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La guerra de occidente por minerales estratégicos
El imperialismo busca minerales críticos, el nuevo petróleo del siglo, que alimenten al Complejo Militar Industrial y sus armas para seguir su plan neocolonialista.
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El imperialismo busca minerales críticos, el nuevo petróleo del siglo, que alimenten al Complejo Militar Industrial y sus armas para seguir su plan neocolonialista. En su rivalidad con China y Rusia, Occidente librará más guerras por esos recursos; y México no escapará a tal tensión.

La civilización actual reposa en el procesamiento de metales y minerales cuya demanda mundial aumenta. Acceder de forma fácil, rápida y segura a esas fuentes es asunto de Seguridad Nacional para potencias y Estados, obligados a posicionarse en un escenario cada vez más incierto.

Sistemas energéticos y de telecomunicaciones dependen de tecnologías basadas en la extracción de metales críticos, como tantalio, renio, litio, antimonio, neodimio y otros cuyos nombres ignoramos y cuya obtención detona conflictos intercapitalistas en zonas productoras y enorme impacto ambiental.

Hoy se observa a la Humanidad en una situación imprevista: buscar recursos básicos para su bienestar mientras que los gobiernos se concentran en una carrera por acapararlos, en aras del sector bélico.

El cinco de abril, EE. UU. alcanzó uno de sus objetivos al enfrentar a Ucrania con Rusia: lucrar con minerales y metales, informó el Departamento del Tesoro. Con la firma del esperado acuerdo, la superpotencia explotará los minerales de la exrepública soviética para pagar “los esfuerzos de reconstrucción” tras atacar a Rusia.

Así, Ucrania se convirtió en otra víctima de la competencia global por los minerales críticos y las tierras raras. El mal llamado “acuerdo” responde a la presión neocolonial por dotar de recursos a sus ejércitos y de las exmetrópolis europeas para mantener su nivel de vida.

Según la visión leonina del imperialismo estadounidense que encarna Donald Trump, el acuerdo crea un fondo de inversión al que Ucrania depositará 50 por ciento de los ingresos que obtenga de la explotación comercial de sus minerales. 

EE. UU. controla ese fondo, pues aunque lo supervisarán cinco personas, tres son estadounidenses que tendrán mayoría y derecho de veto. Ello significa que Ucrania no recibirá ingresos de sus riquezas minerales. 

Como es sabido, la ambición imperialista no se detiene en esa frágil exrepública soviética sino que, como sabemos, hace décadas exhibe su más dramático rostro en África. Ahí, cada gramo de riqueza mineral estratégica que extraen del subsuelo las corporaciones occidentales, priva a las poblaciones locales del derecho al desarrollo y las hunde en la dependencia y precariedad. 

Gran parte de esos recursos se destinan a la fabricación de armas, sistemas bélicos y sólo una minoría produce bienes de consumo. Las corporaciones mediáticas se han dado a la tarea de ocultar ese ciclo de guerra de la economía capitalista. 

Desde plataformas y buscadores su narrativa y sus contenidos banales distraen y ocultan las acciones del imperialismo depredador encaminadas a la obtención de minerales críticos o recursos estratégicos. 

Esos medios no denuncian la extorsión de EE. UU. al régimen de Kiev para hacerse de las tierras raras ni explican si sus depósitos son económicamente viables como sí parecen serlo sus minas de galio y titanio, claves para microchips y aviones de combate.

Esa prensa se solaza describiendo el cínico escarceo de Donald Trump con Rusia para comprar esos minerales, pero no critica su amenaza a Groenlandia para tomarlos cuando se anexe ese territorio. Tampoco revelan cómo Trump defenderá “la paz a través de la fuerza” con un presupuesto récord en defensa de un billón de dólares. 

Esos miles de millones se destinarán para conseguir los 17 elementos clave para EE. UU., que hasta ahora depende de China para obtenerlos.

Saqueo, no ecología

Ése es el apremio del Complejo Militar Industrial por asegurarse el suministro de fuentes básicas que nada tiene que ver con la promoción de energías verdes y la protección del medio ambiente. 

La fiebre por minerales exhibe dos facetas de la hipocresía del capitalismo estadounidense: una, que aunque promueve esos elementos como básicos para un futuro verde en energía, en realidad son para las guerras y la neocolonización imperial. 

La otra es que desde la Oficina Oval se lanzan misiones globales de exploración e investigación científico-tecnológica para poner esos “minerales de transición” en manos del Complejo Industrial Militar (CIM) y evitar que caigan en manos de competidores como China y Rusia.

La tecnología militar hizo fundamental el acceso a minerales críticos. De ahí la búsqueda global de litio, tierras raras y otros elementos desde la Oficina Oval, que ya invocó la Ley de Producción de Defensa para que EE. UU. produzca lo que requiere el CIM.

Esa norma se disfraza de ambientalista difundiendo que esos minerales ayudarán a superar la dependencia de combustibles fósiles, cuando en realidad traiciona los compromisos climáticos de EE. UU., denuncia el analista Cat Rainsford.

