La Presidenta de la República entregó el 1o de septiembre, su primer informe de gobierno con exageraciones basadas en la misma agenda política que impulsara Andrés Manuel López Obrador (AMLO) desde 2018.
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La informalidad y la precarización del trabajo son problemas serios que afectan a la mayoría de los trabajadores en nuestro país. Según datos oficiales de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE, 2024), 32 millones de personas se emplean de manera informal en México. Son trabajadores que no cuentan con seguro médico, no tienen un contrato laboral con su patrón, carecen de derecho a vacaciones pagadas, entre otros beneficios laborales que la Constitución establece como garantías de los trabajadores. Se trata de personas que se autoemplean, que ponen su propio negocio pequeño en la calle o que trabajan para alguien más, pero sin los derechos mencionados anteriormente.
La precarización, por otro lado, se refiere a aquellos trabajadores que sí cuentan con registro ante el IMSS, pero cuyos derechos laborales no se cumplen o sólo parcialmente. Por lo general no tienen estabilidad laboral –pueden ser despedidos en cualquier momento y sin derecho a indemnización–. Se calcula que en México existen alrededor de 20 millones de personas en situación precaria, muchos de ellos en empresas bien establecidas.
Este panorama desolador para los trabajadores viene de décadas atrás y continúa reproduciéndose sin que, hasta ahora, el gobierno o el sector privado hayan resuelto el problema. ¿A qué se debe esta situación? Para empezar, no es un problema exclusivo de México. De hecho, se repite en la mayoría de los países pobres e incluso en los ricos. Esto nos lleva a afirmar que es un problema generalizado en las economías capitalistas. ¿Pero por qué la informalidad y la precariedad son características comunes del capitalismo?
Tanto trabajadores informales como precarizados son parte del mismo problema social: son población sobrante en la sociedad burguesa en que vivimos. Es decir, una población redundante para las necesidades inmediatas del capital. No es, por tanto, una cuestión pasajera que desaparecerá cuando el país crezca más o se vuelva más rico.
El problema surge de la naturaleza misma del capitalismo, pues en este sistema, al trabajador se le paga, en principio, sólo el salario suficiente para subsistir. Pero, dada la competencia cada vez más férrea entre empresas por el mercado y la venta de sus mercancías, muchas optan por pagar incluso por debajo del salario mínimo necesario para cubrir la canasta básica establecida por las autoridades. Actualmente, aproximadamente 26 millones de personas ganan menos del salario mínimo en México. Y la batalla por reducir costos y ganar cuota de mercado no se limita al ámbito nacional: también es global, porque el capitalismo se ha internacionalizado a niveles sin precedentes.
Para explicar la informalidad y la precariedad, entonces, es necesario partir de la dinámica de la estructura económica del capitalismo, que se basa en las relaciones de producción: la propiedad privada de los medios de producción, la valorización del valor y la explotación del trabajo.
En el capitalismo, a mayor acumulación de riqueza, se expande la población empobrecida. Esto es, cuanto más grande es la masa de riqueza de una sociedad –en este caso, de la mexicana–, mayor es la población desposeída de todos los derechos y beneficios de la sociedad moderna, que pasa a engrosar las filas de la informalidad o de la precariedad. Generalmente se asume que este “ejército” está compuesto sólo por desempleados; sin embargo, no es así. La población excedente es aquella de la que el capital puede prescindir fácilmente si no la necesita para producir más valor.
Cualquier sociedad organizada bajo relaciones de producción capitalistas produce necesariamente una población excedente. En los países ricos, o en el sector formal de los países pobres, esta población toma la forma de trabajo precarizado. En los países pobres, o en el sector informal, aparece bajo la forma de autoempleo o trabajo temporal.
El desarrollo desigual y contradictorio del capitalismo, su anarquía en la producción, la competencia implacable entre capitales y su lógica de acumulación y maximización de ganancias no favorecen el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores productores de riqueza. La organización económica no prioriza ni está diseñada para responder a las necesidades del conjunto de la población. Al contrario, con tal de aumentar las ganancias, las empresas sustituyen trabajadores por máquinas, generando un ejército de desempleados o subocupados que, sin otra alternativa, deben buscar por sí mismos una fuente de ingresos para sostener a sus familias.
Frente a esto, la lucha organizada ha sido históricamente el único mecanismo por el que los trabajadores han logrado progresos en sus condiciones materiales, incluidas la reducción de la jornada laboral, el aumento de salarios y el derecho a formar sindicatos. Durante la primera mitad del Siglo XX, por ejemplo, el capitalismo mejoró las condiciones laborales, pero sólo por circunstancias excepcionales como las guerras o el temor a revoluciones. Esta etapa fue una excepción a la regla. En una perspectiva de largo plazo, el capitalismo ha recreado siempre una masa de población empobrecida que busca su supervivencia en los márgenes del sistema.
El deseo socialdemócrata de conciliar los intereses de las clases proletarias con los de los capitalistas alcanzó su máximo durante esa época. Con la instauración del modelo neoliberal, el capitalismo entró en una nueva etapa de búsqueda de mayores ganancias en detrimento de las condiciones laborales de los trabajadores.
En esta nueva arremetida del capital contra los trabajadores, se echa mano de métodos antiguos, pero con un empaquetado distinto. Ya no se habla de “superexplotación” de los trabajadores, sino de outsourcing, subcontratación, autoempleo o trabajo temporal, que no son más que formas modernas de los mismos mecanismos que el capitalismo ha utilizado siempre para extraer la máxima cantidad de plusvalía.
El capitalismo puede cambiar de formas, intentar maneras más “civilizadas” de domesticar y controlar a los trabajadores, pero no mutará su esencia última: vivir del trabajo ajeno. Mientras exista, seremos testigos de explotación, de múltiples opresiones, de injusticias en el reparto de la riqueza social y de desigualdad económica y social. Veremos una élite privilegiada que se apropia de la mayor parte de los bienes materiales y culturales, mientras las mayorías se debaten en la precariedad, la informalidad, la inseguridad y la miseria.
Dadas las condiciones económicas del país y del mundo, la informalidad y la precariedad tenderán a reproducirse como problemas estructurales en el corto y mediano plazo. Para una transformación más profunda, se requiere impulsar un nuevo modelo económico y fortalecer la lucha política de los trabajadores afectados.
La Presidenta de la República entregó el 1o de septiembre, su primer informe de gobierno con exageraciones basadas en la misma agenda política que impulsara Andrés Manuel López Obrador (AMLO) desde 2018.
“Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una agüela mía, que son el tener y el no tener” (Miguel de Cervantes).
Muchas de las mediciones que se emiten obedecen, en más de una ocasión, a un carácter subjetivo, es decir, dependen del planteamiento mostrado por el investigador para interpretar tal fenómeno de la realidad.
La teoría marxista entiende al capitalismo como un modo de producción caracterizado por la crisis. Las crisis económicas no son un error en el funcionamiento del sistema, el resultado de una mala decisión o un fenómeno que el gobierno en turno pueda evitar vigilando.
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Escrito por Arnulfo Alberto
Maestro en Economía. Candidato a doctor por la Universidad de Massachusetts Amherst, EE.UU.