran a la temible Organización del Atlántico Norte (OTAN), alianza militar sujeta a la férula norteamericana, para tender un cerco mortal en torno a las fronteras occidentales de Rusia. Quienquiera que se tome la molestia de consultar un mapa con algunos colores que destaquen a los países que ahora son miembros de la OTAN en las fronteras occidentales de Rusia, no dejará de quedar sorprendido al ver el cincho de fuego que se ha construido a su alrededor. Rusia, a no dudarlo, desde hace ya algunos años, vive sitiada por las fuerzas de la OTAN. La última treta imperial consiste en incorporar a Ucrania, un país que hacía falta en el cerco. Para contar con ella, urdieron y pagaron un golpe de Estado en 2014, el tristemente célebre Euromaidán, por medio del cual, una camarilla fascista se hizo del poder y, de consuno con las élites más ricas y poderosas de Ucrania, llevó a cabo un proceso de distanciamiento de Rusia y acercamiento con el imperialismo yanqui de tal manera que, en diciembre pasado, su presidente anunció ya sus intenciones de sumarse definitivamente a la OTAN.
Esa camarilla reaccionaria y sus padrinos norteamericanos se mostraron agresivos con los millones de ciudadanos ucranianos que hablaban ruso y tenían raíces en la cultura rusa (son tantos y están tan arraigados en la vida de Ucrania, que el actual presidente, Volodímir Zelenski, para ejercer a cabalidad su función y complacer a la élite que lo designó, tuvo que aprender aceleradamente ucraniano porque su idioma natal era el ruso). Esa peligrosa banda gobernante ha sido particularmente agresiva con los rusos que siempre han habitado el oriente de Ucrania, en la zona del Donbás, pues se propuso el objetivo de agredirlos constantemente para obligarlos a abandonar las ciudades que siempre han habitado y expulsarlos a Rusia. En los últimos meses estuvieron lanzando cohetes que causaron muchas muertes y daños a escuelas y hospitales sin que la prensa occidental hiciera mucho ruido; y el lanzamiento de una embestida final era cuestión de pocos días.
Estados Unidos siempre ha ambicionado el inmenso y rico territorio de Rusia, ya desde poco después de la Revolución Rusa de 1917, en enero de 1918, como un preámbulo de la sangrienta Guerra Civil por medio de la cual se pretendía derrocar al nuevo gobierno de los obreros y campesinos, un contingente de soldados norteamericanos se hizo presente en Rusia. Después del golpe de Estado que pagó y dirigió Estados Unidos en 2014, en el cual participaron públicamente altos funcionarios norteamericanos, Estados Unidos, se dedicó a fortalecer su presencia armada en Ucrania. Instaló estratégicamente armas de ataque, misiles y cohetes con los cuales se pueden alcanzar, en unos cuantos minutos, muchas ciudades rusas, entre ellas, desde luego, Petersburgo y Moscú. Le puso, pues, una pistola en la garganta a Rusia.
Rusia hizo llamados constantes, tanto a que se respetara a la población rusa del Donbás como a que se detuviera el proceso de llegada de armamento ofensivo de Estados Unidos. Nadie le hizo caso. Como en la época de Adolfo Hitler, los menos agresivos fingían que no escuchaban, esperando que el imperialismo descuartizara a Rusia. Todo ello explica, satisfactoriamente, para cualquier persona desprejuiciada, la respuesta rusa y la declaración del Vladimir Putin, publicada el jueves 24 de febrero en periódicos de México: “He decidido comenzar una operación militar especial cuyo objetivo es defender a las personas que en los últimos ocho años han sufrido vejaciones, un genocidio perpetrado por el régimen de Kiev. Y por eso vamos a procurar desmilitarizar y desnazificar Ucrania. Asimismo, vamos a juzgar a todos aquellos que cometieron crímenes sangrientos contra civiles pacíficos, incluidos ciudadanos de la Federación Rusa” (La Jornada, 24 de febrero). El dirigente ruso dijo también que Rusia no puede permitir que la alianza noratlántica conquiste militarme los territorios adyacentes a su país, “si lo permitimos se van a quedar decenios, si no para siempre y eso representa para Rusia un creciente peligro absolutamente inadmisible”.
El operativo militar defensivo se está desarrollando, pues, como lo han dicho las autoridades rusas, quienes han señalado que están bombardeando infraestuctura militar de Ucrania, bases aéreas y otros activos similares. El propio Ministro de Defensa de Rusia dijo que se estaban utilizando armas de alta precisión. Vale mucho la pena, en este caso, que se conozcan las declaraciones –publicadas en el diario Reforma– de la embajadora de México en Ucrania, la señora Olga Beatriz García Guillén, quien desde Kiev, dijo: “en la mañana se escucharon algunas explosiones, yo las escuché realmente muy lejanas al lugar, después nos enteramos –por la prensa y por las declaraciones que han hecho las autoridades ucranianas– que habían sido atacadas instalaciones estratégicas, pero que no habían atacado a la población civil, lo cual pareciera ser que así es”. Bien por la señora embajadora.
“Tras los ataques aéreos de las fuerzas armadas rusas, 74 instalaciones militares terrestres quedaron fuera de servicio. Esto incluye a 11 aeródromos de la fuerza aérea”, anunció en televisión el portavoz del Ministerio ruso de Defensa, el general Igor Konashénkov. Y Vladimir Putin añadió: “lo que está ocurriendo actualmente es una medida forzada, ya que no nos dejaron ningún otro modo de proceder… Los riesgos en el aspecto de seguridad eran tan grandes que era imposible reaccionar de otra manera”. Rusia, pues, le está arrebatando al imperialismo la pistola que, desde Ucrania, le tenía puesta en el cuello.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".