La fiebre por materiales críticos nada tiene que ver con la protección climática. El día que volvió a la presidencia, Trump declaró Emergencia Energética Nacional y anunció medidas urgentes para que EE. UU acceda a minerales y recursos energéticos críticos que sustenten “los fundamentos de la vida moderna y la preparación militar”. 

Guerra y minerales 

En 2022, el Centro para Estudios Estratégicos Internacionales simuló un juego de guerra en el que EE. UU. defendía a Taiwán de una “invasión” china; submarinos dispararon más torpedos que nunca antes hasta quedarse sin misiles de largo alcance. Así, sus aviones se acercarían más a los buques y aviones chinos para que sus misiles de menor alcance den en el blanco. 

Ese ejercicio confirmó la necesidad de poner al día las reservas estadounidenses de proyectiles de artillería consumidas por las guerras en Gaza y Ucrania (donde en promedio se disparan a diario entre seis mil y siete mil misiles Javelin, Stinger, Patriot), pero las empresas apenas producen 15 mil al mes. 

Detrás de ese bajo número está la escasez de materiales para fabricarlos. Por ello ofrecieron aumentar sus reservas en 500 por ciento para disponer este año de, al menos, 100 mil mensuales. 

Sin embargo, EE. UU. sabe que las cadenas de suministro de minerales enfrentan el riesgo de ser interrumpidas, pues China –principal productor y fuente de muchos de esos minerales– ya no los pone al mercado.

China es el mayor productor mundial de grafito y ahora exige licencias para exportar determinados subproductos de este mineral, lo que interrumpirá el suministro a EE. UU. Beijing también estudia controlar la exportación de tecnología para fabricar imanes de tierras raras, básicas para sistemas de defensa.

Por otra parte, tanto China como la República Democrática del Congo e Indonesia son los mayores proveedores de minerales críticos para la industria bélica y tecnológica de EE. UU., que busca nuevos proveedores y recicla sus actuales suministros por la escasez.

Ante esa competencia, EE. UU. se prepara para que el derretimiento del hielo ártico abra nuevos campos de extracción de materias primas. En cambio, los pueblos se preparan para enfrentar a las firmas extractivistas y su presión para flexibilizar normas ambientales y así penetrar en ecosistemas clave.

Para atenuar el impacto psicológico por el deterioro ambiental, se subraya que la minería dota de elementos que benefician la vida cotidiana (celulares, autos eléctricos, paneles solares y hasta aviones a reactor). Sin embargo, se silencia la expoliación de los recursos a las naciones realizada por corporaciones extractivas y militares.

Entre las primeras voces de alarma figura la del periodista de investigación Guillaume Pitron, quien denunció que la extracción de esos minerales afecta el medio ambiente y que la necesidad del sector militar de esos recursos aumenta la tensión global.

Hoy vemos que los ejércitos ya son responsables del 5.5 por ciento de las emisiones globales. Y con EE. UU. fuera del Acuerdo Climático, es seguro que las crisis por esa causa exacerbarán tensiones económicas y sociales. 

Muy pocos preguntan cómo los grandes contratistas militares obtienen titanio, escandio y coltán para fabricar armas de destrucción masiva que utilizarán sobre las comunidades más vulnerables del planeta. 

Toda la industria militar de EE. UU. depende de minerales críticos y tierras raras: radares, sistemas de propulsión de misiles, submarinos y las llamadas armas inteligentes, que dominan el sistema de redes en batalla multidominio llamado: Combat Cloud (aire, tierra, mar y ciberespacio). 

Sin ellos, es casi imposible que “Los Cinco Grandes” (Boeing, Lockheed Martin, Northrop Grumman, Raytheon y General Dynamics Ordnance and Tactical Systems), obtengan multimillonarios contratos para producir las armas que EE. UU. usará en sus guerras neocoloniales, como bombarderos furtivos, misiles intercontinentales, sistemas de simulación virtual, realidad aumentada, robótica y drones. 

Tras la hostil actitud del recién electo Donald Trump, Beijing dio otro giro en diciembre de 2024 al prohibir exportar a EE. UU. tres minerales críticos: galio, germanio y antimonio, esenciales para fabricar chips. 

Y el cuatro de abril, a horas de que Trump declarase su guerra de aranceles, Beijing restringió la exportación de dos minerales críticos: escandio y disprosio, fundamentales para fabricar circuitos integrados, telecomunicaciones y dispositivos de almacenamiento. 

Para seguir su nueva Guerra Fría con China, el Pentágono busca el suministro de minerales en Brasil, Tanzania, Vietnam, Myanmar y Canadá. Así se explica su nueva Estrategia Industrial de Defensa Nacional.

El 17 de marzo una noticia dio un giro a la escasez de esos elementos críticos. Un informe de la Universidad de Texas (UT) reveló que EE. UU. posee gran reserva de elementos de tierras raras, equivalente a ocho mil 400 millones de dólares a precio de mercado, que reduciría su dependencia de importaciones (el 75 por ciento de China), en un contexto de creciente tensión geopolítica.

Esa vasta reserva de tierras raras, equivalente a unos 11 millones de toneladas de elementos de tierras raras –casi ocho veces la reserva nacional de EE. UU.– fortalecería esas reservas sin necesidad de más exploraciones o nuevas minas, señaló la investigadora de la Oficina de Geología Económica de Geociencias de la UT, Bridget Scanlon.

El hallazgo fue en la Cuenca de los Apalaches, donde las tierras raras en cenizas de carbón son de hasta 431 miligramos por kilogramo, de donde se puede extraer el 30 por ciento de tierras raras, indica el Laboratorio Nacional de Tecnología Energética.

Tal potencial entusiasma a firmas privadas que se aprestan a extraer tan importante recurso, como Element USA, que está en proceso de trasladar su laboratorio analítico y equipo a Texas; sólo faltaría desarrollar mano de obra para extraer ese subproducto. 

Sin embargo, si EE. UU. militariza cada vez más su política exterior, la guerra será cada vez más probable porque el capitalismo corporativo insiste en expandir la producción de armas.  

 

PENTÁGONO Y OTAN VAN POR MINERALES CRÍTICOS

Obtener titanio, tantalio y tungsteno es crucial para que la industria de guerra de EE. UU. produzca sistemas de armas más letales, más ligeros y capaces de alcanzar objetivos más lejanos. Esos minerales permiten capacidades únicas de combate y de alto rendimiento, informa la Oficina de Administración Gubernamental (GAO) sobre acciones del Departamento de Defensa (DoD) para asegurarse esos materiales críticos.

Ahí describe que en 2019, el Congreso de EE. UU. amplió restricciones a la adquisición de esos minerales que provengan de China, Irán, Norcorea o Rusia; y agrega que el DoD aplica medidas para reducir su dependencia de esos países. En cambio, el experto Bill Russell describe que el DoD no tiene información sobre la escasez en sus reservas de casi la mitad de los materiales críticos para la seguridad nacional.

En diciembre, la OTAN liberó su lista de 12 materias primas esenciales para fabricar sistemas y equipos bélicos avanzados; ahí emitió una alerta para contar con suficiente aluminio, grafito y cobalto. En síntesis, para la maquinaria de guerra de EE. UU. –y sus aún aliados europeos– es vital contar con el suministro de esos materiales para mantener su ventaja tecnológica y preparación operativa.

En 2024, el Pentágono y la OTAN acordaron construir cadenas de suministro más sólidas y mejor protegidas, con la “Lista de Materias Primas Críticas para la Defensa de la OTAN” y son: aluminio, berilio, cobalto, galio, germanio, grafito, litio, manganeso, platino, titanio, tungsteno y tierras raras (17 materiales esenciales para la tecnología moderna y básicos para la transición hacia energías con bajas emisiones de carbono y otras tecnologías avanzadas).

 

POR LOS RECURSOS DE ÁFRICA 

Las sublevaciones nacionalistas en países africanos productores de minerales estratégicos, en particular en la región del Sahel al sur del Sahara, tuvieron como signo la defensa de sus recursos y contra la expoliación occidental, lo que despertó el optimismo en el Sur Global.

Entre 2020 y 2024 cambiaron de mando político Burkina Faso (gran exportador de oro); Níger (cuarto productor mundial de uranio); Gabón (quinto productor de petróleo y mayor reserva de manganeso); Chad (gran productor de uranio y petróleo); Senegal (platino, uranio, circonio, gas y oro); Malí (oro y litio); y Guinea (primera reserva de bauxita).

A la vez, en 2024, Chad y Senegal dieron por concluida su cooperación militar con Francia, que debió repatriar a sus tropas. En esa decisión pesó que todos esos países, pese a su enorme riqueza estratégica, tienen los más bajos niveles por ingreso per cápita, desarrollo y prosperidad.

Cobalto y coltán son dos recursos críticos; el primero se utiliza en baterías de iones de litio para autos eléctricos. El cobalto se usa en la “bomba salada” diseñada para producir lluvia radioactiva, aunque sólo se anuncia para fabricar condensadores eléctricos de dispositivos electrónicos. El coltán, como el tantalio son metales cuya obtención alimenta conflictos geopolíticos cuyos efectos se traducen en su valor en las bolsas de commodities occidentales y en el choque entre Occidente y China. 

La República Democrática del Congo posee 70 por ciento de las reservas mundiales de cobalto y coltán. No es casual que hace más de 30 años corporaciones trasnacionales alimenten conflictos étnicos y que los mercenarios hayan recrudecido sus ataques desde 2001, para desestabilizar a ese Estado cuya población ha sido explotada y forzada a desplazarse.

En marzo, el presidente de la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi, propuso a Trump el acceso a sus minerales a cambio de ayuda para derrotar al grupo tutsi 23 de marzo (M23) que tiene el respaldo de Ruanda. Esa oferta pone en riesgo el suministro global de cobalto que monopolizaría EE. UU.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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